sábado, 27 de diciembre de 2014

Tener un millón de amigos: anhelos para el año nuevo

Como que nada, estamos ya en los últimos días del mes de diciembre.

Se terminó el año. Trescientos sesenta y cinco días de aprendizajes, experiencias y recuerdos que agregar al Curriculum Vitae.

Yo, aun no aprendo a usar un barreno o cambiar una llanta.

Tampoco he aprendido a encender una fogata.

No voy a clases de pintura.

De las 20 prometidas, he bajado solo 3 libras.

De los 3 libros al mes, he leído solamente 5.

No terminé la Maestría. No viajé a ningún lugar. No he puesto al día mis impuestos. No fui voluntaria para ninguna causa. No visité más seguido a mi madrina.

De los demás, ni me acuerdo. Siendo completamente sincera y benevolente conmigo misma, puedo decir que los objetivos que me planteé para este 2014 fueron mediocremente cumplidos. Seguro y para este año que empieza me propondré una dosis gigante de constancia y una mejor memoria.

 

Una vuelta completa al sol. Un nuevo año que empieza. Y el mayor anhelo de mi corazón para dar inicio al mismo es cultivar un enorme corazón que sea capaz de sentir genuinamente. Y brazos amorosos para dar consuelo. Y una boca sabia y sincera (aunque fuera, a veces, imprudente).

Y nuevos ojos para ver los propósitos que se encuentran ocultos detrás de cada obstáculo.Y ser valiente y no rajarme.

Y fuerzas para no vivir a medias. Y el super poder  de diferenciar entre el miedo y la sensatez, entre la constancia y la vil necedad.

Y antenitas de vinil para reconocer los sentimientos de otros. Y capacidad para dar el mejor de los regalos: la validación emocional. (No contaban con mi astucia).

 

Y, cómo no, prosperidad.  Parafraseando a Roberto Carlos, quisiera tener  un millón de amigos (y que cada uno me diera un Quetzal). Esta última es broma (aunque ya impresa en blanco y negro no suene tan descabellada).

 

En fin, concluyo este 2014 un poco mas experimentada y bastante mas obesa.

Y es que estos últimos 12 meses de lecturas, lattes con galleta, amores, pláticas significativas y un par de nuevos buenos amigos han hecho de este 2014 un año que ha valido la pena. Aprendí, comí, compré, abracé, descansé, perdoné. Y lo repetí  cuantas veces quise.

Termino, entonces, con un buen sentimiento en el alma y con ganas de un nuevo inicio. No me queda mas que  desear que en el año que empieza no nos falten la sabiduría, los amigos, los carbohidratos. Y, claro, que nunca cantemos solitos: que lo hagamos acompañados por un coro de pajaritos.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Navidad y Diversidad: un verso sin esfuerzo (parte 2)

Nos vimos hoy. Compartimos una hamburguesa y la misma buena charla de siempre. Que si el amor. Que si el dinero. Que si el futuro.
"Con tres meses tengo, vos. Dame 90 días y  vas a ver todo lo que hago en ese tiempo"-me dijo con su voz tan convincente y sus ojones negros.  "Ya mucho, vos. Es tiempo ya de levantar. Dame noventa días". Y yo le creo.
Nos conocimos hace 20 años, pero esto de conocernos de verdad es reciente. La vida nos reunió en un momento crítico para ambos e increíblemente, nos hemos acompañado. Lo he visto mal. Y re mal. Caído y machucado. Y,sin embargo, allí está: fuerte. Mas  fuerte que Rambo (aquel que se curaba las propias heridas). Tan fuerte que, sea como sea,  siempre tiene un consejo y un abrazo para mí (para mí, la loca de insignificantes dramas. La loca que no confía sus secretos a casi nadie. La loca que no le abre el corazón a cualquiera).
Me ha mostrado el valor del desapego. Y hoy, bastante tiempo después, me veo ante la increíble oportunidad de aplicar lo que con tanto amor y su ejemplo me ha enseñado.

"No nos dimos regalo pero espero tengás  una feliz navidad"-me dijo luego de un breve abrazo. Y yo, siempre de acción retardada, no alcancé a decirle lo que estaba pensando.
Lo vi tirar la colilla del cigarro a medida que me alejaba. Rudo. Fuerte. Escondido detrás de sus eternos anteojos oscuros. Pero, al verme ya lejos, me dio una de sus sonrisas sinceras y me dijo adiós con la mano. "Mi amigo. Me diste el mejor regalo del mundo: me diste esperanza".
Y así es que empieza este 2015: con la esperanza de un mañana mejor.
Que sean todos bendecidos con un reencuentro: con amigos, con viejos gustos y con ustedes mismos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Diversidad y Navidad: un verso sin esfuerzo (parte 1)

Una canción navideña y los montones de luces me llevan al lugar menos probable del mundo: la hermosa ciudad de Guastatoya. Y es que, por razones de trabajo de mi papá, solía yo pasar allí las vacaciones decembrinas.

Calor del infierno pero un árbol navideño nevado, justo al lado de la piscina.
"I wanna wish you a merry christmas" cantaba José Feliciano en la rockola (de aquí es que surge mi eterna fascinación con estos fantásticos aparatos que le he pedido a Santa desde entonces y aun no hay modo).
Sentada, en calzoneta y descalza, como Judas moderno con una bolsa de monedas en mano. "From the bottom of my heart" una y otra vez.
Tiempo aquel en el que la mas importante decisión a tomar era utilizar las monedas para un helado de hielo o escuchar un par de veces mas la canción de Feliciano.

Helado de hielo con sabor a jocote y agua sucia en diciembre. Arbol nevado con escarcha plástica a la orilla de una piscina bajo un ardiente sol tropical. "I wanna wish you a merry christmas" en calzoneta y descalza. Es dentro de esta misma diversidad (que podría parecer incongruente) que se desenvuelve mi vida. Y eso debo agradecérselo a mis padres. Y es que, claro, en mi casa el sentimiento de diversidad  incongruente era (es) la única constante.

Nada religiosos, pero con un enorme nacimiento que ocupaba la mitad del corredor de entrada. Un niño Jesús gigante (tanto, que opacaba a sus padres y mascotas) vestido con un traje brillante que durante el resto del año pertenecía a un peluche. Un Belén que parecía celebrar la post guerra (pues permanecía rodeado por soldados plásticos de esos que se hicieron famosos después de Toy Story), dinosaurios con las fauces abiertas, Legos y el Corvette rosado de la Barbie. Diverso.
Mi papá descamisado y con el cigarro encendido mientras vaciaba el aserrín de colores sobre una tabla. "Dense gusto pues, patojos". Mi mamá, escoba en mano, murmurando alguna sandez. Y mis hermanos jugando a rehenes mientras se hacían amarras con los cordones de manzanilla.
Papa, podemos balinear a los aldeanos después?"-preguntaba Jorge con una sádica sonrisa y una encendida chispa de brillo en los ojos profundamente negros-  "Va, pero solo agarren dos cada uno. Qué chingan". Y a los muñequitos de barro les temblaban sus piernitas de alambre.

Navidad, diversidad. No por gusto riman. Y es que es justo en esa diversidad que podría parecer incongruente que se hace evidente la lección: es con mi familia con quienes puedo ser. Ser tal y como soy.
Sin filtros de censura, sin juicios. En mi familia no nos reprimimos ni adornamos sentimientos. En nuestras conversaciones igual caben las lágrimas y los consejos, las opiniones y los chocolates, las carcajadas y hasta los insultos. Y diciembre es eso: un espacio para reencontrarnos. Reencontrarnos tal y como somos: diversos. (Continuará)

domingo, 30 de noviembre de 2014

Doña Celia y el buen caminar

Este final de noviembre me encuentra sentada en el un centro comercial "disfrutando" de la música navideña prematura, un café y una buena charla. Mi amigo y yo nos burlamos de cómo otros pasan dejando babas, suspiros y anhelos en las vitrinas.
Me identifico con aquellos que hacen cálculos mentales y piadosas oraciones para ver si así el aguinaldo se estira.
Pero mis favoritos son los que sufren con los ojos el espantoso, vicioso y martirizador  círculo del deseo que empieza cuando un objeto cualquiera atrae nuestra atención. Ojos abiertos, pupilas dilatadas, deseo desbordante. Mirada fija. Dos presurosos pasos de acercamiento mientras estiramos la mano para alcanzarlo. Ojos entrecerrados de deseo mientras acariciamos el objeto,éxtasis. Ojos desorbitados y ceño fruncido al ver el precio, corazón roto, desapego. Mirada al suelo mientras, resignados, soltamos el objeto y hacemos la retirada. Manos vacías, ojos tristes.
Acción y reacción, newtoniano el asunto: del placer al desengaño a la resignación en menos de un minuto. Extremo.

