sábado, 25 de julio de 2015

Humano humanista (del título como un apodo) Feliz día a ustedes, colegas psicólogos

"Es que la Licenciada nunca se estresa. Por eso es que no nos entiende, porque no sabe lo que nosotros sufrimos"-me dijo, en tono de reproche.

La Licenciada. Suena a título de gran realeza.  

Título de admiración y respeto, prestigio, expectativa y sabiduría.

Y no, no me jacto de eso.

 

Y es que jamás existió persona mas confundida que yo. Que si me estreso?

Que si sufro por tonteras? Que si me siento total y completamente incompetente ante las situaciones del alma? Ja!

 

Y he de confesarlo: las palabras se me quedan cortas casi siempre comparadas con el sentir.  Y-como perro de Pavlov-he aprendido a hacer una mueca inexpresiva que puede leerse como muestra de quietud, pero no dejen que esta licenciada los engañe.  Esa máscara pacificadora no es mas que una reacción aprendida que se activa cuando siento que el corazón está a punto de traicionarme.

 

Y ya que estoy confesando, quiero decirles también que aquí no hay nada  digno de admirar. Nada digno de titular.

Ha de ser por eso que me sentiría mucho mas cómoda sin el título antelando mi nombre. O ser la licenciada con minúsculas: para que suene casual y con el tono de familiaridad que tienen los apodos.

 

Y es que no soy nada mas que eso: un ser humano. Un ser humano con todo y lo que eso implica. Errores, horrores y amores mezclados todos en este cuerpo que a veces pareciera demasiado pequeño para albergar tanta incertidumbre.

 

Soy justamente eso: la licenciada que llora inconsolablemente cuando no siente en su alma la paz que solo da la congruencia.

La licenciada desquiciada (hasta en rima) aquella que insiste en hacer-reiterativamente-cosas buenas que parecieran malas.

La licenciada que sufre aquellos días en los que el corazón no quiere despertarse y necesita un chocolate y una buena noticia para lograr salir de las chamarras.

La licenciada que, si se presenta repentina la oportunidad, evade cualquier confrontación emotiva escribiendo tonteras en su teléfono.

Aquella que necesitó de muchísimo coraje para-después de décadas-dedicar una canción de amor y después de escucharla mil veces-maldita canción- sigue esperando que el destinatario logre escuchar lo que quise (quiero?) decir.

La licenciada que se equivoca y que solo tiene como opción el rectificarse cuando le es posible. La que no sabe nada de la vida y que aunque leyó el "manual de vuelo" opta por seguir aprendiendo a medida que camina.

La licenciada con minúscula. Esa-sin duda-se parece mas a mí.


sábado, 18 de julio de 2015

La famosa crisis de domingo y de cómo ahora soy militante del temible KKK (Parte I)

Domingo. Son apenas las ocho y media de la mañana. El rayo de sol que se filtra por la ventana, el olor a pan tostado y el café humeante. Ojeo el diario con displicencia y suspiro. Domingo.

 

Para cualquier otro mortal, este día suena a familia.A viaje, a partido de fut ball y a risas. A fritura de sartén, charla de viejas y marimba de fondo. Pero no para mi. Para mi es domingo y el silencio se hace cada vez más presente.

 

Silencio. Y es que eso es todo lo que queda en estos días, días de domingo en los que le doy la mas cordial de las bienvenidas a mi recién asumida soledad.

 

Domingos. Los primeros fueron de fiesta. Fiesta para celebrar y fiesta para evadir.

Y no, no lo niego: eso de engañar al dolor con ruido funciona por algún tiempo.

 

Luego vinieron los domingos de culto. Salmo y pandereta como expiación a mis errores y omisiones. Pero no, ya dije que el ruido solo engaña por ratos.


Ratos que duran lo que tarda el POS en aprobar una compra. Alivio escondido en el beeeeeeeep de la compulsión sanadora. Y es que los agujeros del alma también se llenan comprando. Doy y daré eterna fe de ello. Ha de ser por esa razón que las tiendas esas (las que todos visitamos sin admitirlo) abren mas temprano los domingos. Y sí, las compras tienen el mismo efecto que el ruido y la anestesia local.

Son placebos que sabemos momentáneos pero asumimos como salvavidas: nos sirven mientras llegamos a tierra firme.

 

Salvavidas. Me encantan esos dulces, sobretodo los rojos. Ese mismo sabor de colorante carmesí fue lo que desayuné los siguientes domingos. Y es que salí a caminar. Tennis nuevos por kilometrar pero no, los deportes jamás han sido lo mío. Y que también me gusta bajar el ritmo de los asuntos solo para calibrar el alma. La vida me ha enseñado a no acelerar. Así que no corrí, solo caminé.

Despacio y sin rumbo. Caminé con una granizada de fresa en la mano y mi psicólogo al lado. Caminé para pensar, o para no hacerlo. Caminé para sentir, o para no hacerlo. Caminé hasta que me cansé. Caminé hasta que me cansé de huir.

 

 

Y hoy. Este domingo sabe diferente. Hoy no hay reuniones de grupo terapéutico ni compras ni podómetro para el alma. El jarabe carmesí cumplió su efecto salvavidas.

Este domingo me asumo como militante del temible KKK: las Kardashian en la tele, el siempre dispuesto señor Kundera y un enorme y delicioso plato de productos Kellogs con leche fría.

Ya no huyo. Ya no evado. Ya no busco salvavidas.

