miércoles, 23 de diciembre de 2015

La del día siguiente.

La Carrá se contorsionaba en el escenario. Calzones rojos, botines y gorro navideño. Y vos viendo la tele. "Para el otro año te consigo una mamá igual a esa, te parece?"-"No"-sin verte, sentada en el piso, mientras peinaba a mi Barbie nueva."No te gusta, cone?"-"No. Pero me gusta cómo baila. Cómo hace para hacer todas esas vueltas?"-"Dale un par de tragos a tu padrino, vas a ver que las hace en la punta de una aguja". Ambos se carcajearon. 

"No chingue, compadre"-mientras metía la mano en la bolsa de maní japonés. Y mi papá-siempre generoso-le servía otro tarro bien frío. 

 

Eran así los días siguientes a la navidad, año nuevo y cumpleaños. Los días siguentes eran la verdadera celebración con vos. 

Los litros de cerveza, el maní japonés y el compadre. El compadre y los discos de vinilo: la Carrá, Blades, Emannuel y José José. 

 

Las charlas de política, de exilios, de sueños. El eterno brindis: "Por una sociedad sin clases, como la soñamos Marx y yo". 

Las mismas anécdotas de siempre. Las tapitas de Gallo sobre la mesa. Y las carcajadas. Son todas estas,viejo, las herencias que me dejaste. 

Todas bien guardadas en este corazón de niña. Niña que te observaba. Te observaba y aprendía a celebrar hoy y celebrar mañana, porque la vida se resume a estos momentos en los que nos carcajeamos.  

 

Carcajadas y retornos. Retornos porque me veo esperándote todas las tardes al regresar del trabajo. Trabajo que siempre implicó largas distancias, sudor y empeño. Nunca importó si eras el mecánico, el asesor de Estado, el peón, el escritor de horóscopos o el manda más. Siempre fuiste ese hombre de botas enlodadas y casco industrial que regresaba al final de la tarde silvando mientras cruzaba el umbral de la puerta. "Que me trajiste?"-"Mirá entre el ataché. Ya te sabés la clave". Todos los días. 

 

Ya no te espero y tampoco he vuelto a ir a esa casa, casa que hace tiempo dejé de llamar mía. 

Tengo miedo a lo que encontraré. O a lo que no voy a encontrar. 

Miedo a que la nostalgia me gane, miedo al sentir. 

 

Pero te prometo algo: hoy, voy a comerme una bolsa entera de maní japonés escuchando a la Carrá. Bolsa entera. Y la voy a llamar "la del día siguiente". 

(Continuará).


lunes, 7 de diciembre de 2015

De la vez que desayuné con el diablo (hoy es 7 de diciembre).

Hoy es 7 de diciembre y la tradición chapina dicta quemar al diablo.

Quemar al cochino, vil, engañoso y siempre mal parado diablo. Lejos de ser una criatura con cuernos y pezuñas afiladas, creo el diablo lo llevamos dentro: percepciones, inseguridades, miedos. Y digo esto pues me veo en la necesidad de trabajar con los diablos ajenos a diario y-en el tiempo libre-darme riata con los propios.

 

Miedo. Miedo cotidiano, miedo irracional, miedo humano. Este, creo, es el sentimiento que alimenta nuestros diablos y los mantiene tan vitaminados.

 

Encontré al diablo una vez. Frente a frente y en un cuchubal de viejas. Tres miedos juntos para esta mortal: mi fundado pánico por las hordas de mujeres sonrientes, el asumirme desocupada, banal y lo suficientemente vieja como para ser invitada a participar de un cuchubal y verme (de voluntad propia) involucrada en los actos de injuria que-seguramente-se llevarían a cabo contra las demás participantes (dependiendo de quién se fuera de la fiesta primero).

 

A esa reunión llevé un pie de higo, un sobre decorado para entregar mi cuota y la convicción de no volver jamás. Y justamente fue así: por salud mental decidí irme demasiado temprano, dejando mi dignidad, honor y credibilidad en manos del diablo al cerrar esa puerta. En una sola mañana me convertí en resbalosa, shuma, salida del guacal, social climber, ladrona, quita maridos y hasta bruja. Y eso que- de todos estos adjetivos-me he ganado a pulso solo dos.

 

Y sigo convencida: el diablo habita entre estos grupos de mujeres reunidas con el único fin de matar el tiempo y tener un espacio en donde hacer competencia pasiva.

 

Y entiendo el rechazo hacia mi persona. No califico como miembro: soy pésima para ese deporte extremo que es el descargar frustraciones que surgen al compararme con otras mientras mantengo una sonrisa dibujada.

 

Pero mas sabe el diablo por viejo, dice el refrán. A mis casi 40 vueltas al sol he aprendido que la vida y su tortuoso transcurso nos transforma. Nos afecta. Y que los cuentazos recibidos nos hacen mejores. Esa es mi experiencia personal, pero cómo pedirle sensatez a quien no vive para sí sino para los demás?

 

La mejor de las intenciones puede convertirse en el peor de los infiernos cuando el diablo manda y un espacio destinado a convivir se convierte en sala de juicios (de qué es que dicen que está construido el camino al Hades?).

 

A mi parecer el problema es que la la intención inicial del grupo podría ser la de compartir y mantenerse en contacto. Pero al calor de los lattes y los bolovanes,  esta se convierte en guerra para demostrar quien es mas docta en moralina barata y-como poseedora de "la verdad"-asume el derecho de opinar acerca de cómo los demás deberían llevar su vida.

 

Somos seres gregarios, tenemos el muy humano impulso de buscar un espacio para compartir y sentirnos comunidad. La pertenencia es una necesidad básica. Pero, según experiencia en pellejo propio, esto estaba lejos de suceder en el contexto cuchubalesco ese.

 

Esa mañana desayuné con el mero diablo: inseguridades, hipocresías, colmillos y garras de acrílico decorado. De terror. Pero no fue la violencia, la falta de empatía o la fuerza que brinda el grupo para lanzar comentarios mierda (como sucedería en una lapidación bíblica) lo que me asustó. Tampoco fueron la histérica ceguera ante las fallas propias o los recalcitrantes juicios.