Reflexiono sobre el hecho de que la cultura actual no nos acostumbra a los procesos. Y por eso vivimos para la gratificación inmediata.
El mañana ya no importa. Ya no disfrutamos los preámbulos. Ya no cantineamos. Ya no anhelamos.
Nuestro corazón no se alimenta ya de motivaciones y vive solo a base de acciones y reacciones, negándonos el involucramiento emocional con todo y con todos. Se nos olvidó  que felicidad y placer no son lo mismo.
Y somos tierra mas que  fértil para cultivar el tan temido analfabetismo emocional.

 "Mano, dejá de mirarlos.Mil doscientos pesos es demasiado por un par de zapatos" (en oferta)- me recuerda con voz autoritaria. Y mi amigo, siempre tan sabio y tan lleno de sentido, cierra su argumento afirmando: "tenerlos no te va a hacer mas feliz".  
 Suspiro, en total acuerdo. Y es que, al final, no son los zapatos:  es el tumba'o con el que caminamos (o, al menos, eso decía Celia Cruz).





sábado, 22 de noviembre de 2014

Dos escasos centímetros y una decisión por tomar

Los veo de lejos. Estoy sentada en una mesa cercana a la de ellos. Son una pareja de amigos. Amigos de esos que están a dos centímetros de dejar de serlo.
Es evidente: ella se arregló mas de lo usual. Se arregló para el.
Lo abraza cariñosa y recuesta la cabeza en su hombro, como buscando protección.
El recibe el abrazo sin inmutarse, pero se delata al momento de clavar los juguetones dedos en su largo y sedoso cabello.  Parece disfrutarlo. Inclina hacia ella su cuerpo de una manera casi imperceptible. La mira a los ojos. Sonríe.

La mesera, imprudente, los interrumpe con dos botellas de cerveza fría. "Algo mas, joven? Quiere ver las entradas, porque hay nachitos, papas...." "No, gracias. Solo"-respondió ella un poco tajante, pero sin dejar de verlo. "Y que los deje solos, porfa! Madre! Qué mujer mas imprudente"-pensé. Respeto, es lo que toca cuando se está en presencia del amor. Y es que es evidente: hoy es el día. Día para dejar de ser amigos y darse un beso.
Y el primer beso es un momento importante.
Importante pues no solo requiere del inocente coqueteo y de los nervios. Se necesita un monto considerable horas de reflexión obsesiva:  "¿Será que le gusto o no?" "¿Valdrá la pena tomar el riesgo?" "¿Será mi imaginación o de verdad se sonroja si me acerco?" "Son mariposas o es solo hambre?"

Las sonrisas pícaras. Las bromas subidas de tono. Los juguetones mensajes de texto. Las pestañas movedizas. El brillo en la mirada. Todos ellos indicadores engañosos. O señales certeras que nos lanzan una mas que obvia invitación. No siempre lo tenemos claro. Y es justamente esto lo que nos mata: no tenemos la certeza pero necesitamos tomar acción.¿Qué va a pasar si no? Qué va a pasar si sí? (siendo esta última la peor de todas las preguntas). La toma de acción es urgente. La imprecisa invitación bien vale la pena.

Los veo alejarse despacio mientras él pregunta: "Tiene frío?". Sin esperar respuesta pone la mano sobre sus hombros y  luego la abraza. Ella cierra los ojos por un momento.
La mesera imprudente y yo cruzamos miradas, ilusionadas. Ella, incluso, junta sus manos a la altura del pecho, en señal de oración. Ambas sonreímos. Es tan obvio que, aunque ajenas, podemos sentirlo: hoy es el día.
"Pilas patojos"-quise decirles, pero me contengo. No quiero ser imprudente (por lo menos no tanto como fue la  mesera). No quiero arruinar una noche que promete ser perfecta para este par de amigos, amigos de esos que están a dos escasos centímetros de dejar de serlo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

De los abrazos y otros encuentros

El diccionario define la palabra abrazo como "aquella muestra o gesto de afecto que consiste en estrechar entre los brazos a una persona".
A mi edad, y después de haber entregado y recibido miles, creo que la definición se queda mas que corta si consideramos que este cariñoso apretón tiene el poder de calmar los nervios, aliviar tensiones y hacernos sentir protegidos de todo mal.
Y no es solo un apretón. Cada abrazo es diferente. Diferente en entrega, en intensidad y en intensión. Condolencia, consuelo, deseo, cariño. No, no todos los abrazos son iguales.

Y el destinatario. Todos tenemos unos brazos favoritos a los que recurrir cuando necesitamos sentirnos reconfortados. Una persona especial con quien fundimos alma, corazón y vida cada vez que coincidimos en uno.

Y lo que decimos mientras ocurre. Esas palabras que susurramos al momento de estar en amorosa confidencia de dos (o doscientos) minutos de cercanía y en tono de secreto: "Te amo inmensamente". "Te felicito,hijo". "Lamento mucho tu pérdida". "Regresa pronto, voy a extrañarte". Y así, según la ocasión amerite.

El sentimental, que no nos permite contener las lágrimas. El de "Señora desconocida en Misa", distante, comprometido y medio hipócrita. El apasionado, que nos roba el aliento. El largamente esperado, que nos sirve para compensar un largo tiempo sin vernos. El romántico, el mañoso, el fraternal. El abrazo.

Y los que tienen el poder de hablar todo aquello que no hemos dicho.

"Pero estamos mucho mejor ahora que antes, chula!" gritó , jubiloso, mientras se cerraba la puerta. "Y claro que lo estamos"-pensé. Hice cuentas: eran ya 19 años sin vernos. Y, en lo que le toma a una puerta de elevador el abrir y cerrar nos dimos un abrazo de esos que hablan. Yo entraba. El salía . Coincidimos, justo como sucedió cuando éramos patojos. Nos tuvimos cariño y parrandeamos mientras fue novio de mi amiga. Nos odiamos cuando cortaron (¿no es así que funciona la amistad?). Pero hoy, media vida después, nos reconocimos al instante, con amor y sin pleitos.
"Me divorcié. Y vos?" - "Yo no - "Hiciste bien"- " Vos también" (y es que, a esta edad, la pregunta es infaltable en toda conversación). "Los patojos?"-"Enormes"-preguntamos y respondimos al mismo tiempo. "Mano, no nos veíamos desde la última vez!"-dije (siempre irreflexiva). "No seas payasa"-respondió como siempre, solo que con voz de señor.
"Salimos adelante, nos logramos" le dije con un abrazo. Un abrazo que también decía "Perdoname las tonterías de niña inmadura. Yo no debí odiarte, vos te comportaste siempre a la altura. ¿Sabés? sigo pensando que, después de la ruptura, ella salió perdiendo. Y yo también. Eras un amigo muy querido. Y una excelente persona. Felicitaciones.  Has de ser re buen papá. Me alegro mucho por vos. Y buscame en Facebook. Que chilero verte, en serio". Todo eso decía mi abrazo.


domingo, 9 de noviembre de 2014

#Then&Now


"El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos..."-la nostálgica voz de la Sosa suena al fondo y, de seguro, se me impregnará como tarareo mental por varias horas. Es domingo y hace frío.

