sábado, 28 de noviembre de 2015

De uno y la mitad del otro (esas primeras veces).

Que las primeras veces tienen su particular encanto, platicaba con un colega el otro día. Que son memorables y marcan un precedente. Que son antesala para lo que ha de venir.

Son así las primeras veces.

 

No hace mucho y por primera vez en mi vida adulta, recibí una considerable gritada. Recia, inapropiada. Pública y escandalosa. Era la primera vez que él me gritaba. Me quedé atónita. No hice nada mas que verlo: ojos de odio, desplantes y gritos. Primera vez que también fue la última.  Y digo esto con toda seguridad: fue la última porque me lo prometí a mi misma. No lo permitiré de nuevo. Nunca.

 

Pero-además de la promesa-no hice nada. Nada. Esto es lo que realmente me preocupa. Me preocupa y conecta con tantas otras primeras veces:  la primer mirada de desaprobación injustificada que recibí al expresar mi deseo de continuar estudiando en la universidad después de embarazarme.  El primer ataque de celos que le aguanté a mi novio de la adolescencia. El asco que sentí a los once años cuando un familiar me vió libidinosamente por primera vez. El primer empujón retador que recibí cuando se agotó el diálogo conciliatorio. La primera vez que mi amigo-el macho-me suguirió no siga estudiando "por que eso intimida los hombres". Y la primera vez que osaron preguntar quién iba a mantenerme "ahora que soy divorciada".

 

Y el asqueroso sentimiento de impotencia ante el abuso. Abuso al que se me enseñó responder con una sonrisa. Porque la educación no pelea con nadie. Porque es lo que las damas hacen. Porque ver, oir y callar. Porque callar y tragar la indignación. Y tragarla en silencio. En silencio aunque envenene. Porque es lo que toca, desde la primera vez.

 

Pero hoy también comprendo que puede ser esta una oportunidad valiosa de hacer algo al respecto: asumir responsabilidad sobre mis circunstancias, por primera vez.

Porque, sí: el otro grita e insulta y agrede. Pero yo lo permito. Lo dejo pasar. Lo perdono. Y hasta me lo creo.

La responsabilidad distribuida de forma equitativa dicta que: la mitad de uno y la mitad de otro.

Porque las circunstancias pueden serme adversas, pero quien se victimiza soy yo.

Porque, al final de la historia, el gritón perdió. Y porque seguí estudiando y hoy soy madre y soy profesional. Porque los celos no se los aguanto a nadie. Porque a ese pariente le mostré el dedo medio y aún hoy me baja la mirada, porque de ese empujón me liberé y porque acabo de pagar la matrícula para estudiar un Doctorado. Porque soy una mujer independiente que sostiene su hogar.  Pero-sobre todo-porque soy una mujer que está aprendiendo a romper esquemas heredados y a no quedarse callada.

 

Una mujer que cumple, porque toca así: asume su porción de responsabilidad, deja de victimizarse y acciona aunque le cueste uno y la mitad del otro.

 

1 comentario:

  1. Amiga entiendo perfecto todo lo que sientes (y transmites muy bien) porque yo ya lo vivi a los 25 tome ese valor por primera vez y al dia de hoy soy una mamá feliz y ni un solo dia de mi vida los últimos 13 años me he arrepentido de ser valiente.
    un abrazo

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