 

Me aterrorizó cómo todas las demás participantes se quedan a escuchar. Cómo participaron, asintiendo sin cuestionamiento ni juicio. Aceptando, aumentando y repitiendo hasta que la injuria se convierta en verdad incuestionable. Y es que han de estar aterradas, pensando que pronto les llegará su turno.

 

Impresiona lo fácil que es desvalorizar y agredir a otros cuando no están frente a nosotros. Y ser hipócritas cuando sí lo están.

 

No se cómo justificar esa espantosa necesidad de apedrear a morir a quien decida vivir una vida diferente a la nuestra. Y que lo hagamos por "sana diversión", por distraernos de nuestro infierno cotidiano de superficialidad no se vale. Y el diablo-seguro-estará de acuerdo conmigo. Lo sé: ni él ni yo confirmamos asistencia a la siguiente reunión. Y es que a ambos nos dan miedo los cuchubales.

sábado, 28 de noviembre de 2015

De uno y la mitad del otro (esas primeras veces).

Que las primeras veces tienen su particular encanto, platicaba con un colega el otro día. Que son memorables y marcan un precedente. Que son antesala para lo que ha de venir.

Son así las primeras veces.

 

No hace mucho y por primera vez en mi vida adulta, recibí una considerable gritada. Recia, inapropiada. Pública y escandalosa. Era la primera vez que él me gritaba. Me quedé atónita. No hice nada mas que verlo: ojos de odio, desplantes y gritos. Primera vez que también fue la última.  Y digo esto con toda seguridad: fue la última porque me lo prometí a mi misma. No lo permitiré de nuevo. Nunca.

 

Pero-además de la promesa-no hice nada. Nada. Esto es lo que realmente me preocupa. Me preocupa y conecta con tantas otras primeras veces:  la primer mirada de desaprobación injustificada que recibí al expresar mi deseo de continuar estudiando en la universidad después de embarazarme.  El primer ataque de celos que le aguanté a mi novio de la adolescencia. El asco que sentí a los once años cuando un familiar me vió libidinosamente por primera vez. El primer empujón retador que recibí cuando se agotó el diálogo conciliatorio. La primera vez que mi amigo-el macho-me suguirió no siga estudiando "por que eso intimida los hombres". Y la primera vez que osaron preguntar quién iba a mantenerme "ahora que soy divorciada".

 

Y el asqueroso sentimiento de impotencia ante el abuso. Abuso al que se me enseñó responder con una sonrisa. Porque la educación no pelea con nadie. Porque es lo que las damas hacen. Porque ver, oir y callar. Porque callar y tragar la indignación. Y tragarla en silencio. En silencio aunque envenene. Porque es lo que toca, desde la primera vez.

 

Pero hoy también comprendo que puede ser esta una oportunidad valiosa de hacer algo al respecto: asumir responsabilidad sobre mis circunstancias, por primera vez.

Porque, sí: el otro grita e insulta y agrede. Pero yo lo permito. Lo dejo pasar. Lo perdono. Y hasta me lo creo.

La responsabilidad distribuida de forma equitativa dicta que: la mitad de uno y la mitad de otro.

Porque las circunstancias pueden serme adversas, pero quien se victimiza soy yo.

Porque, al final de la historia, el gritón perdió. Y porque seguí estudiando y hoy soy madre y soy profesional. Porque los celos no se los aguanto a nadie. Porque a ese pariente le mostré el dedo medio y aún hoy me baja la mirada, porque de ese empujón me liberé y porque acabo de pagar la matrícula para estudiar un Doctorado. Porque soy una mujer independiente que sostiene su hogar.  Pero-sobre todo-porque soy una mujer que está aprendiendo a romper esquemas heredados y a no quedarse callada.

 

Una mujer que cumple, porque toca así: asume su porción de responsabilidad, deja de victimizarse y acciona aunque le cueste uno y la mitad del otro.

 

domingo, 15 de noviembre de 2015

Last Christmas: mierda y pirujitos

Este día empezó temprano. Las 9:10 en el supermercado haciendo compras para un evento. Increíblemente, hago cola en la única caja abierta. "Amaneció con hambre, vaa usté?"-me saluda el hombre de edad avanzada vestido de pants y chancletas que va detrás de mí mientras toma nota mental de los 100 pirujitos de leche y los 4 botes de queso crema que embolso. "Piñata o qué?"- con voz ronca y ceja levantada-"Na'h días duros que les llaman"- respondí con una sonrisa evasiva."En las mismas"- responde mientras me muestra su compra: un six pack de cerveza medio fría y una bolsa de chicharrones de oferta (de esos que vienen con silvidito incluido).

"...y es que no hay mejores amigos que los carbohidratos, vaa?" fue lo único que alcancé a decir. Asintió. Yo estaba bromeando. El no.

 

Estuve tentada a decirle algo mas. Algo que, de alguna forma, lo consolara. O que, por lo menos, lo hiciera reír. Pero no quise. Y, entonces, hice lo que los genes chapines me dictaron: voltear la vista para otro lado, permanecer en silencio y hacerme la bestia. Trató de seguir la conversación e hice como que no escuchaba. Dijo algo sobre su nieto enfermo. Sin duda necesitaba sacarse algún sentimiento del pecho. Sentí su tristeza, sus ojos evidentemente aguados, el maldito nudo en su garganta pero no: me porté como una real estúpida y tomé conciencia de ello en ese mismo instante. No hice nada.

 

El esfuerzo emocional es algo que valoro. Realmente aprecio a quien, dada la situación, no solo se comprende en el contexto si no actúa buscando validar a quien tiene al lado. Pero no, hoy llevaba yo prisa y no había terminado de despertarme y tenía una agenda apretada.  Me hice la bestia. Me porté como mierda.

 

Fui de esos que prefieren no hacer contacto visual para evitar una conversación importante. De los que bajan la mirada, de los que apoyan solo por Facebook, de los que prefieren "ayudar" a la distancia (pero aun así publicar fotos).

Distancia, indiferencia, mierda: eso fue lo que doné. Y mañana se me olvida. Ya lo hice público y mañana se me olvida. Es mas cómodo así, sin ponerle corazón.