Este domingo sabe-por primera vez y en muchísimo tiempo-a balance, a futuro y a ChokoKrispis.


sábado, 11 de julio de 2015

De lo que somos antes y después de un gran amor


"Las dos Fridas" es-sin lugar a dudas-mi obra favorita de esta genial artista.

Y es que no hay nada mas poderoso que dos mujeres con corazones enormes y tomadas de la mano.

Dos mujeres o una sola, creo es esta incierta dualidad la que realmente da fuerza a la obra.

 

Fuerza. Y es que no se es la misma después de sobrevivir a un gran amor. Al menos es lo que yo entiendo.

La genial (su) Frida me respalda. Estos amores de una sola vez en la vida son eso: kryptonita nuclear que igual destruye que ilumina el campo de batalla que es nuestra alma. Y nos sucede como en la lucha libre: en una esquina la mujer con el corazón roto.  Roto pero que sigue amando con todos y cada uno de los pedazos y hasta con las migas. La valiente mujer que se dio permiso para sentir. Sentir a completa capacidad a pesar del Apocalipsis personal evidente. El remanente de la vida post impacto, llamémosle.

 

Y en la otra esquina, el después,  la mujer completa. Herida, sangrante pero fuerte. Repuesta. Digna. La que guarda un lugar especial en su corazón para aquel individuo que alguna vez fue tornado en su alma. Y los ojazos debajo de esa única ceja. (aquí podría hacer referencia a la famosa malagueña pero la broma no aplica)

Los ojos de fuego de la Kahlo parecen decir: "Mirá, te guardé un lugar en el Salón de la Fama de mi corazón. En el VIP. Me repuse y te reconozco como gran maestro. Gracias.  Gracias siempre. Antes de vos era yo un lienzo en blanco. Un sencillo y primitivo bosquejo a lápiz. Con una que otra gota de sentir, claro. Pero blanca: sin trascendencia ni interés. Blanca.

 

Y es que no se es la misma después de sobrevivir a un gran amor.

Y digo sobrevivir, porque si me preguntan cuándo estuve lo más cerca posible a la muerte, la respuesta verdadera sería la mañana en que te escuché decir que ya no me amabas.  Ese mismo día fue que mi (su) Frida blanca empezó a morir.

Recuerdo haber visto el piso cerámico tratando de hacer sentido de esas palabras. Y las escenas de tiempos felices y juntos pasaron por mi cabeza sin misericordia. Recordé cuando nos conocimos. Recordé cuántas veces nos amamos. Y cuánto nos herimos. Y las mil formas en las que nos dejamos. Mucho tiempo ha pasado desde entonces.

 

La blanca murió. Y hoy soy color. Soy color a pesar del cielo gris en el fondo. Soy vibrante color sin filtro ni medida que no se destiñe con ninguna lluvia. Color.

 

?Qué, qué me pasó? Me preguntás. Vos, vos me pasaste. Y te lo agradezco. Te lo agradezco siempre".

 

El diálogo se detuvo por un minuto y ambas (su) Fridas sonrieron en complicidad. Y es que no hay nada mas poderoso que dos mujeres con corazones enormes y tomadas de la mano.

(Continuará)

 

 

 


domingo, 5 de julio de 2015

De cómo el tiempo se ha detenido y no transcurre ya. Carta para usted que está tan lejos.

No sé cómo sería eso de reencontrarnos.

Alegre, sin duda, pero tendría que contenerme.

Contenerme pues, como suele pasar en historias como esta,  las circunstancias no nos permiten otra opción.  

 

Vernos. Cruzar una mirada. Una mirada que contenga todas las pláticas que nos debemos.

Los cafés, los consejos, las tardes de lluvia y los chistes.

Una mirada de tantos años. Y ya.

En eso, y solamente en eso, quedaría el encuentro.

 

Sepa, mi estimado licenciado, que este no es un reclamo.

Es solo un compendio de todo lo que no le digo.

De todas las veces en que me sorprendo pensando: "esto se lo voy a contar el día que nos veamos". Y de las veces que me hace falta su sabio consejo.

 

Disculpe el drama. Es solo que creo que lo extraño. Lo extraño, aunque estemos tan cerca. Y es que, entre billones de personas,  ud me entiende así como soy. Me entiende sin mayores explicaciones.

Y, de alguna extraña manera, sepa que yo también he aprendido a entenderlo a ud.

Lo entiendo aunque sea ud tan distante y tan indiferente a veces.

Que la prudencia no es lo mismo que la indiferencia-dice- que no se parecen en nada.

Ay, licenciado, cuánta razón tiene siempre. Pero quiero aclararle que pensar en indiferencia duele menos, pues ya ve que la prudencia no la entiendo, perdone.

 

Pienso en usted. A veces mas de lo que yo quisiera. Pienso mucho y pienso en nada, ya ve que son las cosas cotidianas las que uno extraña realmente. Cosas cotidianas como los abrazos de bienvenida, las miradas cómplices y la forma en la que mueve las manos cuando habla en ese tono tan serio que tiene.

 

Los días pasan, licenciado y sigo albergando las mismas certezas. Y los mismos miedos. Y esa extraña sensación que pelea contra todas las leyes universales: el tiempo se ha detenido y no transcurre ya.

 

Vernos. Un día de estos será.

Mientras tanto, le pido algo: prométame que no se olvidará de mi. Que no  olvidará que mi sentir es para siempre. Que recordará el impacto que ha tenido en mi vida desde hace tanto.

Y vernos. Vernos un día de estos.