domingo, 31 de agosto de 2014

Reflexiones de una mujer abnegada en recuperación (parte 1)

Esta semana se celebró a Santa Mónica. Me enteré por Facebook. No soy devota del santoral pero, por curiosidad, decidí investigar a la denominada "patrona de las mujeres casadas y modelo de las madres cristianas". Enorme título. Colosal responsabilidad esa de ser spokesperson para tan noble y complicada causa.
Decidí googlear y en unos cuantos minutos aprendí sobre la historia de su hijo rebelde, de su padre autoritario, de su violento y luego arrepentido esposo. Pero de ella, nada. Nada. Solo que 9 de las 10 entradas consultadas se referían a Mónica como una "mujer abnegada". Abnegada.
Según la RAE "abnegado/a" es aquel que "sacrifica o renuncia voluntariamente a sus pasiones, deseos o intereses en favor del prójimo".
Confieso que mi primer pensamiento fue: !Chanfle!.
Y es que soy mujer. Soy madre. Soy casada. Soy cristiana. Pero no quiero ser abnegada. No quiero sacrificar mi vida renunciando a mis proyectos y metas y pasiones por el prójimo. No gracias. Tengo un propósito por cumplir y no voy a claudicar.

Y lo sé muy bien: tanto el matrimonio como la maternidad son sinónimo de cambio y de nuevas experiencias. Ambos sucesos nos permiten una nueva y enriquecida perspectiva de lo que es vivir. Pero de esto a la anulada abnegación hay muchísima diferencia. La abnegación es sinónimo de pérdida. De renunciar a mi misma y mi propósito por otros. Otros que no me piden renunciar a mi vida por ellos. Otros que cumplirán sus propios fines y seguirán su propio camino. Y si vivimos a través de estos otros nos perdemos el verdadero tesoro que es nuestra existencia. Y esto si que no se vale.

Mujeres. A veces nos concentramos tanto en hacer felices a otros que nos olvidamos de nosotras mismas. Y lo único que logramos es vivir cansadas, perdidas y anuladas. Qué desperdicio.
Si nuestro saco de anhelos se encuentra vacío no tendremos nada que ofrecer. Si insistimos en apagar nuestra propia luz, cómo enriqueceremos la vida de otros?


Nuestros hijos y esposo y familia y amigos nos necesitan. Claro que sí. Necesitan de  nuestro consuelo y cariño. Necesitan de nuestra protección y afecto.
Sin embargo, lo que nuestros hijos realmente necesitan de nosotras, mujeres, es un buen ejemplo. Un modelo a seguir.

Yo no sé mucho de la vida pero puedo asegurar que una mujer plena y satisfecha es capaz de dar un mejor ejemplo. Y que una mujer que se esmera en cumplir los sueños que tiene dentro del corazón es el mejor modelo a seguir.
Y que, sin duda, los niños estarán mejor si tienen una mamá feliz. (Continuará)





domingo, 24 de agosto de 2014

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte II)

La semana pasada compartí con ustedes mi visión sobre la crisis de la mediana edad y las expectativas socialmente impuestas.  Hablamos sobre los anhelos e ideales y cómo estos se convierten  en ese camino que se nos obliga a transitar y que no nos permite "desvíos de ruta". Y sin embargo, llegamos a concluir que es gracias a estos "desvíos" que nuestra vida es hoy tan plena como es.  Las cicatrices son medallas. Esta lección de plenitud la aprendemos justo durante la "crisis de la mediana edad".

Por experiencia propia sé que las situaciones "negativas" han enriquecido quien soy y me han preparado para lo que ha de venir.  Rupturas de corazón, lágrimas, deudas, amores fuera de tiempo e incluso enfermedades han hecho de mí una mejor persona. Esto puedo agradecérselo a la vida y a los casi cuarenta años que tengo.

¿Que cómo afronto la abominable crisis de la mediana edad?
Asumiéndola con la mayor dignidad posible.
Y es que, hoy por hoy,  soy aquella que tiene una cuenta en Pintrest llena de decoraciones de casa  y recetas.
Pertenezco a un grupo de la iglesia (y lo hago de voluntad propia).
Llevo a mis hijos al entreno de natación (o foot o hockey) y hago porra con las otras de mi especie y uso mis zapatos de "mamá en kermesse" ( aquellos que combinan con el cardigan  al cuello, la vicera y la camisa polo).
Leo todos los suplementos de ofertas y hasta estoy enterada de que los jueves es "noche de mercado" en el super).
Compro para evadir las penas,: no importa si son zapatos o verduras.
Y veo el show de Oprah los miércoles por la tarde con una taza de café en mano.Y , solo a veces, uso mi saco blanco para ir a desayunar con amigas a Plaza Decorísima.
Al referirse a mí, los desconocidos me llaman "Señora".
Asumo dignamente esto de ser señora y soy una doña a la que le gusta bailar y cantar (aunque sea pésima para ambas). Y, a mis casi 40, me encanta hacer bromas. Y leer a Mafalda. Y tener una cama elástica en mi jardín (y hacer uso de ella).
Y amo pedir individual de papel y crayones de cera en los restaurantes ( y, en días de verdadera locura, hasta me permito pintar fuera de la línea). Y empiezo mis frases con un resignado "En mis tiempos..." cuando hablo con otros.
Y me compro siempre una Cajita Feliz y me tomo mi tiempo escogiendo el juguete mas chilero. Y guardo celosamente mi "primera edición" de "Barbuchín" que dice Linda Ximena Fuentes Molina 2do. "B" en una etiqueta de Hello Kitty.

