domingo, 27 de septiembre de 2015

Sábados Gigantes (un hasta siempre)

Nunca se lo había contado a nadie. Y es que no lo creí importante hasta hoy. Solía llamarle los sábados por la tarde. Me gustaba hablar con ella: de tareas, de películas, del colegio. Era risueña. Risueña y noble. Mas noble que lo que comúnmente entendemos. Y esa era su virtud. Su virtud y su problema. Pasa así cuando te mostrás al mundo tal y como sos, en versión original, digamos.

 

La conocí en el ochenta y siete. Cuarto año de primaria. Ella era la nueva. Nueva y noble. Ese era justamente su problema. Cualquier imbécil podía verlo y eso generaba burlas. Burlas y soledad. Y yo la veía de lejos. Hasta un día cualquiera a mediados del mes de febrero de ese mismo año. Que si la amistad, que si el día del cariño, que si el intercambio de regalos. Y la vi entrar a clase con una caja de regalo mas grande que las demás. Caja que de alguna manera supe sería mía. Y sin conocer aun la famosa ley de atracción de Rhonda Byrne, fue justamente así.

Recibí el regalo con manos temblososas de ansia. Caja de zapatos forrada con papel de corazones y llena de galletas. Tres paquetes de Krokant sabor variado a mi disposición. Arranqué un pedazo del papel de corazones y le escribí: "mita mita al recreo".

Ella las de fresa. Yo las de chocolate. Una mas que justa repartición (porque las de vainilla nunca le gustaron a nadie).

 

Así fue que empezó esa amistad de recreo. De recreo, galletas y Sábado Gigante. Y ese programa me recuerda a ella pues-como dije al principio-la llamaba los sábados por la tarde y la voz de Don Francisco se  escuchaba de fondo. Y nos gustaba el concurso del Chacal de la Trompeta, ella de un lado del auricular y yo del otro.

 

Supe que después de doscientos años al aire el programa se canceló. Y pensé en cómo-casualmente- pasó lo mismo con mi amiga. Y ojalá hubieran sido dos siglos, fueron apenas catorce años los que cumplió antes de llegar a su fin. Supe por carta que no tendríamos mas recreos. Ni galletas. Ni llamadas de sábado por la tarde.

 

No pude decirle adiós. Busqué información sobre ella y su trágica muerte en internet. Nada. Duele pensar que de mi amiga no quede nada. Vivió 14 años y nada. Es por eso decidí escribir esta historia. Para hacerles saber que de ella me quedó mas que un buen recuerdo. Puedo decir que mi amiga era noble (mas noble que lo que comúnmente entendemos) y que nunca se enamoró. Que su canción favorita era la misma que la mía y que le aterraba bailar en público. Que le dolían las burlas y la indiferencia. Y que hubiera dado lo que fuera por dejar de ser invisible.

Invisible, porque exactamente así era como se sentía.

 

Este es pequeño recordatorio. Una forma de pelear contra la invisibilidad. Anoto las cosas que habré de decirle cuando volvamos a vernos: por ejemplo, que su partida es dura aun. Que ser invisible no era su problema: el problema estaba en los ojos ajenos que no pudieron apreciarla. Y que daría lo que fuera por unas Krokant compartidas y por escuchar los trompetazos y las risas al otro lado del auricular. "Y qué dice el público?"

Para mí, el público nos celebra. Nos celebra e invita a seguir como hemos estado hasta hoy: "Separadas por la distancia, unidas por un mismo idioma".

(Continuará)


domingo, 20 de septiembre de 2015

Corazón de volcán-De la película Ixcanul

"Esta película debería tener como soundtrack la famosa canción de José José", les dije en tono de broma. Y es que hago eso-bromear-cuando siento una lágrima trabada en la garganta y la circunstancia no me invita a dejarla salir. Sí, a veces me traicionan. Las lágrimas,digo. Pero al menos las luces estaban apagadas. La película estaba ya por terminar.


Ver Ixcanul fue como verme en un espejo. Y es que yo soy María.
Soy María, mujer. Soy María, enamorada. Soy María, largos silencios. Soy María, volcán.
Y pude verlo en sus ojos. Puede verlo porque sus ojos son los míos. Los míos: color del café tostado -algo arrugados ya-pero que nunca se cansan y tanto dicen.

Y me reconocí en todos y cada uno de los instantes en los que María veía a su amor.
Y recordé aquella vez que le prometí-con chispitas en los ojos-salir de mi escondite al escucharlo llegar. Y las muchas veces que anhelé acompañarle. Y cuando lloré al perderlo. Y los largos caminos de pasos silenciosos que recorro (aún) pensando en donde estará hoy.
Justo así como hizo María. María enamorada.

Y me reconocí en su vientre. Vientre de volcán. Palpitaciones y anhelos.  Todas y cada una de las veces que lo acariciaba con infinito amor y esa incontenible fuerza gestante de sueños y destinos a la que tan sabiamente llamamos vida. Y en el milagro de ser madre.

Me reconocí también en sus manos fértiles. Manos dispuestas. Manos multiplicadoras que asumen y se hacen cargo. Manos que resisten con fuerza y se entregan en cada caricia dada.

Me descubrí también en su mirada. Mirada cegada por un velo. Velo impuesto que aceptamos a regañadientes porque pensamos no nos queda de otra. Maldita sumisión.
Maldita porque deja sabor amargo en la boca y un yugo infinito en el alma.