"Una foto, patojos" en tono de orden pero con una súplica implícita. Click. Momento eternizado. Han pasado diez años exactos desde la última vez que visitamos este lugar. Diez años desde esa tarde lluviosa en la que repetí la misma frase con el mismo tono suplicante (sabrán que mis hijos no disfrutan de tomarse fotos con su madre. Y mucho menos si esto implica un abrazo).  

 

"Seguís igualita" comentó una amiga al comparar ambas fotos. "Será, vos? Na'h. Son tus ojos que me ven con cariño".

 

Igualita. No lo creo. Y es que en ese tiempo aun soñaba con lo quería ser "cuando fuera grande". Hoy, ese momento ha llegado. Sueños cumplidos o no, soy grande ya y ni modo. Hice lo que pude.

 

Hace diez años exactos tenía yo 27 y dos hijos de 5 cada uno. Y estoy segura que desde entonces,  no solo los números han cambiado.   Por ejemplo, dejé de usar el verde limón porque hoy me preocupan cosas como mi amarillento tono de piel y las arrugas (que aunque evidentemente están allí, procuro disimular).

Antes no usaba maquillaje y hoy (por algo que considero una cortesía básica con el prójimo) no salgo sin antes darme una manita de gato.Soy grande, sí. Pero no quiero se me note tanto.

 

En diez años exactos comprendí también que la Psicología no es un hobby o una carrera. Es una irrenunciable forma de vida. Y, más que un título colgado en la pared, es el corazón salvador, incontenido e hipercrítico quien nos delata. Se nace Psicólogo y no hay vuelta atrás.

 

Una década completa. Hoy duermo mas en paz. Ya no me preocupan tanto los "debería". Mis decisiones dejaron de medirse con la vara de "lo correcto".

Hoy anhelo, mas que riquezas materiales, tener los medios económicos y emocionales para cumplir mis sueños, aunque sea uno por uno.

Y las prioridades. Completamente diferentes. Antes buscaba destacar, "salir adelante", triunfar. Hoy anhelo padres sanos e hijos contentos.

 

Antes cultivaba mi intelecto. Hoy cultivo mi tolerancia.

Antes hacía dieta. Hoy trato de amar (o, por lo menos, no odiar) mi cuerpo.

 

A los 27 disfrutaba de la música alta, las multitudes y el desorden. Hoy son los cafecitos bien conversados, los libros bien leídos y los trabajos bien hechos.

A los 27 buscaba ser admirada y respetada. Hoy solo quiero respetarme yo. Y ser honesta cuando así sea requerido.

 

"...esa tremenda armonía que pone viejos los corazones"-canta la Sosa-y yo me persigno. Dios me guarde de perder el pleito que me obliga a avanzar.

Respiro profundo y hago esta ferviente oración, pidiendo que nunca me detengan la comodidad y la la indiferencia. Pidiendo que la razón no le gane jamás al deseo.  Que mi corazón no aprenda a hacerse el sordo. Y seguir amando a muerte. Amén.

 

Y es que no quisiera que, a pesar de avanzada edad y las décadas exactas,  se me acaben las ganas de vivir. (Continuará)


 

domingo, 2 de noviembre de 2014

De vida o muerte

El fin de mes nos habla de cosas tenebrosas, y es que estas fechas nos invitan a  lidiar con el tema de la muerte.
Halloween, como  intento de sacarle la lengua burlona a la calaca ( o buena excusa para creernos gringos y darle gusto a la caries con altas dosis de azúcar).
O el día de los muertos en donde se hace homenaje a los ancestros que pasaron a mejor vida (o buena excusa para llenarnos la panza de fiambre y Sal Andrews). Lo importante es celebrar.

Personalmente, no me hace mucho sentido eso de disfrazarme de horrible o dejar flores en las tumbas del pasado (-"Ya olvidé"- canta José José).
Sin embargo, no puedo permanecer al margen de los manjares, disfraces, flores, barriletes y miedos. Miedos.
Los chapines vivimos enfrentando al miedo. El terror es nuestro pan de cada día. Para mí, será el miedo a los motoristas (y,mas que por los asaltos, porque he atropellado a dos). A las cirugías plásticas mal hechas. A la obesidad. A la incongruencia. Y, gracias al ochentero video de Thriller, a la gente que usa lentes de contacto de colores. ¿Brujas, calaveras y gatos negros? Para nada. Triki triki halloween: ni dulces ni dinero ni susto para mí.
Si lo planteamos desde el punto de vista psicológico, los humanos no deberíamos temer a la muerte considerando que es la única certeza en la vida.
Según plantea Irvin Yalom en su libro "Mirar al sol", todo hombre debe de llegar a la misma conclusión: morir es un mero hecho de vida. Porque vivo es que debo morir. Por tanto, la muerte es certera y tarde o temprano llegará. Y ya. Así de sencillo.
Consideremos estos días en los que (por única ocasión) abrimos la puerta de nuestra casa a la  muerte, la miramos a la cara, aceptamos el hecho de que es inevitable y, pues-¿que otra?- la celebramos.

Y creo que es justamente eso lo que tanto nos hace falta. Celebrar.
Sin deseo  alguno de promocionar la aculturación, decido hacerle caso a don Irvin y propongo (irresponsablemente) celebrar todas las fiestas, sin importar de donde vengan. Todas aquellas que aporten algo de alegría, algo de ilusión, algo de entusiasmo a este país tan lúgubre (en donde hasta el son que se baila es triste). Bienvenidas sean las chucherías, los niños sonriendo, las reuniones familiares y el olor a manzanilla y pólvora quemada. Bienvenida fiesta, venga de dónde venga.

Y es que la muerte nos enseña sobre la vida. Nos hace reflexionar sobre cómo cada momento es precioso y cómo debemos disfrutar el puro y sencillo placer de ser. Abrazar fuerte, querer con ganas, vivir.
Vivir. Vivir así como que hoy fuera el último día.

domingo, 26 de octubre de 2014

De la vida y los largos caminos


De la vida y los largos caminos

Complicada semana he tenido pues tomé consciencia de que pronto concluiré mis estudios.
A cualquier persona esta noticia le generaría gozo. Alegría. Alivio.
Pero a mí- mujer adicta al drama- no me causa mas que angustia.
Estudio desde que tengo 5 años. Y ahora que tengo 37 voy a dejar de hacerlo. Y eso me da mucho miedo. Mucho.

He de confesar lo siguiente: nunca he sido buena estudiante. Soy terriblemente haragana, extremadamente dispersa y una  procrastinadora cuasi profesional.

Y no lo disfruto tampoco. Sacar un cien y ganarme la estrellita en la frente no me emociona para nada.  No creo que las calificaciones sean reflejo del conocimiento adquirido. Jamás me interesó ser la abanderada. Eso de ser "excelente" no es para mí.

Y, entonces, ¿por qué la angustia?

Fue hasta esta semana que comprendí la causa de mi tormento: es la estructura que me da el estudio la que me ha permitido medir mis logros.  Algo así como que el software de mi vida se actualizara por semestres.
Primer día de clases con ese delicioso olor a plástico de forrar y punta de crayón recién afilada, calificaciones y su respectivo jalón de orejas, vacaciones de medio año, actualización semestral, inicio del segundo ciclo con sentencias parentales incluídas, retrasadas (gracias a Dios por las segundas oportunidades) y fin de curso. Año aprobado.

Y esa estructura continúa a un ritmo casi cadencioso: entrar a Primero,aprobar. Luego a Segundo, aprobar...Sexto y ya la primaria. La graduación de bachiller. Primer semestre, octavo semestre, la toga y así, hasta hoy que se me acaba el camino. ¿Y qué hacer?

Dejar la estructura me poner nerviosa. ¿Cómo mediré mi avance ahora? ¿Cómo sabré si estoy en mejor o peor condición que hace unos meses?¿Y que hace un año?
La incertidumbre me mata.

Recuerdo como que fuera ayer el día que ví el último capítulo de El Correcaminos, ese en donde el ave decide dejar de huir y enfrenta a su victimario.
Solamente necesitó un minuto: se detuvo, se dió la vuelta y vio al coyote directamente a los ojos.