Y creo que cada época pasada nos hace quienes somos hoy.  Y que los recuerdos son lo mas preciado que tenemos. Y también creo que ser viejo de edad no riñe con ser joven de actitud. Y que,  aunque pasen los años, el corazón no se arruga. Y a diario doy gracias a Dios por esto.

domingo, 17 de agosto de 2014

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Según lo define la RAE, una expectativa es "la esperanza o la posibilidad de realizar o conseguir algo". Esperanza. Posibilidad.  Palabras que, a pesar del tinte motivador, implican también la cruz de cargar con un "ideal", una meta impuesta que estamos obligados a cumplir. Esa efímera percepción de "la vida que deberíamos tener" considerando nuestras circunstancias personales. Ese estándar contra el cual lucharemos de por vida: que si el hombre ideal, que si el carro del año, que si la universidad mas prestigiosa, que si la tarjeta "platinium", que si el teléfono mas smart, que si las 110 libras. Y vivimos bajo la sombra de las infames expectativas.

A mi me sucedió. Crecí en un ambiente controlado en donde el plan a cumplir era tan sencillo como inviolable: Graduarse del bachillerato. Entrar a la universidad. Conseguir novio. Casarse (logrado este paso, el concluir los estudios universitarios era opcional). Comprar una casa. Tener un hijo. Tener otro. Inscribirlos en un "buen colegio". Y meta cumplida. Vida idílica.  Y yo (siendo como soy) -tarde, en desorden y a regañadientes- logré cumplir todas y cada una de estas expectativas que se me exigían (y que yo misma aprendía a exigirme). Cumplí y hasta me di el lujo de aprender un par de lecciones en el proceso.

Según sucedieron las cosas, terminé el colegio un año tarde. Entré a la universidad y me gradué tarde. Entre la inscripción y la graduación universitarias viví un embarazo, una boda y dos hermosos hijos a quienes inscribí en el mejor colegio que pude. Y ya. Habiendo cumplido-mal que bien-con todas y cada una de las expectativas, me quedé sin plan. Desorientada y sin sentido. Ding-dong: la crisis de la mediana edad tocó a mi puerta cuando recién cumplí los 35 años.

El término crisis de la mediana edad (o la mal denominada "crisis de los 40") es utilizada para describir un período de cuestionamiento personal que comúnmente ocurre al alcanzar esa temida etapa entre la juventud y la vejez. Edad que incluye nuevas y aterradoras palabras a nuestra cotidianidad: menopausia, calvicie, canas, yerno y nuera. Etapa en la que nos sentimos patojos de 18 con 20 años agregados de experiencia, en la que los complejos y las propuestas subidas de tono ya no nos intimidan, en la que aprendemos a decir "no" y a perdonarnos los errores del pasado. Edad en la que tenemos todo (absolutamente todo) para ser felices.
Hoy puedo decir que la lección que me dejaron los treintayalgo es una sola:
salirse del plan establecido está bien.  Corrijo, salirse del plan establecido es genial. Es genial y es un deber que nos debemos a nosotros mismos.

Crisis. Alguien me dijo que esta palabra comparte raíces etimológicas con términos como  "cambio", "criterio" y "crecimiento". Y, entonces, le doy la bienvenida pues, si estos son sus componentes, la mediana es y será la mejor edad de mi vida.
(Continuará)









domingo, 10 de agosto de 2014

La imprescindible Dosis Diaria de Drama que necesitamos


La imprescindible Dosis Diaria de Drama que necesitamos
(y de cómo José José ha ejercido una enorme influencia en nuestra vida). 