 

Estar rodeada de luces navideñas me hizo sentir peor. Y esa canción de Wham que llena  los pasillos del super en estos meses (esa que es como "Navidad sin ti", pero en inglés).  Mierda. Tan temprano y yo tan mierda.

 

¿No de eso se trata la celebración esta,pues? ¿Del amor al prójimo, de dar lo mejor de uno? Madre, ¿y si no tengo nada mejor que dar que un puñado de indiferencia?

 

Me queda esa sensación de agrura emocional que, seguro, no se me quita ni comiéndome los 100 panes que compré. Pero no hago nada. Me alejo incapaz de hacer contacto visual mientras escucho al hombre contarle a la cajera sobre el gusto que le da ver los adornos navideños ya colgados. "Algo le alegran a uno el día,vaa  usté?".

(Continuará)

lunes, 9 de noviembre de 2015

El pacto

Como sucede casi siempre en situaciones similares, hay una canción del buen Sabina que describe el momento a perfección.

Entré al antro sin mayores pretensiones. Pies cansados y pelo en completo desorden: podría haber sido un martes cualquiera.

 

No soy fan de eso de la Ley de la Atracción, pero juro por Rhonda Byrne que había esta pensando en él hacía unos días. Verlo allí en la oscuridad hizo que el corazón me diera vuelta.

 

Cruce de miradas. Reconocimiento afectivo. Abrazo cómplice. Cariño intacto.

Confieso haber estado esperando este momento con especial expectativa y que la sorpresa de verlo allí me fue mas que grata.

"Chula, extrané tu mensaje de cumpleaños. Siempre me escribís algo bonito"-"Te juro no supe qué escribirte, es que pensé habías quedado en la otra mitad y no quise incomodarte"-"Mentís, ni te acordaste. Y sho, nada de mitades". Eso bastó. "Nada de mitades, sho", me repetí respirando con alivio y sin dejar de abrazarlo.

 

Y es que es extraño abrazar al querido amigo de tu no tan querido ex después de tanto tiempo. Muchas cosas habían pasado desde la última vez que nos habíamos visto y yo aun no sabía cómo sentirme. Creo que soy bastante lenta para desenmarañar esto de las emociones y-generalmente-me gana el efecto cámara lenta, pero sucede así en todas las rupturas amorosas: a cada uno de los implicados le toca su mitad. Mitad de todo, incluídos los amigos. Pero esto último nadie te lo cuenta y-creo-es la parte mas dolorosa de todas. Los tuyos, los míos, los que-cobardes-deciden hacerse las bestias y los que-prudentes-no se meten pero se involucran. Mitad y mitad. Y es que la lealtad es un valor bastante complejo y obligar a los cercanos a tomar partido es egoísta.

 

"Y qué?"-"Pues aquí, como la bandera de Guatemala: libre, soberana e independiente". Lo escuché carcajearse. "Bienvenida".  Nos pusimos al día enseguida y confieso haberme sentido aliviada. Distanciarme de este señorón a causa de conflictos pasajeros hubiera sido una real y verdadera pérdida para mí.  Y entre tragos se lo hice saber. Entre tragos prometí también resarcir mi imperdonable omisión cumpleañera: estas letras son fruto de un pacto que debí honrar hace unos días. Cumplo, pues: es un compromiso de honor cuando el pacto se hace entre caballeros, dice Sabina.

 

Algo tarde, pero cumplo y lo hago agradecida, estas letras llegan a mi corazón de una extraña manera.

Después del reencuentro me siento valiente. Camino con una pena menos y mucha mas sabiduría. Justamente para eso es que sirven los amigos,dicen. Para acompañar el dolor y atestiguar cómo este nos ha hecho mas sabios. Y eso es justamente lo que este pacto honrado representa. Gracias por estar, amigo.

 

Reconocí una chispa de alegría en esos ojos de cineasta que tiene:

"Se te ve bien. Todo bien?" "Todo bien" y sonreí. Sonreí porque esta fue la primera vez que dije eso y lo sentí completamente cierto. Ahora sí, todo bien.

sábado, 31 de octubre de 2015

Fiambre

Soy lo que no digo por prudente, soy lo que no digo por cobarde. Soy palabra y silencio, soy mirada y llanto.

Soy viento y paracaídas. Paso firme en camino de curvas y mil aterrizajes forzosos en cada intento. Malabarista de ganas y anhelos,

 

Soy tocar el timbre y salir corriendo. Soy carcajada de infancia y llanto sentido. Soy pastel de chocolate al desayuno y café tibio y azucarado por la tarde. Soy una pizca de realidad y mil de fantasía. Mente brillante para cosas que no sirven de nada.

 

Soy caminar lento hacia el altar con vestido inmaculadamente blanco y del brazo de mi viejo mientras me susurraba al oído: "Puta, qué gentío. Llena la iglesia. Ojalá todos hayan traído regalo,verdad mija?".

 

Soy un millón de amores imposibles embutidos en un solo corazón. Y los miles de besos que me quedan por dar. Soy abrazo sincero y fraterno todas y cada una de las veces. Soy amiga. Intelectual de paca y maratonista del compromiso. Soy quien se esconde y se encuentra a sí misma.

 

Soy sonido de alegre pandereta los domingos y lastimero boleros los martes. Devota de la vida y creyente acérrima de la libertad.

Soy alma,  ramillete de oraciones respondidas, granos de mostaza y montañas movidas. Y un par de ojos café chispeante.

 

Soy todas y cada una de las veces que mi hermanito me llama por mi apodo: Linda Jamona Fuentes. Soy las manos de mi madre,  esforzadas y honestas desde siempre. Manos sabias de trabajo y de vida.

Militante del hoy (porque es lo que tenemos) vaivén de caderas en tacones, pies cansados y canciones de antaño.

Soy caricia y aliento para mis hijos. Caricia diaria y eternamente amorosa hasta que la vida me lo permita y aun después.

 

 

Soy todo eso aderezado con el vinagre de casi cuarenta años. Aceitunas, alcaparras y frustraciones mas que amargas.