"Y ahora qué?" dijo el coyote, asustado. Pues nada, solo que la larguísima carrera había terminado. Las trampas y trucos no funcionarían mas. El sentido de vida se le había terminado y hoy lo confrontaba exigiendo un ajuste. El final había llegado. Y, porque la dosis de drama es siempre necesaria, recuerdo ver cómo ambos animales caminaron tranquilamente juntos hacia el atardecer. Era el final del camino. Ya decidirían qué hacer con su vida.
Mientras tanto, entiendo que es justamente eso lo que me toca hacer a mí. No mas carreras. No mas trampas. Beep beep.


domingo, 19 de octubre de 2014

De la esperanza y otros males necesarios

De la esperanza y otros males necesarios
Por Ximena Fuentes
Psicóloga

"Lo peor de todo, es que el hombre ese sigue dándome esperanzas"- lloraba Sonia mientras removía nerviosamente su café. "Me mira con esos ojos y me llena la cabeza de esperanzas". Esperanzas. Esta era su principal queja después de veinte años de relación sin futuro con un hombre que no le daba mas que eso.

Y yo la entiendo. Alguna vez encontré unos ojos como esos. Ojos (como ningunos otros en el mundo) que despiertan en mi ese mismo sentimiento. Ojos que son mi fuente de eterna esperanza.

Cuenta la antigua leyenda que Pandora abrió la caja que contenía todos los males que asuelan al mundo. Y que de todos los males, el peor era la esperanza.
Así es. La esperanza. Y aunque Pandora logró cerrar la caja antes de que esta se escapara (y seguro es por eso que dicen que la esperanza es lo último que se pierde), la verdadera pregunta es:  ¿por qué estaba la esperanza dentro de la caja de Pandora? ¿Acaso es la esperanza el peor de los males?

Y sin duda lo es.  Un mal mal. El más silencioso y solapado, el mejor disfrazado y el último en perderse.
La esperanza es mitad miedo, mitad paz. Mitad anhelo, mitad derrota.
"Hoy no, pero cualquier día de estos. Pronto, no desespere. En algún momento. No claudique, mañana podría ser el día". Y así, hasta el final de los tiempos.

Necio sentimiento que no nos permite tomar decisiones.
Insensato deseo que nos deja con las manos atadas. Fe con martirio. Incertidumbre paralizadora. Anhelo con derrota. Sueño sin certeza. Inútil placebo.
Y esos ojos. Ojos de esperanza. Ojos de "hoy no, pero mañana". Ojos que no mueren ni dejan morir.
"Sonia, seguro ese hombre de los ojos le daba esperanza porque no tenía nada mas que darle."-susurro mientras remuevo nerviosamente mi café y pienso en esos ojos (como ningunos otros en el mundo) que me han dado, dan y darán tanta esperanza a mi.

sábado, 11 de octubre de 2014

Los malos amores y el esperado olvido. Solo la lluvia nos lo dirá.

Los malos amores. Ni la controversial Lady Gaga se ha salvado de ellos. Y digo malos pues, evidentemente, algo ha ido mal y han terminado y no guardamos mas que la agridulce experiencia de su paso por nuestra vida. Eso y un par de recuerdos. Malos amores.


Y escribo esto pensando en uno de mis pacientes a quien cariñosamente llamo "El Profe", quien dice tener solo dos pasiones: la docencia y su ex.
Su ex a quien amó y luego abandonó y hoy atesora. Tormentoso, apasionado, imposible, lejano. Un mal amor.  Un mal amor que persiste en su mente y corazón.

"Hay días buenos y hay días terribles. Días en los que es grato pensarla por ratitos y días en los que se convierte en obsesión eso de extrañarla. Días de paz y días de ahogo. Y si el olvido es tan complicado, así de ir y venir, ¿cómo voy a saber si salí ya de esto, lic?"-pregunta con ojos desesperanzados.

Honestamente no sé qué responder y lo hago con efímeras conjeturas. ¿Cómo saber si hemos salido ya de un mal amor? Ni idea.

Ha de ser cuando dejamos de extrañar a la persona todo el día y dejamos de buscar cualquier excusa para hablarle. Nada de "buenos días" o de "sueñe con los angelitos" antes de ir a dormir. Cuando dejamos de obsesionarnos con lo que estará haciendo y anhelando. Y, específicamente, si estará pensando en nosotros tanto como nosotros pensamos en ella.

Será cuando ya no los incluimos en nuestras oraciones y cada lugar al que alguna vez asistimos juntos se convierte en un espacio neutral. Cuando ya no escuchamos ese playlist secreto que guardamos en su honor. Cuando dejamos de tirar besos al aire si es que, de casualidad, pasamos frente a su oficina. Cuando dejamos de mencionar su nombre en todas y cada una de las conversaciones.
Cuando nos olvidamos de revisar el teléfono cada tanto con el único fin de descartar la lejana probabilidad de una llamada.

Cuando las demandas emocionales disminuyen hasta extinguirse.
Cuando las conversaciones imaginarias se hacen mas esporádicas y los reproches innecesarios. Cuando otras personas dejan de preguntar.
Será que el olvido llega en el momento en el que podemos reunirnos con amigos un viernes cualquiera y compartir nuestra historia y reír a carcajadas.

Será que salimos de un mal amor cuando somos capaces de hacer un balance general de emociones y comprendemos que las lágrimas sufridas valen las lecciones aprendidas. Y luego agradecemos la experiencia. Fin.

"Observando estos objetivos indicadores, así es que sabremos con certeza cuasi científica que hemos salido de un mal amor" me imaginé respondiéndole al Profe con voz convencida aunque sepa yo que esto no es mas que una mentira.

Mentira porque la verdad nos la dirá la lluvia.
Sí, la lluvia.
Y es que si en una tarde de lluvia nos descubrimos pensando, queriendo y recordando sabremos que estamos perdidos. Que no hemos salido de ese amor. De ese mal mal amor.

domingo, 5 de octubre de 2014

De poeta y loco todos tenemos un poco. Una historia escrita con anhelos y palabras

De poeta y loco todos tenemos un poco
Una historia escrita con anhelos y palabras

De niña fui aquella que siempre se sintió atraída hacia las artes.
Tan atraída que (después de desistir de una fructífera carrera como empacadora de regalos en Cemaco) decidió imaginar que sería una escritora famosa.

Empecé mi vida "independiente" y el camino hacia mis propios sueños en el momento en el que mi madre (con ojos llorosos ella, siempre protectora) me dejó en el colegio.
Y yo, con firme paso me acomodé los anteojos, agarré fuerte mi lonchera de Strawberry Shortcake y enfilé al Primer grado de Primaria.  Fue justamente en ese año que aprendí a escribir y me apropié de mis esperanzas y anhelos.

Lo recuerdo como que hubiera sido ayer. Anteojos, lonchera y trenzas. Y es que fue justamente ese día en el que Ximenita, la nena a la que nunca le gustó jugar de casita y que siempre detestó los deportes, encontró el anhelo de su corazón: las palabras.

Con el pasar de los años, la vida me sucedió. Treinta años de estudios, amores, maternidades, errores y obligaciones han pasado desde entonces. Toda una vida que, al parecer, me había alejado de mi propósito con las palabras.
Y me pasó muchas veces: me sentí apartada de mi camino. Y sufrí, me rebelé, me reproché el fracaso. Sentí que, sin vivir mi anhelo, había perdido la dirección y el sentido.

Durante ese tiempo cometí muchísimos errores. Unos mas tontos y mas desconsiderados que otros.  Y, como era de esperarse, cada error trajo sus lecciones.
Durante treinta años, el destino me había llevado de la consejería al comercio a la fotografía a la docencia. Todas ellas actividades muy gratificantes (e inclusive lucrativas) y, sin embargo, no eran lo que yo había soñado para mi vida.
Muchas veces sentí que estas actividades y aventuras me habían distraído de mi llamado verdadero. Frustrante.

