domingo, 26 de octubre de 2014

De la vida y los largos caminos


De la vida y los largos caminos

Complicada semana he tenido pues tomé consciencia de que pronto concluiré mis estudios.
A cualquier persona esta noticia le generaría gozo. Alegría. Alivio.
Pero a mí- mujer adicta al drama- no me causa mas que angustia.
Estudio desde que tengo 5 años. Y ahora que tengo 37 voy a dejar de hacerlo. Y eso me da mucho miedo. Mucho.

He de confesar lo siguiente: nunca he sido buena estudiante. Soy terriblemente haragana, extremadamente dispersa y una  procrastinadora cuasi profesional.

Y no lo disfruto tampoco. Sacar un cien y ganarme la estrellita en la frente no me emociona para nada.  No creo que las calificaciones sean reflejo del conocimiento adquirido. Jamás me interesó ser la abanderada. Eso de ser "excelente" no es para mí.

Y, entonces, ¿por qué la angustia?

Fue hasta esta semana que comprendí la causa de mi tormento: es la estructura que me da el estudio la que me ha permitido medir mis logros.  Algo así como que el software de mi vida se actualizara por semestres.
Primer día de clases con ese delicioso olor a plástico de forrar y punta de crayón recién afilada, calificaciones y su respectivo jalón de orejas, vacaciones de medio año, actualización semestral, inicio del segundo ciclo con sentencias parentales incluídas, retrasadas (gracias a Dios por las segundas oportunidades) y fin de curso. Año aprobado.

Y esa estructura continúa a un ritmo casi cadencioso: entrar a Primero,aprobar. Luego a Segundo, aprobar...Sexto y ya la primaria. La graduación de bachiller. Primer semestre, octavo semestre, la toga y así, hasta hoy que se me acaba el camino. ¿Y qué hacer?

Dejar la estructura me poner nerviosa. ¿Cómo mediré mi avance ahora? ¿Cómo sabré si estoy en mejor o peor condición que hace unos meses?¿Y que hace un año?
La incertidumbre me mata.

Recuerdo como que fuera ayer el día que ví el último capítulo de El Correcaminos, ese en donde el ave decide dejar de huir y enfrenta a su victimario.
Solamente necesitó un minuto: se detuvo, se dió la vuelta y vio al coyote directamente a los ojos.

"Y ahora qué?" dijo el coyote, asustado. Pues nada, solo que la larguísima carrera había terminado. Las trampas y trucos no funcionarían mas. El sentido de vida se le había terminado y hoy lo confrontaba exigiendo un ajuste. El final había llegado. Y, porque la dosis de drama es siempre necesaria, recuerdo ver cómo ambos animales caminaron tranquilamente juntos hacia el atardecer. Era el final del camino. Ya decidirían qué hacer con su vida.
Mientras tanto, entiendo que es justamente eso lo que me toca hacer a mí. No mas carreras. No mas trampas. Beep beep.


domingo, 19 de octubre de 2014

De la esperanza y otros males necesarios

De la esperanza y otros males necesarios
Por Ximena Fuentes
Psicóloga

"Lo peor de todo, es que el hombre ese sigue dándome esperanzas"- lloraba Sonia mientras removía nerviosamente su café. "Me mira con esos ojos y me llena la cabeza de esperanzas". Esperanzas. Esta era su principal queja después de veinte años de relación sin futuro con un hombre que no le daba mas que eso.

Y yo la entiendo. Alguna vez encontré unos ojos como esos. Ojos (como ningunos otros en el mundo) que despiertan en mi ese mismo sentimiento. Ojos que son mi fuente de eterna esperanza.

Cuenta la antigua leyenda que Pandora abrió la caja que contenía todos los males que asuelan al mundo. Y que de todos los males, el peor era la esperanza.
Así es. La esperanza. Y aunque Pandora logró cerrar la caja antes de que esta se escapara (y seguro es por eso que dicen que la esperanza es lo último que se pierde), la verdadera pregunta es:  ¿por qué estaba la esperanza dentro de la caja de Pandora? ¿Acaso es la esperanza el peor de los males?

Y sin duda lo es.  Un mal mal. El más silencioso y solapado, el mejor disfrazado y el último en perderse.
La esperanza es mitad miedo, mitad paz. Mitad anhelo, mitad derrota.
"Hoy no, pero cualquier día de estos. Pronto, no desespere. En algún momento. No claudique, mañana podría ser el día". Y así, hasta el final de los tiempos.

Necio sentimiento que no nos permite tomar decisiones.
Insensato deseo que nos deja con las manos atadas. Fe con martirio. Incertidumbre paralizadora. Anhelo con derrota. Sueño sin certeza. Inútil placebo.
Y esos ojos. Ojos de esperanza. Ojos de "hoy no, pero mañana". Ojos que no mueren ni dejan morir.
"Sonia, seguro ese hombre de los ojos le daba esperanza porque no tenía nada mas que darle."-susurro mientras remuevo nerviosamente mi café y pienso en esos ojos (como ningunos otros en el mundo) que me han dado, dan y darán tanta esperanza a mi.

sábado, 11 de octubre de 2014

Los malos amores y el esperado olvido. Solo la lluvia nos lo dirá.

Los malos amores. Ni la controversial Lady Gaga se ha salvado de ellos. Y digo malos pues, evidentemente, algo ha ido mal y han terminado y no guardamos mas que la agridulce experiencia de su paso por nuestra vida. Eso y un par de recuerdos. Malos amores.