Colección de derrotas infinitas y errores garrafales. Cúmulo de desilusiones ancestrales y fallos cotidianos.  Y el dulce  almíbar de los mismos casi cuarenta que se ha refinado en barrica de roble y besos.

 

Concluyo, entonces: soy todo un fiambre de emociones y experiencias y objetivos.

Hoy y siepre, un real y verdadero fiambre, adornado con hojitas de perejil leopardo.

Todo eso soy.



domingo, 25 de octubre de 2015

Jaque Mate (de perder y ganar)



Jaque Mate.

"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió". Y es que Sabina tiene siempre razón.

El también me lo dijo mas de alguna vez con esa voz que sigue sonando en mi cabeza, dándome una fuerte sensación de resaca.
Añorar. Y seguramente nos pasa a los dos: añoramos esa relación que casi casi existió.

Las miradas, los besos escondidos, los nudos en la panza y las chispas. Las chispas nunca mienten. Pero no-no nos confundamos-esto nunca jamás sucedió. Y es así como preferimos vivir, como que nada pasó.

Ambos-porque fuimos los dos-decidimos dar la bienvenida al maldito fantasma de la añoranza, ese que habrá de conjugarse en nuestro verbo de hoy en adelante. Yo añoro. Tu añoras. El y ella añoran. Nosotros añoramos. "Y vosotros sois un par de cobardes"-murmuró el peón mientras levantaba la ceja en señal de desdén.

Terminar algo que nunca empezó. Lo único que se me ocurrió fue dar por concluido el asunto-asunto que realmente nunca sucedió-con un resignado apretón de manos. Sí, justo así como cuando se cierra un trato. Justo así como se hace un pacto. Justo así como todo esto-que no fue nada pero lo fue todo-empezó. "Seamos amigos, entonces"- alcancé a decirle sin que se me quebrara la voz. Respiré y logré alzar la mano-mano que pesaba como hierro. Su respuesta fue una mirada esquiva. Y luego un par de besos.

Jaque. Y justamente eso ha de ser lo que nos gusta: sabernos rivales dignos. Dignos de jugadas maestras en esta partida que no quiere terminar. O, por lo menos, no hoy. Jugamos al todo: blanco o negro, con todo riesgo y perdí. Perdí y sigo cargando el enorme cúmulo de actos fallidos que me dejan con mas preguntas que respuestas. Ese fue mi premio.

Mate. Bajar la vista y emprender el solitario viaje de vuelta con un enorme vacío en el pecho. Anhelos a futuro, expectativas secretas y ochocientos noventa y ocho besos arrugados ahora dentro de una maleta que les queda demasiado estrecha.
Lo que hice. Lo que no. Mis intentos, el fracaso y una sola parte de esta historia que era de dos. Jaque mate.

domingo, 18 de octubre de 2015

Desde que estás aquí (un humilde agradecimiento)

Llegaste en el momento perfecto. Perfecto porque nadie mas llegó.

Todas mis certezas estaban muertas. En mi alma, los amores, las justicias y los destinos estaban derrumbados.

Y vos llegaste. Llegaste y me obligaste a creer de nuevo.

 

Has pasado por esto también. Digo, conocés de cerca el desarraigo y los cambios de plan. Ya no le tenés miedo al destino y sus azares. Y sobreviviste.

Sobreviviste a cada tropiezo y a cada viaje. Sabés también que los mapas no sirven de mucho y podés reirte a carcajadas de lo incierto.

A carcajadas. Y fue justamente así como coincidimos hoy. Justamente así como sobreviví: a carcajadas y a tu lado.

 

Y digo a tu lado pero la expresión se queda corta, porque saberme pasajera permanente de tu corazón es un privilegio. Pasajera y testigo. Y ese es un verdadero honor.

Coincidimos hoy-después de tanto-sabiendo que todo lo que ha pasado vale la pena pues estás conmigo y yo con vos y que lo demás no importa. No importa: ya recogeremos los pedazos de esas ilusiones quebradas para luego construir. Construir a carcajadas.

 

Y es que es justamente eso lo que amo de tu compañía: que construimos memorias todas y cada una de las veces. Eso y la certeza de la cotidianidad compartida. Todo estará bien si estás.

 

Te lo dije alguna vez: me fregaste. Tu amistad me cambió el paradigma del querer. Desde que llegaste, toda cercanía será medida con una nueva vara. Vara que seguís elevando.

Ahora se que no quiero menos que una amiga que me acepte despeinada y quejumbrosa, burlona y acompañada de miedos. Una amiga que me respete libre pero acompañe mi vuelo y no se asuste si nos toca caer. ("Quien te quiera a vos tiene que entender que no sos de nadie y que ese es justamente tu encanto"-me dijiste aquella vez. Así de mucho me conocés).

 

Y la charla de siempre:  Que todo es pasajero. Que vas a irte pronto. Que no querés quererme mas. Que le temes al final.

Y yo te respondo que mil veces te has ido y has vuelto ya. Que somos prueba de que la distancia no importa. Que no jodás, que la amistad prevalece. Que las promesas que hagamos están de más. Que el presente es todo lo que tenemos.

 

El presente y la certeza de seguir adelante. Juntas.

Porque lejos o cerca, no te vas. No te vas porque tenés sembrados en mí sueños nuevos. Sueños de los que hemos hablado, de los que nos hemos reído a carcajadas. Sueños que cumpliremos juntas. Porque-recordate-sos partícipe. Sos pasajera vitalicia de mi corazón y también testigo permanente de lo que construí desde que llegaste, porque antes no tenía nada.

 

Y es que todo es mejor desde que estás aquí.

 

 


domingo, 4 de octubre de 2015

Que te den por muerto (invisible,parte 2)

Nada es peor que-estando vivo-te den por muerto. Muerto porque "sos un caso perdido" y seguramente "no hay nada mas que hacer". O porque no hay tiempo y no hay recurso.

Muerto porque-como fantasma-sos invisible ante el ojo ajeno y la indiferencia es un alud.

 

Hoy-mas que nunca-toca pensar en eso: en los aludes. De tierra y piedras o de indiferencia ante el sentir ajeno. En cómo hay cosas que preferimos no ver hasta que se convierten en tragedia.