Pero hoy lo entiendo, nunca perdí el rumbo. Han sido estas frustraciones y sus enseñanzas las me han llevado justo al lugar en donde debo estar y donde este mes de septiembre me encuentra: escribiendo el guión de mi vida.  Y lo escribo con cada decisión que tomo. Con cada derrota. Con cada paso que doy.

Hoy puedo decir que he cumplido mi anhelo pues son las palabras las que me hacen lo que soy: una mujer con el corazón roto, pero con la ilusión intacta. Una eterna nena de anteojos, lonchera  y trenzas que sonríe contando esta historia.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Maléfica: ser mala por fuera y buena por dentro

Se preparó por semanas. El traje y los cuernos. Los ensayos.
Enorme expectativa y hasta invitaciones. Y al fin se llegó el tan esperado día: la presentación de Expresión Artística del Segundo grado de Primaria con la obra "La Bella Durmiente". Ella representaba el papel mas interesante de todos: la maléfica.

Intuí su genialidad artística cuando la escuché practicar la carcajada sonora que nos caracteriza a los villanos. Sencillamente genial.

La cita era para un jueves por la tarde, un jueves de horario particularmente complicado. Traté de organizar compromisos, cancelé sesiones, hice cálculos mentales de kilómetros y minutos con el afán de cumplir. Cargué la cámara de fotos y mandé un mensaje a su mamá: "Amiga, voy en camino. Guardame lugar". Pasé por unas flores moradas para congratular a la malvada villana (y confieso que nunca antes había hecho esto por otra mujer, pero es que esta nena es una dama). Y, corriendo con prisa frenética, tomé rumbo.

Caos vial. Llovizna. Malos cálculos."Ya se terminó, amiga, pero llegate a la casa. Te esperamos con pizza"-leía el mensaje que me encontró convertida en una mujer severamente frustrada a un lado de la Calzada Roosevelt luchando contra un mar de carros estancados y con los ojos llorosos.

"Le fallé", pensé mientras recordaba el día en el que esta genial niña ablandó mi corazón de villana. Fue hace algunos meses. Me llamó por teléfono para pedirme que fuera su madrina."Estás segura de que voy a hacer un buen trabajo? Creés vos que voy a ser un buen ejemplo?"-"Sip"- con demasiada seguridad para tener solo 7 años-."Démosle, pues" (con lágrimas en los ojos pero sin perder la compostura). Y justamente pensé en esa frase mientras cruzaba al Periférico. "No estoy haciendo bien mi trabajo. Me lo perdí, soy un mal ejemplo y un mal ser humano".

Llegué a su casa y me recibió con el disfraz aun puesto: "Que bueno que veniste". Sonreí avergonzada. "Perdoná lo tarde..." justificación que se vio  interrumpida por el abrazo mas cariñoso y genuino del mundo.
Mientras me abrazaba entendí: es ella quien está dándome un buen ejemplo a mí.  Era yo quien debía aprender. Y ese jueves por la tarde llegué a recibir la lección mas importante de todas: el verdadero amor es incondicional.
A pesar de mis fallas y miles de defectos, ella me recibió con amor genuino, cuernos negros y ojos brillantes:  "Pasá, Ximena. Vamos a pedir una pizza".
La villana disfrazada me mostró su corazón puro, sin rencores ni vinagres. Un corazón perdonador que sonríe, agradece y abraza a pesar de las decepciones. Lección agradecida.
Me dedicó una de esas miradas que solo las villanas disfrazadas conocemos mientras le daba la primer mordida a su pizza. Se la devolví con gusto.
Y es que son esas miradas las que nos delatan tal y como somos: malas por fuera, buenas por dentro.
"Tomémonos una foto, pues. Poné cara de Maléfica!" Pero no pudo, y es que el corazón se le sale por los ojos. (Y a la prueba me remito).



P.D. Ayer fue el cumpleaños número 8 de esta princesa. Felicidades, Sofi.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Tradiciones y estereotipos: lo que los padres heredamos a nuestros hijos

Nuestros hijos. Nos esforzamos día a día por darles un futuro mejor y entendemos que en este esfuerzo se encuentran condensados la responsabilidad y el orgullo que implica el ser padres. Personalmente, he de decir que la herencia que quiero dejar a mis hijos se resume en proporcionarles la mejor educación que mis circunstancias me permitan. La habilidad de enfrentar la adversidad y convertirla en oportunidad.Y, de ser posible, unos cuantos quetzales bien ganados. Esto y una que otra tradición.
Una que otra, digo, pues hay algunas que preferiría no dejarles.

Me pasa todos los años durante estas fechas. No comprendo las razones de ciertas tradiciones con las que celebramos las fiestas patrias. Confieso que no le encuentro mucho sentido a las antorchas y los desfiles. Pero, personalmente, detesto la vergonzosa costumbre de disfrazar a los niños "de indito" para que vendan en el "mercadito". Y me molesta aun mas que sean los centros educativos quienes promuevan esta costumbre.

Reflexionemos un poco y consideremos lo siguiente: ¿qué valor estamos perpetuando con esta práctica? ¿Qué riqueza cultural le significa este estereotipo al país? ¿Qué le estamos enseñando a nuestros hijos por medio de esta tradición?

El hecho de que nosotros, padres de familia e instituciones educativas, no comprendamos el racismo del acto es precisamente la muestra mas clara de que somos un país racista desde la raíz.
Y no solo se trata de "disfrazar" a nuestros hijos de una etnia que no les corresponde. Ser indígena no es algo de lo que haya que disfrazarse. Pero creo que lo peor de todo no es el estereotipo que esta tradición implica. Lo peor es que a los niños, nuestros hijos, se les dice que esto es ser patriota. Y eso es lamentable.

Los padres somos responsables de inculcar y transmitir valores a nuestros hijos. Es por esta razón, y en celebración a la independencia, que los invito a reflexionar sobre esta tradición y evaluar su postura. Esta es mi forma de celebrar las fiestas patrias y construir un mejor país para mi y para mis hijos.

Reflexionemos sobre las tradiciones que heredamos a nuestras futuras generaciones. Ejerzamos nuestro derecho a cuestionar lo que siempre ha sido y a dejar atrás tradiciones racistas.  Ejerzamos la libertad de criterio, que tanta falta nos hace para construir un mejor país.
Libertad, criterio y patria. Esta sí que es una herencia digna de celebración.
Feliz independencia.

domingo, 7 de septiembre de 2014

La vida es un regalo

"La vida es un regalo"
Reflexiones sobre cómo el corazón no se arruga jamás

Ximena Fuentes
Psicóloga
sonparaescuchartemejor@gmail.com

Esta semana me sorprendió escuchando la historia de amor de una señora de 81 años. "Nunca antes he estado en esto de ir al psicólogo, así que disculpe si lo hago mal. Usted me dice, patoja" fue su saludo. Entró a la clínica con paso lento y pelo blanco, manos pecosas y ojos llenos. 81 años.
Sonreí entendiendo que esta no sería una sesión ordinaria: la vida me estaba concediendo un enorme privilegio.
"Se ha enamorado alguna vez?", me preguntó a quemarropa mientras se sentaba.
"Si..."-titubeante-"Me alegro. Yo también. Pero le digo, eso de enamorarse pasa una sola vez..."
Una sola vez? Pude escuchar cómo mi corazón crujió ante tan devastadora verdad. "Así dice el poeta, que una sola vez llega el amor. Que las demás veces son solo intentos nuestros de replicar ese sentimiento" llegué a responder mientras intentaba contener un suspiro.

Su motivo de consulta era una problemática familiar común pero, según me dijo, eso no le quitaba el sueño. Me preguntó si podía utilizar el tiempo de la sesión para hablar de "cosas mas importantes". Asentí.