Reconocerme: ojos, vientre, silencios, manos. Y en el corazón de volcán. Corazón ardiente que entiende el mundo es muchísimo mas amplio que lo tenemos a vista.
Corazón que sabe que los velos y los yugos se arrancan a voluntad.
Corazón que sabe amar. Y ama como tormenta, como tornado, como golpe de mar.
Y reconoce no hay otra forma de hacerlo.
(Continuará).



sábado, 12 de septiembre de 2015

Libertad, 15 de septiembre. De las tradiciones y la herencia

Me pasa todos los años: se deja venir otro mes patrio y sigo cuestionándome el "civismo chapin". Detesto las inútiles antorchas, los desfiles y los linchamientos, pero sobre todo la vergonzosa costumbre de "disfrazar" a los niños y ponerlos a vender en “el mercadito". ¿Me hace esto menos chapina?

Lo hice una sola vez: vestí a mis hijos “de indito”. Necedades de mi viejo. Acciones irreflexivas mías. Hoy puedo decir que me he reivindicado.Y quisiera que ustedes hicieran lo mismo. Año con año hago esta misma reflexión pública (arriesgándome al escarnio de los nacionalistas extremos y al linchamiento cibernético), pero es mi forma de celebrar y de hacer un mejor país para mí y para mis hijos.

Este 15 de septiembre les invito a que celebremos la independencia de una forma poco común para nosotros los chapines: cuestionándonos. Cuestionemos esta tradición tan racista. Piénsenlo un poco: ¿Qué valor estamos perpetuando con esta práctica? ¿Qué riqueza cultural le significa este estereotipo al país? ¿Qué le estás enseñando a tu hijo por medio de esta tradición?.

Yo, en celebración de la independencia, te invito a evaluar tu postura. ¿Defendés el racismo? ¿Decidís continuar con esta tradición? Si después de hacer algún tipo de análisis decidiste aferrarte a "lo que siempre ha sido" (apoyado por eso que dice que "la costumbre es mas fuerte que el amor") y escogés ser racista por decisión propia, excelente. Con el solo hecho de hacerte reflexionar me siento mas que satisfecha.

Si, por emitir este comentario, pensás que soy una resentida, te digo que tenés todo el derecho de hacerlo. Y yo tengo la obligación de respetar lo que sea que vos pensés.

El hecho de que no comprendamos el racismo del acto es precisamente la muestra mas clara de que somos un país racista desde la raíz. Esta es mi opinión. Pienso que no solo se trata de “disfrazar” a sus hijos de una etnia que no les corresponde. Ser indígena no es algo de lo que haya que "disfrazarse". Creo que lo peor de todo no es el disfraz o el estereotipo que implica. Es que a los niños, sus hijos, se les dice que esto es ser patriota y allí terminó el asunto. Y eso me da miedo.

Y tengo igual derecho de pensar y expresar lo que quiera. Y a que, sin importar mi postura, se me respete. Esta es la verdadera independencia.

Así que yo, chapina de nacimeinto y corazón, les invito hoy a cuestionarse.

Es la mejor invitación que puedo hacerles. Invitarlos a que este 15 de septiembre celebremos la oportunidad de ser libres, libres de tradiciones racistas. Invitarlos a que este 15 de septiembre celebremos la independencia, independencia de criterio, que tanta falta nos hace para construir un mejor país.


sábado, 5 de septiembre de 2015

De la famosa canción del velero Parte I


Este viernes será inolvidable. Llueve y me siento como prócer de las láminas educativas PiedraSanta. Sin traje de pinguino ni panty a la rodilla pero con un anhelo enorme por firmar. Y es que es septiembre y sobre esta mesa llena de papeles y risas comprometidas se discute la independencia.

 

Dicen los psicólogos que una persona independiente es aquella que tiene un elevado nivel de autonomía personal en la toma de decisiones. Aquella en completa capacidad de control sobre sus opciones de vida. Y lo de completa no muy me cuadra-la polaridad nunca fue lo mio-pero digamos que estoy de acuerdo con este concepto. Autonomía. Decisión. Independencia. Me apunto. Me apunto a todas y cada una de ellas. Para eso fue que a esta reunión traje voluntad y lapicero.

 

Así de importante es esta junta. Debo permanecer atenta a los detalles. El documento y su redacción, la respuesta que he de darle a las preguntas, la prioridad de mis intereses, mi actitud. Pero no. En mi mente estoy cantando la de Perales. Y seguro es la evasión-como mecanismo de defensa, diría el colega-pero me pasa cada vez que me veo en medio de un momento importante: busco una canción que exprese lo que estoy sintiendo en ese preciso momento,algo así como un traductor que me ayude a hacerme entender. Y hoy no fue la excepción. Como persona medianamente independiente que asume sus limitantes emocionales, acepto que-en este caso particular-Perales pudo hacerlo mejor que yo. Y la canción se me repite una y otra vez mientras todos los demás en la mesa comparten una taza de café y revisan los documentos.

Yo también reviso. Yo también comparto. Pero no quiero estar aquí. Quiero estar en el velero.

 

Y lo confieso, me vestí de camisa y pantalón vaquero a propósito-hago estas estupideces mitad inmadurez, mitad simbolismo, para divertirme- y esta canción (nai na na)  que ahora no dejo de cantar. Así que-según-dicta la estrofa-tengo ya el equipaje listo.

 

Dejar puerto asusta,claro. Mal que bien,los maderos viejos ofrecen la efímera  sensación de seguridad que tanto nos gusta y nos asusta (pero esa es otra canción).

 

Y el mar.

Siempre he pensado que tal vez no es su inmensidad lo que da miedo. Es la incertidumbre de su marea.  Es saber que de nada sirven las brújulas y los faros.

Eso y unos ojos-azules como el mar-que me preguntan con voz ronca: "Y ahora, mamá, a donde es que vamos?".

 

Continuará.