sábado, 27 de diciembre de 2014

Tener un millón de amigos: anhelos para el año nuevo

Como que nada, estamos ya en los últimos días del mes de diciembre.

Se terminó el año. Trescientos sesenta y cinco días de aprendizajes, experiencias y recuerdos que agregar al Curriculum Vitae.

Yo, aun no aprendo a usar un barreno o cambiar una llanta.

Tampoco he aprendido a encender una fogata.

No voy a clases de pintura.

De las 20 prometidas, he bajado solo 3 libras.

De los 3 libros al mes, he leído solamente 5.

No terminé la Maestría. No viajé a ningún lugar. No he puesto al día mis impuestos. No fui voluntaria para ninguna causa. No visité más seguido a mi madrina.

De los demás, ni me acuerdo. Siendo completamente sincera y benevolente conmigo misma, puedo decir que los objetivos que me planteé para este 2014 fueron mediocremente cumplidos. Seguro y para este año que empieza me propondré una dosis gigante de constancia y una mejor memoria.

 

Una vuelta completa al sol. Un nuevo año que empieza. Y el mayor anhelo de mi corazón para dar inicio al mismo es cultivar un enorme corazón que sea capaz de sentir genuinamente. Y brazos amorosos para dar consuelo. Y una boca sabia y sincera (aunque fuera, a veces, imprudente).

Y nuevos ojos para ver los propósitos que se encuentran ocultos detrás de cada obstáculo.Y ser valiente y no rajarme.

Y fuerzas para no vivir a medias. Y el super poder  de diferenciar entre el miedo y la sensatez, entre la constancia y la vil necedad.

Y antenitas de vinil para reconocer los sentimientos de otros. Y capacidad para dar el mejor de los regalos: la validación emocional. (No contaban con mi astucia).

 

Y, cómo no, prosperidad.  Parafraseando a Roberto Carlos, quisiera tener  un millón de amigos (y que cada uno me diera un Quetzal). Esta última es broma (aunque ya impresa en blanco y negro no suene tan descabellada).

 

En fin, concluyo este 2014 un poco mas experimentada y bastante mas obesa.

Y es que estos últimos 12 meses de lecturas, lattes con galleta, amores, pláticas significativas y un par de nuevos buenos amigos han hecho de este 2014 un año que ha valido la pena. Aprendí, comí, compré, abracé, descansé, perdoné. Y lo repetí  cuantas veces quise.

Termino, entonces, con un buen sentimiento en el alma y con ganas de un nuevo inicio. No me queda mas que  desear que en el año que empieza no nos falten la sabiduría, los amigos, los carbohidratos. Y, claro, que nunca cantemos solitos: que lo hagamos acompañados por un coro de pajaritos.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Navidad y Diversidad: un verso sin esfuerzo (parte 2)

Nos vimos hoy. Compartimos una hamburguesa y la misma buena charla de siempre. Que si el amor. Que si el dinero. Que si el futuro.
"Con tres meses tengo, vos. Dame 90 días y  vas a ver todo lo que hago en ese tiempo"-me dijo con su voz tan convincente y sus ojones negros.  "Ya mucho, vos. Es tiempo ya de levantar. Dame noventa días". Y yo le creo.
Nos conocimos hace 20 años, pero esto de conocernos de verdad es reciente. La vida nos reunió en un momento crítico para ambos e increíblemente, nos hemos acompañado. Lo he visto mal. Y re mal. Caído y machucado. Y,sin embargo, allí está: fuerte. Mas  fuerte que Rambo (aquel que se curaba las propias heridas). Tan fuerte que, sea como sea,  siempre tiene un consejo y un abrazo para mí (para mí, la loca de insignificantes dramas. La loca que no confía sus secretos a casi nadie. La loca que no le abre el corazón a cualquiera).
Me ha mostrado el valor del desapego. Y hoy, bastante tiempo después, me veo ante la increíble oportunidad de aplicar lo que con tanto amor y su ejemplo me ha enseñado.

"No nos dimos regalo pero espero tengás  una feliz navidad"-me dijo luego de un breve abrazo. Y yo, siempre de acción retardada, no alcancé a decirle lo que estaba pensando.
Lo vi tirar la colilla del cigarro a medida que me alejaba. Rudo. Fuerte. Escondido detrás de sus eternos anteojos oscuros. Pero, al verme ya lejos, me dio una de sus sonrisas sinceras y me dijo adiós con la mano. "Mi amigo. Me diste el mejor regalo del mundo: me diste esperanza".
Y así es que empieza este 2015: con la esperanza de un mañana mejor.
Que sean todos bendecidos con un reencuentro: con amigos, con viejos gustos y con ustedes mismos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Diversidad y Navidad: un verso sin esfuerzo (parte 1)

Una canción navideña y los montones de luces me llevan al lugar menos probable del mundo: la hermosa ciudad de Guastatoya. Y es que, por razones de trabajo de mi papá, solía yo pasar allí las vacaciones decembrinas.

Calor del infierno pero un árbol navideño nevado, justo al lado de la piscina.
"I wanna wish you a merry christmas" cantaba José Feliciano en la rockola (de aquí es que surge mi eterna fascinación con estos fantásticos aparatos que le he pedido a Santa desde entonces y aun no hay modo).
Sentada, en calzoneta y descalza, como Judas moderno con una bolsa de monedas en mano. "From the bottom of my heart" una y otra vez.
Tiempo aquel en el que la mas importante decisión a tomar era utilizar las monedas para un helado de hielo o escuchar un par de veces mas la canción de Feliciano.

Helado de hielo con sabor a jocote y agua sucia en diciembre. Arbol nevado con escarcha plástica a la orilla de una piscina bajo un ardiente sol tropical. "I wanna wish you a merry christmas" en calzoneta y descalza. Es dentro de esta misma diversidad (que podría parecer incongruente) que se desenvuelve mi vida. Y eso debo agradecérselo a mis padres. Y es que, claro, en mi casa el sentimiento de diversidad  incongruente era (es) la única constante.

Nada religiosos, pero con un enorme nacimiento que ocupaba la mitad del corredor de entrada. Un niño Jesús gigante (tanto, que opacaba a sus padres y mascotas) vestido con un traje brillante que durante el resto del año pertenecía a un peluche. Un Belén que parecía celebrar la post guerra (pues permanecía rodeado por soldados plásticos de esos que se hicieron famosos después de Toy Story), dinosaurios con las fauces abiertas, Legos y el Corvette rosado de la Barbie. Diverso.
Mi papá descamisado y con el cigarro encendido mientras vaciaba el aserrín de colores sobre una tabla. "Dense gusto pues, patojos". Mi mamá, escoba en mano, murmurando alguna sandez. Y mis hermanos jugando a rehenes mientras se hacían amarras con los cordones de manzanilla.
Papa, podemos balinear a los aldeanos después?"-preguntaba Jorge con una sádica sonrisa y una encendida chispa de brillo en los ojos profundamente negros-  "Va, pero solo agarren dos cada uno. Qué chingan". Y a los muñequitos de barro les temblaban sus piernitas de alambre.

Navidad, diversidad. No por gusto riman. Y es que es justo en esa diversidad que podría parecer incongruente que se hace evidente la lección: es con mi familia con quienes puedo ser. Ser tal y como soy.
Sin filtros de censura, sin juicios. En mi familia no nos reprimimos ni adornamos sentimientos. En nuestras conversaciones igual caben las lágrimas y los consejos, las opiniones y los chocolates, las carcajadas y hasta los insultos. Y diciembre es eso: un espacio para reencontrarnos. Reencontrarnos tal y como somos: diversos. (Continuará)