"Estaba algo nerviosa, le cuento. Pero mi nieto me dijo que ir al psicólogo era hablar de mi vida y por eso quiero hablar sobre el amor. La verdad es que uno no puede contar su vida sin hablar del amor.  Ya ve que si uno no ha amado quiere decir que no vivió bien". Abrí los ojos en señal de sorpresa y, como buena psicóloga, traté de tomar una nota mental de esta genial enseñanza.
"Todo empezó cuando yo tenía 17 años. El se llamaba Luis...".
Seguí escuchando, fascinada, sobre un amor que duró casi cincuenta años.
Casi, porque Luis murió.
"Qué ha sido lo mas difícil, después de la muerte de Luis?"-pregunté.
Lo pensó por un momento.
"La soledad. Extraño llegar a la casa y que siempre hubiera alguien esperándome. No es lo mismo sola. Es que la vida no es de a uno, es de a dos".

"La soledad"-repetí.

"Sí. La soledad. Aunque se aprende a salir adelante. A sobrellevarla.
Pero, sabe? esta fuerza y esta alegría que tengo se la debo a Luis, porque todo esto que le cuento,patoja, se resume en una frase que él repetía mucho: la vida no siempre está envuelta en papel bonito ni trae moña, pero agradecela porque sigue siendo un regalo".

domingo, 31 de agosto de 2014

Reflexiones de una mujer abnegada en recuperación (parte 1)

Esta semana se celebró a Santa Mónica. Me enteré por Facebook. No soy devota del santoral pero, por curiosidad, decidí investigar a la denominada "patrona de las mujeres casadas y modelo de las madres cristianas". Enorme título. Colosal responsabilidad esa de ser spokesperson para tan noble y complicada causa.
Decidí googlear y en unos cuantos minutos aprendí sobre la historia de su hijo rebelde, de su padre autoritario, de su violento y luego arrepentido esposo. Pero de ella, nada. Nada. Solo que 9 de las 10 entradas consultadas se referían a Mónica como una "mujer abnegada". Abnegada.
Según la RAE "abnegado/a" es aquel que "sacrifica o renuncia voluntariamente a sus pasiones, deseos o intereses en favor del prójimo".
Confieso que mi primer pensamiento fue: !Chanfle!.
Y es que soy mujer. Soy madre. Soy casada. Soy cristiana. Pero no quiero ser abnegada. No quiero sacrificar mi vida renunciando a mis proyectos y metas y pasiones por el prójimo. No gracias. Tengo un propósito por cumplir y no voy a claudicar.

Y lo sé muy bien: tanto el matrimonio como la maternidad son sinónimo de cambio y de nuevas experiencias. Ambos sucesos nos permiten una nueva y enriquecida perspectiva de lo que es vivir. Pero de esto a la anulada abnegación hay muchísima diferencia. La abnegación es sinónimo de pérdida. De renunciar a mi misma y mi propósito por otros. Otros que no me piden renunciar a mi vida por ellos. Otros que cumplirán sus propios fines y seguirán su propio camino. Y si vivimos a través de estos otros nos perdemos el verdadero tesoro que es nuestra existencia. Y esto si que no se vale.

Mujeres. A veces nos concentramos tanto en hacer felices a otros que nos olvidamos de nosotras mismas. Y lo único que logramos es vivir cansadas, perdidas y anuladas. Qué desperdicio.
Si nuestro saco de anhelos se encuentra vacío no tendremos nada que ofrecer. Si insistimos en apagar nuestra propia luz, cómo enriqueceremos la vida de otros?


Nuestros hijos y esposo y familia y amigos nos necesitan. Claro que sí. Necesitan de  nuestro consuelo y cariño. Necesitan de nuestra protección y afecto.
Sin embargo, lo que nuestros hijos realmente necesitan de nosotras, mujeres, es un buen ejemplo. Un modelo a seguir.

Yo no sé mucho de la vida pero puedo asegurar que una mujer plena y satisfecha es capaz de dar un mejor ejemplo. Y que una mujer que se esmera en cumplir los sueños que tiene dentro del corazón es el mejor modelo a seguir.
Y que, sin duda, los niños estarán mejor si tienen una mamá feliz. (Continuará)





domingo, 24 de agosto de 2014

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte II)

La semana pasada compartí con ustedes mi visión sobre la crisis de la mediana edad y las expectativas socialmente impuestas.  Hablamos sobre los anhelos e ideales y cómo estos se convierten  en ese camino que se nos obliga a transitar y que no nos permite "desvíos de ruta". Y sin embargo, llegamos a concluir que es gracias a estos "desvíos" que nuestra vida es hoy tan plena como es.  Las cicatrices son medallas. Esta lección de plenitud la aprendemos justo durante la "crisis de la mediana edad".

Por experiencia propia sé que las situaciones "negativas" han enriquecido quien soy y me han preparado para lo que ha de venir.  Rupturas de corazón, lágrimas, deudas, amores fuera de tiempo e incluso enfermedades han hecho de mí una mejor persona. Esto puedo agradecérselo a la vida y a los casi cuarenta años que tengo.

¿Que cómo afronto la abominable crisis de la mediana edad?
Asumiéndola con la mayor dignidad posible.
Y es que, hoy por hoy,  soy aquella que tiene una cuenta en Pintrest llena de decoraciones de casa  y recetas.
Pertenezco a un grupo de la iglesia (y lo hago de voluntad propia).
Llevo a mis hijos al entreno de natación (o foot o hockey) y hago porra con las otras de mi especie y uso mis zapatos de "mamá en kermesse" ( aquellos que combinan con el cardigan  al cuello, la vicera y la camisa polo).
Leo todos los suplementos de ofertas y hasta estoy enterada de que los jueves es "noche de mercado" en el super).
Compro para evadir las penas,: no importa si son zapatos o verduras.
Y veo el show de Oprah los miércoles por la tarde con una taza de café en mano.Y , solo a veces, uso mi saco blanco para ir a desayunar con amigas a Plaza Decorísima.
Al referirse a mí, los desconocidos me llaman "Señora".
Asumo dignamente esto de ser señora y soy una doña a la que le gusta bailar y cantar (aunque sea pésima para ambas). Y, a mis casi 40, me encanta hacer bromas. Y leer a Mafalda. Y tener una cama elástica en mi jardín (y hacer uso de ella).
Y amo pedir individual de papel y crayones de cera en los restaurantes ( y, en días de verdadera locura, hasta me permito pintar fuera de la línea). Y empiezo mis frases con un resignado "En mis tiempos..." cuando hablo con otros.
Y me compro siempre una Cajita Feliz y me tomo mi tiempo escogiendo el juguete mas chilero. Y guardo celosamente mi "primera edición" de "Barbuchín" que dice Linda Ximena Fuentes Molina 2do. "B" en una etiqueta de Hello Kitty.

Y creo que cada época pasada nos hace quienes somos hoy.  Y que los recuerdos son lo mas preciado que tenemos. Y también creo que ser viejo de edad no riñe con ser joven de actitud. Y que,  aunque pasen los años, el corazón no se arruga. Y a diario doy gracias a Dios por esto.

domingo, 17 de agosto de 2014

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Según lo define la RAE, una expectativa es "la esperanza o la posibilidad de realizar o conseguir algo". Esperanza. Posibilidad.  Palabras que, a pesar del tinte motivador, implican también la cruz de cargar con un "ideal", una meta impuesta que estamos obligados a cumplir. Esa efímera percepción de "la vida que deberíamos tener" considerando nuestras circunstancias personales. Ese estándar contra el cual lucharemos de por vida: que si el hombre ideal, que si el carro del año, que si la universidad mas prestigiosa, que si la tarjeta "platinium", que si el teléfono mas smart, que si las 110 libras. Y vivimos bajo la sombra de las infames expectativas.

A mi me sucedió. Crecí en un ambiente controlado en donde el plan a cumplir era tan sencillo como inviolable: Graduarse del bachillerato. Entrar a la universidad. Conseguir novio. Casarse (logrado este paso, el concluir los estudios universitarios era opcional). Comprar una casa. Tener un hijo. Tener otro. Inscribirlos en un "buen colegio". Y meta cumplida. Vida idílica.  Y yo (siendo como soy) -tarde, en desorden y a regañadientes- logré cumplir todas y cada una de estas expectativas que se me exigían (y que yo misma aprendía a exigirme). Cumplí y hasta me di el lujo de aprender un par de lecciones en el proceso.