Y escribo esto pensando en uno de mis pacientes a quien cariñosamente llamo "El Profe", quien dice tener solo dos pasiones: la docencia y su ex.
Su ex a quien amó y luego abandonó y hoy atesora. Tormentoso, apasionado, imposible, lejano. Un mal amor.  Un mal amor que persiste en su mente y corazón.

"Hay días buenos y hay días terribles. Días en los que es grato pensarla por ratitos y días en los que se convierte en obsesión eso de extrañarla. Días de paz y días de ahogo. Y si el olvido es tan complicado, así de ir y venir, ¿cómo voy a saber si salí ya de esto, lic?"-pregunta con ojos desesperanzados.

Honestamente no sé qué responder y lo hago con efímeras conjeturas. ¿Cómo saber si hemos salido ya de un mal amor? Ni idea.

Ha de ser cuando dejamos de extrañar a la persona todo el día y dejamos de buscar cualquier excusa para hablarle. Nada de "buenos días" o de "sueñe con los angelitos" antes de ir a dormir. Cuando dejamos de obsesionarnos con lo que estará haciendo y anhelando. Y, específicamente, si estará pensando en nosotros tanto como nosotros pensamos en ella.

Será cuando ya no los incluimos en nuestras oraciones y cada lugar al que alguna vez asistimos juntos se convierte en un espacio neutral. Cuando ya no escuchamos ese playlist secreto que guardamos en su honor. Cuando dejamos de tirar besos al aire si es que, de casualidad, pasamos frente a su oficina. Cuando dejamos de mencionar su nombre en todas y cada una de las conversaciones.
Cuando nos olvidamos de revisar el teléfono cada tanto con el único fin de descartar la lejana probabilidad de una llamada.

Cuando las demandas emocionales disminuyen hasta extinguirse.
Cuando las conversaciones imaginarias se hacen mas esporádicas y los reproches innecesarios. Cuando otras personas dejan de preguntar.
Será que el olvido llega en el momento en el que podemos reunirnos con amigos un viernes cualquiera y compartir nuestra historia y reír a carcajadas.

Será que salimos de un mal amor cuando somos capaces de hacer un balance general de emociones y comprendemos que las lágrimas sufridas valen las lecciones aprendidas. Y luego agradecemos la experiencia. Fin.

"Observando estos objetivos indicadores, así es que sabremos con certeza cuasi científica que hemos salido de un mal amor" me imaginé respondiéndole al Profe con voz convencida aunque sepa yo que esto no es mas que una mentira.

Mentira porque la verdad nos la dirá la lluvia.
Sí, la lluvia.
Y es que si en una tarde de lluvia nos descubrimos pensando, queriendo y recordando sabremos que estamos perdidos. Que no hemos salido de ese amor. De ese mal mal amor.

domingo, 5 de octubre de 2014

De poeta y loco todos tenemos un poco. Una historia escrita con anhelos y palabras

De poeta y loco todos tenemos un poco
Una historia escrita con anhelos y palabras

De niña fui aquella que siempre se sintió atraída hacia las artes.
Tan atraída que (después de desistir de una fructífera carrera como empacadora de regalos en Cemaco) decidió imaginar que sería una escritora famosa.

Empecé mi vida "independiente" y el camino hacia mis propios sueños en el momento en el que mi madre (con ojos llorosos ella, siempre protectora) me dejó en el colegio.
Y yo, con firme paso me acomodé los anteojos, agarré fuerte mi lonchera de Strawberry Shortcake y enfilé al Primer grado de Primaria.  Fue justamente en ese año que aprendí a escribir y me apropié de mis esperanzas y anhelos.

Lo recuerdo como que hubiera sido ayer. Anteojos, lonchera y trenzas. Y es que fue justamente ese día en el que Ximenita, la nena a la que nunca le gustó jugar de casita y que siempre detestó los deportes, encontró el anhelo de su corazón: las palabras.

Con el pasar de los años, la vida me sucedió. Treinta años de estudios, amores, maternidades, errores y obligaciones han pasado desde entonces. Toda una vida que, al parecer, me había alejado de mi propósito con las palabras.
Y me pasó muchas veces: me sentí apartada de mi camino. Y sufrí, me rebelé, me reproché el fracaso. Sentí que, sin vivir mi anhelo, había perdido la dirección y el sentido.

Durante ese tiempo cometí muchísimos errores. Unos mas tontos y mas desconsiderados que otros.  Y, como era de esperarse, cada error trajo sus lecciones.
Durante treinta años, el destino me había llevado de la consejería al comercio a la fotografía a la docencia. Todas ellas actividades muy gratificantes (e inclusive lucrativas) y, sin embargo, no eran lo que yo había soñado para mi vida.
Muchas veces sentí que estas actividades y aventuras me habían distraído de mi llamado verdadero. Frustrante.

Pero hoy lo entiendo, nunca perdí el rumbo. Han sido estas frustraciones y sus enseñanzas las me han llevado justo al lugar en donde debo estar y donde este mes de septiembre me encuentra: escribiendo el guión de mi vida.  Y lo escribo con cada decisión que tomo. Con cada derrota. Con cada paso que doy.

Hoy puedo decir que he cumplido mi anhelo pues son las palabras las que me hacen lo que soy: una mujer con el corazón roto, pero con la ilusión intacta. Una eterna nena de anteojos, lonchera  y trenzas que sonríe contando esta historia.