 

Me atormenta pensar que, mientras me baño y cocino y compro y sonrío alguien espera ser rescatado bajo toneladas de lodo y piedras. Personas vivas. Personas enterradas. Toneladas de lodo y piedras y ellos seguro piensan en la última vez que se bañaron y cocinaron. O en las sonrisas y las compras que harán al salir. Vivos, pero enterrados.

 

Fui a un entierro recientemente, el de mi papá para ser mas exactos.

Y-como todos sabemos-el momento mas triste es justamente ese: cuando vemos que la tierra cubre todo y no hay mas por hacer. Se terminó. No hay vuelta atrás. Y el saber que sobre esa misma tierra pronto crecerá pasto nuevo y la vida continuará.

 

Y allí estás vos, caso perdido. Irremediable ser. Enterrado. Enterrado vivo. Bajo el alud de tierra y piedras o de indiferencia, lo mismo da. Y no hay recursos y no hay tiempo y no hay voluntad. Desahucio y vuelta de hoja.  Eso o que sencillamente nadie quiso ver.

 

Y respirás entre el ripio y la ceguera ajena. Y podés gritar pero no sabés si alguien quiere escucharte. Enterrado vivo. Enterrado vivo y saberlo.

 

Saber que pasan las setenta y dos horas de búsqueda reglamentaria y no concebís que se abandone el esfuerzo y se declare el lugar como cementerio.

Saber que tenés setenta y dos horas para convertirte:  convertirte en cadáver y luego en semilla. Semilla enterrada. Enterrada para germinar y dar nueva vida.

Pero eso viene después: "hay que morir para vivir" cantaba yo cuando iba a misa. Y así cantamos todos mientras enterraban a mi papá. Y así cantarán las familias de los soterrados.

Morir. Es lo mas sencillo. Al fin y al cabo, la indiferencia pesa mas que la voluntad. Morir, pero no importa. Ya crecerá pasto nuevo. La vida continuará, es lo que debe ser.

 

Pero, ¿ y mientras?

¿Esperar la muerte y permitir que la indiferencia gane?

Gane porque "sos un caso perdido" y "no hay nada mas que hacer". O porque no hay tiempo y no hay recurso. Es mejor estar muerto. Muerto porque-como fantasma-sos invisible ante el ojo ajeno y la indiferencia es un alud.

 


domingo, 27 de septiembre de 2015

Sábados Gigantes (un hasta siempre)

Nunca se lo había contado a nadie. Y es que no lo creí importante hasta hoy. Solía llamarle los sábados por la tarde. Me gustaba hablar con ella: de tareas, de películas, del colegio. Era risueña. Risueña y noble. Mas noble que lo que comúnmente entendemos. Y esa era su virtud. Su virtud y su problema. Pasa así cuando te mostrás al mundo tal y como sos, en versión original, digamos.

 

La conocí en el ochenta y siete. Cuarto año de primaria. Ella era la nueva. Nueva y noble. Ese era justamente su problema. Cualquier imbécil podía verlo y eso generaba burlas. Burlas y soledad. Y yo la veía de lejos. Hasta un día cualquiera a mediados del mes de febrero de ese mismo año. Que si la amistad, que si el día del cariño, que si el intercambio de regalos. Y la vi entrar a clase con una caja de regalo mas grande que las demás. Caja que de alguna manera supe sería mía. Y sin conocer aun la famosa ley de atracción de Rhonda Byrne, fue justamente así.

Recibí el regalo con manos temblososas de ansia. Caja de zapatos forrada con papel de corazones y llena de galletas. Tres paquetes de Krokant sabor variado a mi disposición. Arranqué un pedazo del papel de corazones y le escribí: "mita mita al recreo".

Ella las de fresa. Yo las de chocolate. Una mas que justa repartición (porque las de vainilla nunca le gustaron a nadie).

 

Así fue que empezó esa amistad de recreo. De recreo, galletas y Sábado Gigante. Y ese programa me recuerda a ella pues-como dije al principio-la llamaba los sábados por la tarde y la voz de Don Francisco se  escuchaba de fondo. Y nos gustaba el concurso del Chacal de la Trompeta, ella de un lado del auricular y yo del otro.

 

Supe que después de doscientos años al aire el programa se canceló. Y pensé en cómo-casualmente- pasó lo mismo con mi amiga. Y ojalá hubieran sido dos siglos, fueron apenas catorce años los que cumplió antes de llegar a su fin. Supe por carta que no tendríamos mas recreos. Ni galletas. Ni llamadas de sábado por la tarde.

 

No pude decirle adiós. Busqué información sobre ella y su trágica muerte en internet. Nada. Duele pensar que de mi amiga no quede nada. Vivió 14 años y nada. Es por eso decidí escribir esta historia. Para hacerles saber que de ella me quedó mas que un buen recuerdo. Puedo decir que mi amiga era noble (mas noble que lo que comúnmente entendemos) y que nunca se enamoró. Que su canción favorita era la misma que la mía y que le aterraba bailar en público. Que le dolían las burlas y la indiferencia. Y que hubiera dado lo que fuera por dejar de ser invisible.

Invisible, porque exactamente así era como se sentía.

 

Este es pequeño recordatorio. Una forma de pelear contra la invisibilidad. Anoto las cosas que habré de decirle cuando volvamos a vernos: por ejemplo, que su partida es dura aun. Que ser invisible no era su problema: el problema estaba en los ojos ajenos que no pudieron apreciarla. Y que daría lo que fuera por unas Krokant compartidas y por escuchar los trompetazos y las risas al otro lado del auricular. "Y qué dice el público?"

Para mí, el público nos celebra. Nos celebra e invita a seguir como hemos estado hasta hoy: "Separadas por la distancia, unidas por un mismo idioma".

(Continuará)


domingo, 20 de septiembre de 2015

Corazón de volcán-De la película Ixcanul

"Esta película debería tener como soundtrack la famosa canción de José José", les dije en tono de broma. Y es que hago eso-bromear-cuando siento una lágrima trabada en la garganta y la circunstancia no me invita a dejarla salir. Sí, a veces me traicionan. Las lágrimas,digo. Pero al menos las luces estaban apagadas. La película estaba ya por terminar.