Según sucedieron las cosas, terminé el colegio un año tarde. Entré a la universidad y me gradué tarde. Entre la inscripción y la graduación universitarias viví un embarazo, una boda y dos hermosos hijos a quienes inscribí en el mejor colegio que pude. Y ya. Habiendo cumplido-mal que bien-con todas y cada una de las expectativas, me quedé sin plan. Desorientada y sin sentido. Ding-dong: la crisis de la mediana edad tocó a mi puerta cuando recién cumplí los 35 años.

El término crisis de la mediana edad (o la mal denominada "crisis de los 40") es utilizada para describir un período de cuestionamiento personal que comúnmente ocurre al alcanzar esa temida etapa entre la juventud y la vejez. Edad que incluye nuevas y aterradoras palabras a nuestra cotidianidad: menopausia, calvicie, canas, yerno y nuera. Etapa en la que nos sentimos patojos de 18 con 20 años agregados de experiencia, en la que los complejos y las propuestas subidas de tono ya no nos intimidan, en la que aprendemos a decir "no" y a perdonarnos los errores del pasado. Edad en la que tenemos todo (absolutamente todo) para ser felices.
Hoy puedo decir que la lección que me dejaron los treintayalgo es una sola:
salirse del plan establecido está bien.  Corrijo, salirse del plan establecido es genial. Es genial y es un deber que nos debemos a nosotros mismos.

Crisis. Alguien me dijo que esta palabra comparte raíces etimológicas con términos como  "cambio", "criterio" y "crecimiento". Y, entonces, le doy la bienvenida pues, si estos son sus componentes, la mediana es y será la mejor edad de mi vida.
(Continuará)









domingo, 10 de agosto de 2014

La imprescindible Dosis Diaria de Drama que necesitamos


La imprescindible Dosis Diaria de Drama que necesitamos
(y de cómo José José ha ejercido una enorme influencia en nuestra vida). 

No me gusta mucho eso de echar la culpa a otros. En especial cuando se trata de mis propios sentimientos y percepciones. Culpar a terceros (o cuartos o quintos) por nuestras propias acciones es un mal hábito que, por salud mental, debemos abandonar. Sin embargo, escribir sobre el drama en las relaciones trae a mi mente a dos personajes en particular: Corín Tellado y José José. Y es que ambos son nombres sinónimo para esto del dramático modo de vivir el amor: ella por aportar la trama idílica y él por ponerle el soundtrack perfecto a este vicio del sufrir. 
Personalmente, puedo decir que no soy fan de la primera. Pero confieso que le he dedicado bastantes lágrimas a José José y su lírica.  Y no me arrepiento, es parte de la vida. De alguna manera, esto de amar y sufrir es algo que nos debemos a nosotros mismos. Una experiencia de vida obligatoria si es que buscamos madurar en las (siempre complicadas) cosas del amor. 

"Y es que amar y querer no es igual: amar es sufrir, querer es gozar" repite el Príncipe de la Canción en el viejo vinilo que atesoro desde mi infancia. 
¿Será por esto del "amar y sufrir" que cedemos el mejor de los lugares de nuestro corazón a aquel amor que nos hizo llorar como nadie mas? ¿Será que aquel individuo a quien le debemos las mas amargas lágrimas, los enojos mas viscerales y las mas largas noches de insomnio es a quien la vida nos ha asignado como nuestro gran amor? 

No tengo evidencia mas que circunstancial (propia y ajena) recolectada a lo largo de mi experiencia (como terapeuta, como amiga y como eterna enamorada), pero creo que  todo ser humano necesita una Dosis Diaria de Drama para sentirse feliz. 
Puede sonar contradictorio, pero procuraré explicar este fenómeno de las 4D de la mejor manera posible.  Ya verán que la Psicología me respalda en esta hipótesis. 
Empecemos con un poco de historia: desde el inicio de los tiempos nos encontramos inundados por imágenes de parejas idílicas que sostienen relaciones turbulentas (mismas que nos hacen suspirar a todo pulmón). 
Si observamos con atención, comprendemos que todas y cada una de estas parejas comparten un rasgo común: el nivel de drama novelesco entre ellos es perfectamente proporcional  a la cantidad de amor que se profesan mutuamente. Sea un idilio real o ficticio, consideramos que una pareja buena es aquella en donde hay bastante drama.
Es decir, a mayor drama, mas amor. Y viceversa. 
Para todo Romeo existe una Julieta. Para toda Frida hay un Diego. Y así, drama personificado para todos y para cada uno.
Es así como, a pesar de los años y las experiencias,  atesoramos la relación aquella en donde hubo mas drama, donde nos compenetramos profundamente con el otro, aquella en donde invertimos nuestras mejores lágrimas. La relación tormentosa que nos " hizo sentir vivos". 

Por otro lado, pregonamos (hipócritamente) que buscamos la estabilidad emocional en nuestras relaciones. Que deseamos una pareja que nos proporcione la tan anhelada seguridad eterna pues solo añoramos envejecer juntos y vivir en paz. 
Sin embargo sabemos que cuando falta el drama en nuestra cotidianidad, nos aburrimos. Y anhelamos con el alma aquel tiempo de adrenalina romántica, dudas, mariposas y el inevitable llanto. 

Y entonces, si nos encontramos ante una necesidad casi biológica de turbulencia dramática que compite contra la monotonía, el conformismo y el aburrimiento, ¿cómo hacemos para lograr una relación satisfactoria?
Es justamente aquí en donde debemos plantear un punto de diferenciación. 

Primeramente, estamos las personas emotivas. Digo, las que  mantenemos contacto cercano con nuestras emociones y que, de pronto, nos vemos confrontadas por estas. Si estamos enojados, contrariados, en desacuerdo o sencillamente amanecimos llorones, los demás van a saberlo. Y vamos a asegurarnos de ello escudándonos en la trillada actitud de "vivir genuinamente". 

Sin embargo, ejercitar eso del corazón roto, bolero y caja de kleenex a nivel profesional es diferente. Este grupo de personas son los segundos en cuestión. Dice la Psicología que hay quienes son adictos al drama. Sí, biológicamente adictos a la adrenalina y al estado de euforia que generan los conflictos. Estas personas- usualmente-viven las relaciones como sinónimo de drama, llegando inclusive a confundir “la intensidad” con el sentimiento real.  Y así es como los celos, las peleas y los gritos se justifican en su cotidianidad,generando la convicción de que todo este sufrimiento se vive en nombre del amor. 

Por tanto-y muy a pesar del mal ejemplo que nos plantea José José-el dolor, el sufrimiento, las peleas y las ostentosas reconciliaciones (tan comunes en las parejas dramáticas) no implican que la relación sea más autentica ni más profunda. 
De vernos identificados con esta problemática, será importante entender el por qué nos encontramos envueltos en este tipo de relaciones, especialmente si tendemos a repetir el patrón. Este será el punto de partida hacia una vida emocional mas sana. 

Como todo lo que vivimos, las relaciones que establecemos con otros tienen un propósito de aprendizaje. Es por medio de estas que buscamos la superación personal y logramos conocernos a nosotros mismos. 
Y entonces, ¿qué podemos aprender de una relación basada en el drama? 
Podemos aprender a perdonar, a manejar la rabia y la frustración. A ser mas empáticos y menos egoístas. A aceptar a otros y a vernos en el espejo de sus defectos. A valorarnos.
Dicen que el primer paso importante hacia la plenitud es aceptar nuestras debilidades y problemas. Que solo si estamos conscientes de los mismos podremos empezar a trabajar en solucionarlos.  Que de toda experiencia ganamos sabiduría.  Así que toca aprender, crecer y agradecer. Para esto es que sirven las relaciones, inclusive las dramáticas. 

Y por último podemos también aprender un par de canciones de José José, les prometo que no estarán de mas en el playlist de cualquier corazón. 
Larga vida al Príncipe. 


domingo, 3 de agosto de 2014

Luis Miguel y yo:anotaciones sobre el amor platónico


Luis Miguel y yo
Anotaciones sobre el amor platónico

No imaginé que ese día cambiaría mi vida.
Era un fin de semana a principio de los ochenta.
Encendí la televisión y allí estaba: la criatura mas linda que jamás habían visto mis ojos. Traje azul galáctico y un sol colgando en el pecho.  Una bandada de mariposas estomacales envueltas en voz chillona, botas y pelo largo. "El sol de México"- así lo llamó don Raúl Velasco. Luis Miguel. De alguna manera sentí conocerlo. Entenderlo. Amarlo. Nunca habíamos hablado. Jamás compartimos nada. Pero lo amaba.

A partir de ese día, Luis Miguel ocupó un lugar VIP en mi corazón.
Me emocionaba al verlo, suspiraba imaginando sus gustos y ansiaba locamente conocerlo. Todo lo que yo podía pedir estaba allí, justo frente a mí (en un poster o por medio de un disco). Ideal. Eterno. Inmenso. Amor platónico que le llaman.

Será la experiencia y las enseñanzas que esta nos trae, pero hoy (muchos años después de haberse cancelado "Siempre en Domingo") puedo decir-sin mayor recelo-que eso de los amores instantáneos no termina de convencerme. Y créanme, he buscado respuesta a esta eterna incógnita. Infinitas horas de lectura, psicólogos, google y hasta extraños ejercicios kármicos no me han ofrecido aun una respuesta certera a mi eterna pregunta:  ¿Por qué nos enamoramos de aquel que no podemos tener? ¿Por qué nos torturamos con un amor imposible?

De esta tortura voluntaria de amar al imposible es que se trata el denominado amor platónico. Me explico: el "amor platónico" es la acción de  enamorarse de una persona que, a mis ojos, representa un ideal de perfección.  Enamorarse platónicamente es vivir un sentimiento amoroso hacia un individuo idealizado. Idealizado pues representa la perfecta encarnación de todos mis deseos y anhelos. Y, claro está, este ideal de perfección es imaginario. No corresponde con la realidad.

Cuando idealizamos a una persona, no consideramos sus defectos y limitaciones.
Le atribuimos toda una serie de cualidades que magnificamos: que si su pelo, que si su nobleza, que si su forma de caminar. Todo sobre este ser es bondad y belleza.
Y seguramente nos ha pasado a todos. En la eterna búsqueda de vivir una gran historia de amor, idealizamos las relaciones de pareja y, más que vivir enamorados de una persona, nos encontramos propiamente "enamorados del amor" (o de las sensaciones que este nos genera). Y permanecemos "enamorados" en un estado nebuloso y letárgico hasta que la realidad nos alcanza. Y, como es de esperarse, la realidad nos alcanza dura, ruda y cruda (como siempre ha sido y será) pues el contraste entre esta y nuestras ilusiones desproporcionadas genera una inevitable decepción. Y es esta misma decepción la que nos procura un enorme (y muy sentido) sufrimiento.



Sufrimiento. Es justo aquí en donde surge la mayor de mis inquietudes con respecto al amor. Y es que, según nos han enseñado las telenovelas, ¿qué mejor expresión del amor romántico existe que la de amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos? Y, al mismo tiempo, ¿acaso hay algo más deprimente que amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos?

Ya no se trata únicamente de si sentimos una irrefrenable atracción hacia la persona equivocada (que al fin y al cabo puede presentar cualidades que nos resulten atractivas), sino que nos amargamos la vida persiguiendo a una persona que, por diversas razones –se encuentra ya comprometida, no nos corresponde o cualquier circunstancia externa la mantienen fuera de nuestro alcance (como en el caso de Luis Miguel y yo) – hacen imposible que comparta su vida con nosotros. No tiene ningún sentido desde el punto de vista racional. Sin embargo, y por muy imposible que sea, no podemos dejar de sentir esa innegable sensación de amor.

La psicología moderna nos invita a interpretar el amor platónico desde una perspectiva completamente opuesta a la usual. Y es que plantea que enamorarse de alguien inaccesible es una forma de evitar la intimidad amorosa. Esto tiene mucho sentido-si es que somos evasivos en los asuntos del corazón-porque: si nos enamoramos de un imposible, entonces (lógicamente) no seremos correspondidos. Por alguna u otra razón, el amor no podrá consumarse. Si no somos correspondidos no estaremos obligados a comprometernos con la otra persona. Es decir, invertiremos nuestros recursos emocionales sin correr riesgos y "a lo seguro".  El distanciamiento emocional no duele. Esto significará que no tendremos que estar vulnerables ante el otro. Y, como "premio", ganamos un corazón blindado ante el sufrimiento que una relación amorosa real puede generarnos.

Anhelos irreales. Realidad negada. Distancia prudencial. Corazón blindado. En esto se resume el amor platónico. Pero,al final (y gracias a Dios) crecemos y maduramos. Esta fase idealizada y adolescente de nuestra emocionalidad nos prepara para el amor real. Ese amor que nos invita a conocernos mejor y nos enriquece a nivel emocional y nos permite intimidad con nuestros semejantes. Amor de verdad.

Y así es como vuelvo a Luis Miguel.
Nuestro idilio platónico continuó hasta muchos años después.
Conciertos,suspiros, anhelos y hasta cartas (que jamás respondió).
De su paso por mi vida me quedan aun muchos recuerdos gratos, varios discos y un hijo llamado Luis en su honor. Pero sobre todo, queda en mí un profundo y extraño sentimiento de agradecimiento. Y ha de ser porque mi corazón de niña se vio enriquecido por su imagen. Digo, porque fue por medio de él que descubrí que a mi se me cantinea por el oído y con una tirada de pelo al aire ("Casaca siempre mata a carita" decimos los chapines. Y yo doy plena fe de esto).
Y, al final, si todas las personas que vienen a nuestra vida cumplen el propósito de enseñarnos algo sobre nosotros mismos, esta es la lección que LuisMi me deja a mí.


viernes, 18 de julio de 2014

ImperfectDos


ImperfectDos
...y vivieron felices para siempre.


No soy fan de las películas de Disney. Y es que solo muestran los momentos Kodak. Que si un guapo príncipe nos enamora. Que si al nomás verlo sentimos un rayo en la barriga y supimos que era el amor de nuestra vida y ahora nos lleva en carroza a su palacio. Que si un coro de pajaritos nos acompaña al caminar hacia el altar. Vestido, pureza, sonrisas y ya. 
Como que la cosa terminara allí. 

A mi edad puedo decir (con absoluta certeza) que esto no es así. 
Pasados el rayo, la carroza y el vestido se que la cosa está apenas comenzando. Comenzando.
Lo mejor y lo peor están por venir.
Y es precisamente de esto de lo que quiero escribir: de lo que Disney (astutamente) no nos cuenta. 
Quiero  hablar sobre lo que pasó después de la boda. 
Del príncipe y la bella estando ya en convivencia.  
De la dama y el caballero compartiendo cama, presupuesto, planes, anhelos y cepillo de dientes. 
Quiero hablar de la pareja imperfecta. 
Y es que creo que es mejor hablar ahora y no callar para siempre. 

Mi nombre es Ximena. 
Soy Psicóloga Clínica.  Actualmente curso una Maestría en Psicoterapia Familiar y Conyugal.  Pero esto es solo estudio. Mi verdadera fuente de experiencia es otra:  he estado casada con el mismo hombre por quince años. Y he sobrevivido. 
Quiero pensar que mi experiencia (conformada por muchas alegrías, enojos, carcajadas y lágrimas) servirá para algo y servirá para alguien. Este es el principal motivador de las presentes líneas. 

Y la oportunidad de escribir una columna se presentó.  
Me encantaría que esta columna nos ("nos" porque quiero sea nuestra, de ustedes y mía) brindara un espacio para compartir. Compartir problemas, compartir sentimientos y compartir soluciones. 
Así que, agradezco mucho sus preguntas y comentarios. 
Aprovechemos este espacio para interactuar y sentirnos cerca.