Ver Ixcanul fue como verme en un espejo. Y es que yo soy María.
Soy María, mujer. Soy María, enamorada. Soy María, largos silencios. Soy María, volcán.
Y pude verlo en sus ojos. Puede verlo porque sus ojos son los míos. Los míos: color del café tostado -algo arrugados ya-pero que nunca se cansan y tanto dicen.

Y me reconocí en todos y cada uno de los instantes en los que María veía a su amor.
Y recordé aquella vez que le prometí-con chispitas en los ojos-salir de mi escondite al escucharlo llegar. Y las muchas veces que anhelé acompañarle. Y cuando lloré al perderlo. Y los largos caminos de pasos silenciosos que recorro (aún) pensando en donde estará hoy.
Justo así como hizo María. María enamorada.

Y me reconocí en su vientre. Vientre de volcán. Palpitaciones y anhelos.  Todas y cada una de las veces que lo acariciaba con infinito amor y esa incontenible fuerza gestante de sueños y destinos a la que tan sabiamente llamamos vida. Y en el milagro de ser madre.

Me reconocí también en sus manos fértiles. Manos dispuestas. Manos multiplicadoras que asumen y se hacen cargo. Manos que resisten con fuerza y se entregan en cada caricia dada.

Me descubrí también en su mirada. Mirada cegada por un velo. Velo impuesto que aceptamos a regañadientes porque pensamos no nos queda de otra. Maldita sumisión.
Maldita porque deja sabor amargo en la boca y un yugo infinito en el alma.

Reconocerme: ojos, vientre, silencios, manos. Y en el corazón de volcán. Corazón ardiente que entiende el mundo es muchísimo mas amplio que lo tenemos a vista.
Corazón que sabe que los velos y los yugos se arrancan a voluntad.
Corazón que sabe amar. Y ama como tormenta, como tornado, como golpe de mar.
Y reconoce no hay otra forma de hacerlo.
(Continuará).



sábado, 12 de septiembre de 2015

Libertad, 15 de septiembre. De las tradiciones y la herencia

Me pasa todos los años: se deja venir otro mes patrio y sigo cuestionándome el "civismo chapin". Detesto las inútiles antorchas, los desfiles y los linchamientos, pero sobre todo la vergonzosa costumbre de "disfrazar" a los niños y ponerlos a vender en “el mercadito". ¿Me hace esto menos chapina?

Lo hice una sola vez: vestí a mis hijos “de indito”. Necedades de mi viejo. Acciones irreflexivas mías. Hoy puedo decir que me he reivindicado.Y quisiera que ustedes hicieran lo mismo. Año con año hago esta misma reflexión pública (arriesgándome al escarnio de los nacionalistas extremos y al linchamiento cibernético), pero es mi forma de celebrar y de hacer un mejor país para mí y para mis hijos.

Este 15 de septiembre les invito a que celebremos la independencia de una forma poco común para nosotros los chapines: cuestionándonos. Cuestionemos esta tradición tan racista. Piénsenlo un poco: ¿Qué valor estamos perpetuando con esta práctica? ¿Qué riqueza cultural le significa este estereotipo al país? ¿Qué le estás enseñando a tu hijo por medio de esta tradición?.

Yo, en celebración de la independencia, te invito a evaluar tu postura. ¿Defendés el racismo? ¿Decidís continuar con esta tradición? Si después de hacer algún tipo de análisis decidiste aferrarte a "lo que siempre ha sido" (apoyado por eso que dice que "la costumbre es mas fuerte que el amor") y escogés ser racista por decisión propia, excelente. Con el solo hecho de hacerte reflexionar me siento mas que satisfecha.

Si, por emitir este comentario, pensás que soy una resentida, te digo que tenés todo el derecho de hacerlo. Y yo tengo la obligación de respetar lo que sea que vos pensés.

El hecho de que no comprendamos el racismo del acto es precisamente la muestra mas clara de que somos un país racista desde la raíz. Esta es mi opinión. Pienso que no solo se trata de “disfrazar” a sus hijos de una etnia que no les corresponde. Ser indígena no es algo de lo que haya que "disfrazarse". Creo que lo peor de todo no es el disfraz o el estereotipo que implica. Es que a los niños, sus hijos, se les dice que esto es ser patriota y allí terminó el asunto. Y eso me da miedo.

Y tengo igual derecho de pensar y expresar lo que quiera. Y a que, sin importar mi postura, se me respete. Esta es la verdadera independencia.

Así que yo, chapina de nacimeinto y corazón, les invito hoy a cuestionarse.

Es la mejor invitación que puedo hacerles. Invitarlos a que este 15 de septiembre celebremos la oportunidad de ser libres, libres de tradiciones racistas. Invitarlos a que este 15 de septiembre celebremos la independencia, independencia de criterio, que tanta falta nos hace para construir un mejor país.


sábado, 5 de septiembre de 2015

De la famosa canción del velero Parte I


Este viernes será inolvidable. Llueve y me siento como prócer de las láminas educativas PiedraSanta. Sin traje de pinguino ni panty a la rodilla pero con un anhelo enorme por firmar. Y es que es septiembre y sobre esta mesa llena de papeles y risas comprometidas se discute la independencia.

 

Dicen los psicólogos que una persona independiente es aquella que tiene un elevado nivel de autonomía personal en la toma de decisiones. Aquella en completa capacidad de control sobre sus opciones de vida. Y lo de completa no muy me cuadra-la polaridad nunca fue lo mio-pero digamos que estoy de acuerdo con este concepto. Autonomía. Decisión. Independencia. Me apunto. Me apunto a todas y cada una de ellas. Para eso fue que a esta reunión traje voluntad y lapicero.

 

Así de importante es esta junta. Debo permanecer atenta a los detalles. El documento y su redacción, la respuesta que he de darle a las preguntas, la prioridad de mis intereses, mi actitud. Pero no. En mi mente estoy cantando la de Perales. Y seguro es la evasión-como mecanismo de defensa, diría el colega-pero me pasa cada vez que me veo en medio de un momento importante: busco una canción que exprese lo que estoy sintiendo en ese preciso momento,algo así como un traductor que me ayude a hacerme entender. Y hoy no fue la excepción. Como persona medianamente independiente que asume sus limitantes emocionales, acepto que-en este caso particular-Perales pudo hacerlo mejor que yo. Y la canción se me repite una y otra vez mientras todos los demás en la mesa comparten una taza de café y revisan los documentos.

Yo también reviso. Yo también comparto. Pero no quiero estar aquí. Quiero estar en el velero.

 

Y lo confieso, me vestí de camisa y pantalón vaquero a propósito-hago estas estupideces mitad inmadurez, mitad simbolismo, para divertirme- y esta canción (nai na na)  que ahora no dejo de cantar. Así que-según-dicta la estrofa-tengo ya el equipaje listo.

 

Dejar puerto asusta,claro. Mal que bien,los maderos viejos ofrecen la efímera  sensación de seguridad que tanto nos gusta y nos asusta (pero esa es otra canción).

 

Y el mar.

Siempre he pensado que tal vez no es su inmensidad lo que da miedo. Es la incertidumbre de su marea.  Es saber que de nada sirven las brújulas y los faros.

Eso y unos ojos-azules como el mar-que me preguntan con voz ronca: "Y ahora, mamá, a donde es que vamos?".

 

Continuará.

sábado, 29 de agosto de 2015

Una Coca al tiempo para vos. Brindis de despedida

Me incomodan mucho los velorios. Soy algo salvaje (lo comprendo) pero es que me siento inmensamente imprudente y, entre nos, no entiendo bien qué es lo que se espera de mi. 
Los largos sillones de cuero negro. El lúgubre y frío mármol. El olor a consomé y flores. Y ese jodido sentimiento de impropiedad. Saludás con un "buenas tardes"? con "cómo está"? "Y, que tal?" "Que onda? (con voz grave). Definitivamente no. Ninguno de los anteriores. Entiendo que lo mas apropiado es un breve bajar de cabeza y un abrazo medio superficial (ni tan corto que pueda interpretarse incómodo ni tan largo que pueda propiciar el llanto). 
Llorar puede no ser apropiado. Por lo menos no a gritos. Y no por mucho tiempo. Que clavo. 
Platicar. Del clima, la política, los momentos vividos con el difunto. Nada demasiado personal pero tampoco querés parecer frívolo. Contar, escuchar y repetir (cuantas veces sea necesario) los detalles de las últimas horas. Que si el accidente. Que si las llamadas. Que si el último suspiro. Todo sin parecer insensible pero tampoco morboso. Y los chistes. Siempre hay un grupo contando chistes. Por educación, te reís. Pero no mucho. Es un velorio, pues. 
Nunca he comprendido la dinámica esa de "acompañar a los dolientes". 
Si estás de duelo, querrás paz. Querrás un poco de intimidad con tu familia. Querrás llorar. Querrás todo menos un ciento de visitantes expectantes sentados por horas esperando el café. 
Esas pocas personas cercanas, seguro. Pero y todo el montón que no lo son mucho? 
Esta tarde de lluvia me encuentra, claro, en un velorio. Un señor algo grande ya. Alguien mas que cercano.
Alguien que "estaba malito" desde hace tiempo. Alguien que "está descansando al fin". Frases acompañadas de una mano comprensiva sobre el hombro ajeno y/o el pecho propio repetidas mil veces con grados variantes de sentimiento. Muestras de consuelo, creo.

El jefe del difunto y los compañeros de trabajo del hijo. Las vecinas de la hermana.  El compañero del Liceo promoción 1845. La prima de Estados Unidos que no viajaba a Guate desde el 89. Y las enemigas declaradas que me gané desde la secundaria. Aquí todos compartimos sillón y una bandeja de panes. 
Estoy segura de que no entienden lo que significa perder a alguien amado. A un papá, por ejemplo.
Si fuera así no estarían aquí contando chistes y hablando sandeces. O ha de ser que estoy sensible. La pérdida tiene ese extraño efecto en mi. 

Entre la lluvia y el murmullo de cien voces pienso en cómo el gentío acompañante puede hacernos sentir "bien" en un momento determinado. 
No dicen, pues, que cuando las alegrías y las bendiciones se comparten tienden a multiplicarse? 
Nunca fui buena para la mate, pero el gentío no hace sentido en esta tarde de luto. O será que con las penas pasa al revés? 
Se me ocurre que el corazón, al sentirse acompañado, se dilata. 
Y que un corazón ensanchado está en mejor capacidad para gozar de las alegrías y mejor defendido de las penas.
Y, entonces, acompaño. Acompaño a los invitados con café y abrazos. Con plática superflua. Con algún chiste, si es que lo piden. Ya tendré tiempo para llorar, mas tarde. Cuando esté sola. Dios nos guarde de desatender a los invitados. 

"Sea fuerte" me dijeron casi todos y-pues-les hago caso. Soy esa señora que no sabe bien qué es lo que se espera de ella y, entonces, un poco (bastante) incómoda. Pero fuerte. Son las tres de la mañana y soy la señora sentada en la esquina del salón que escribe alguna tontera en el celular cada vez que siente un nudo en la garganta. 
Nudo que se baja con un trago al tiempo de Coca, Coca que trajo de casa. Coca en botella que compró hoy al medio día cuando supo que su papá había fallecido y necesitó bajar el trago amargo con algo de azúcar. Coca cuya botella-elegida al azar-lee: "Para compartirla con papito". 
Y sí: brindo por quien fueras en vida, porque cada doliente tenía una historia que contar (y anoche las escuché todas) y por la vieja maña de hacernos los fuertes hasta que tengamos-al fin-un momento de intimidad. Salud, papá. Esta Coca al tiempo va para vos. 

sábado, 22 de agosto de 2015

Un vestido color bienvenida (concierto para piano)

La canción mas representativa de mi infancia entera es seguro esta. La escuchaste al menos mil veces en ese viejo tocadiscos que tanto atesorabas. Y allí estaba yo, recibiendo herencia musical a manos llenas y en formato vinilo.

 

"Ebano y marfil viviendo juntos en perfecta armonía como en las teclas de un piano, por qué-oh Dios-nosotros no?"

 

Allí conmigo estaba también Sir McCartney, tan sin gracia, robando la luz (como lo hacen los agujeros negros) que destellaba de los dientes tan blancos y sonrientes de don Stevie siempre Wonder -quien se suponía representaba el ébano en esta pegajosa tonada.

 

Y el mensaje era justamente ese: que el bien y el mal comparten lugar en los corazones. Que eso del Ying y el Yang aplica a todos los seres. Que en todos y cada uno de nosotros conviven la luz y las tinieblas.

 

Blanco y negro: como el tablero de ajedrez. Como las intenciones. Como las nubes a punto de tormenta.

"Ebano y marfil viviendo juntos en perfecta armonía como en las teclas de un piano, por qué-oh Dios- nosotros no?"

 

Y hoy entiendo que la respuesta es bastante sencilla: vos y yo no siempre vivimos en armonía porque-según cantan estos señores-toda paz trae su guerra.

Porque a veces estuvimos de acuerdo. Y a veces no.

Porque tomaste decisiones trascendentes mientras yo solo miraba.

Porque no supe cumplir con lo que pediste.

Porque te nececesité y no estuviste cerca.

Porque a veces yo era feliz y no te diste cuenta.

Porque te busqué y ya era tarde.

 

Y por hoy. Hoy que no se de qué color vestir mi corazón. Entre el oscuro ébano y el marfil hay tantos tonos. Y el daltonismo emocional me confunde.

Disculpame, no siempre me es fácil encontrar la emoción congruente al momento.

Pero claro, este leve letargo del alma es parte también de la herencia que hoy me dejás y acompaño al ritmo de esta canción.

 

Te confieso: me siento justamente como Stevie. Sonriente y moviendo la cabeza aunque el ritmo sea triste. Con la vista seriamente oscura pero un brillo innegable en el alma.

Y me está tomando tiempo esto de escoger el traje con el que he de despedirte. O con el que voy a presenciar tu bienvenida, ya ni se. Ni enteramente negro ni inmaculadamente marfil.

 

Abrazando un certero principio y aceptando un trágico fin.

Porque esta es una despedida. A partir de hoy la vida no será igual.

Porque también damos-ambos-la bienvenida a un nuevo despertar que inicia hoy. Y porque nos  abrazamos sabiendo que no habremos de olvidarnos jamás.

 

"Adiós, pues. Mi aflicción es tan oscura como el ébano pero te recibo con los brazos abiertos, amplios como el cielo marfil", pensé mientras me tallaba un precioso vestido color bienvenida y sonreía con tristeza. Un piano sonaba de fondo.

 

 

 

 



sábado, 8 de agosto de 2015

De lo que se dice (y no) en un solo minuto

 Hay algo fascinante en todas y cada una de las instituciones públicas. Y es que, no importando si nos toca ser residentes o simples visitantes, los viejos y atestados edificios nos reciben -todas y cada una de las veces- con melodías del recuerdo.

Voces apasionadas que cantan al amor y al olvido nos acompañan mientras se nos pica el hígado por la espera, la ineptitud y lo engorroso de la burocracia.

 

Hoy no fue la excepción. Y ha de ser por eso que-muy en el fondo-disfruto de los diez minutos de visita que tiene mi viejo en el hospital.  Y la alegría viene de un gastado radio a pilas que permanece asegurado a un obsoleto tubo de oxígeno con un montón de masking tape mal enrollado. Obsoleto pero con el sonido y la acústica de una orquesta vienesa. Las condiciones tan deplorables de hospital tan público y tan tercermundista no le han robado ni un ápice de dignidad.

 

Y así mismo está mi viejo. "Pocos pelos, pero bien peinados", como dice siempre. Con sus ojos casi verdes perdidos en el piso casi blanco. Con las muñecas enrolladas en un material extrañamente parecido al masking tape mientras la bien amada Rocío Durcal se desgarra la voz de gorrión con aquella que dice:

"Jamás te dejaré, jamás, por nada: aunque no tengas pasado, aunque no tengas presente, aunque no tengas futuro".

 

Y pasado tenés, viejo. Es lo que tu edad amerita. Hiciste lo que quisiste. Hiciste lo que pudiste. Y con eso basta, quiero lo sepás. Si estas líneas buscaran juzgarte, entendé que no te iría tan mal.

 

Presente tenés también, aunque duela tanto.

Duele tu mala salud. Duele recordar cómo eras no hace mucho.

Y el futuro. Nada mas incierto que eso, no?

 

"Jamás te dejaré, amor, por nada". El jamás es una promesa que hacemos sabiendo no podremos cumplir. Vos y yo damos fe de esto. Somos tan buenos para prometer como lo somos para no cumplir.

 

Y puedo unirme al coro: jamás te dejaré. Es lo que me toca, no viejo?

Hay tanto de vos en mi que no me queda de otra. Y aquí estoy, pensando en que no puedo hacer otra cosa mas que estar. Estar y hacer como que no veo.

 

"Tienen un minuto mas señores y termina la visita" gritó la enfermera con su voz de hastío. Y, claro, cómo no estar harto de vivir si se te obliga a usar zapatos blancos con suela  de goma para patear a la muerte en el fondillo todos y cada uno de tus días.

 

"Te veo mañana, viejo. Solo queda un minuto..."

"Esa vieja-la Durcal-está tan estirada ya que si se carcajea se le aflojan los calzones. Se ha hecho tanta cirugía plástica que le agarran el pellejo con una tuerca en la nuca"-

"Eso les voy a decir a todos los que me pregunten por vos: que te ingresaste para estiramiento general"-"Puta. Para ser un bonito cadáver"-"Pasa así con la seño Rocío y aguas que vos sos mas malo que hierba: de esas que no se mueren nunca"-"Puta".

 

Un minuto. Tan poco tiempo y tanto que decirte.

Y si tenés prisa por irte, andate viejo. Ya te alcanzaré. Es mi destino.

"Y es que no hay nada que pueda separarnos y tu sabes por qué".