No me gusta mucho eso de echar la culpa a otros. En especial cuando se trata de mis propios sentimientos y percepciones. Culpar a terceros (o cuartos o quintos) por nuestras propias acciones es un mal hábito que, por salud mental, debemos abandonar. Sin embargo, escribir sobre el drama en las relaciones trae a mi mente a dos personajes en particular: Corín Tellado y José José. Y es que ambos son nombres sinónimo para esto del dramático modo de vivir el amor: ella por aportar la trama idílica y él por ponerle el soundtrack perfecto a este vicio del sufrir. 
Personalmente, puedo decir que no soy fan de la primera. Pero confieso que le he dedicado bastantes lágrimas a José José y su lírica.  Y no me arrepiento, es parte de la vida. De alguna manera, esto de amar y sufrir es algo que nos debemos a nosotros mismos. Una experiencia de vida obligatoria si es que buscamos madurar en las (siempre complicadas) cosas del amor. 

"Y es que amar y querer no es igual: amar es sufrir, querer es gozar" repite el Príncipe de la Canción en el viejo vinilo que atesoro desde mi infancia. 
¿Será por esto del "amar y sufrir" que cedemos el mejor de los lugares de nuestro corazón a aquel amor que nos hizo llorar como nadie mas? ¿Será que aquel individuo a quien le debemos las mas amargas lágrimas, los enojos mas viscerales y las mas largas noches de insomnio es a quien la vida nos ha asignado como nuestro gran amor? 

No tengo evidencia mas que circunstancial (propia y ajena) recolectada a lo largo de mi experiencia (como terapeuta, como amiga y como eterna enamorada), pero creo que  todo ser humano necesita una Dosis Diaria de Drama para sentirse feliz. 
Puede sonar contradictorio, pero procuraré explicar este fenómeno de las 4D de la mejor manera posible.  Ya verán que la Psicología me respalda en esta hipótesis. 
Empecemos con un poco de historia: desde el inicio de los tiempos nos encontramos inundados por imágenes de parejas idílicas que sostienen relaciones turbulentas (mismas que nos hacen suspirar a todo pulmón). 
Si observamos con atención, comprendemos que todas y cada una de estas parejas comparten un rasgo común: el nivel de drama novelesco entre ellos es perfectamente proporcional  a la cantidad de amor que se profesan mutuamente. Sea un idilio real o ficticio, consideramos que una pareja buena es aquella en donde hay bastante drama.
Es decir, a mayor drama, mas amor. Y viceversa. 
Para todo Romeo existe una Julieta. Para toda Frida hay un Diego. Y así, drama personificado para todos y para cada uno.
Es así como, a pesar de los años y las experiencias,  atesoramos la relación aquella en donde hubo mas drama, donde nos compenetramos profundamente con el otro, aquella en donde invertimos nuestras mejores lágrimas. La relación tormentosa que nos " hizo sentir vivos". 

Por otro lado, pregonamos (hipócritamente) que buscamos la estabilidad emocional en nuestras relaciones. Que deseamos una pareja que nos proporcione la tan anhelada seguridad eterna pues solo añoramos envejecer juntos y vivir en paz. 
Sin embargo sabemos que cuando falta el drama en nuestra cotidianidad, nos aburrimos. Y anhelamos con el alma aquel tiempo de adrenalina romántica, dudas, mariposas y el inevitable llanto. 

Y entonces, si nos encontramos ante una necesidad casi biológica de turbulencia dramática que compite contra la monotonía, el conformismo y el aburrimiento, ¿cómo hacemos para lograr una relación satisfactoria?
Es justamente aquí en donde debemos plantear un punto de diferenciación. 

Primeramente, estamos las personas emotivas. Digo, las que  mantenemos contacto cercano con nuestras emociones y que, de pronto, nos vemos confrontadas por estas. Si estamos enojados, contrariados, en desacuerdo o sencillamente amanecimos llorones, los demás van a saberlo. Y vamos a asegurarnos de ello escudándonos en la trillada actitud de "vivir genuinamente". 

Sin embargo, ejercitar eso del corazón roto, bolero y caja de kleenex a nivel profesional es diferente. Este grupo de personas son los segundos en cuestión. Dice la Psicología que hay quienes son adictos al drama. Sí, biológicamente adictos a la adrenalina y al estado de euforia que generan los conflictos. Estas personas- usualmente-viven las relaciones como sinónimo de drama, llegando inclusive a confundir “la intensidad” con el sentimiento real.  Y así es como los celos, las peleas y los gritos se justifican en su cotidianidad,generando la convicción de que todo este sufrimiento se vive en nombre del amor. 

Por tanto-y muy a pesar del mal ejemplo que nos plantea José José-el dolor, el sufrimiento, las peleas y las ostentosas reconciliaciones (tan comunes en las parejas dramáticas) no implican que la relación sea más autentica ni más profunda. 
De vernos identificados con esta problemática, será importante entender el por qué nos encontramos envueltos en este tipo de relaciones, especialmente si tendemos a repetir el patrón. Este será el punto de partida hacia una vida emocional mas sana. 

Como todo lo que vivimos, las relaciones que establecemos con otros tienen un propósito de aprendizaje. Es por medio de estas que buscamos la superación personal y logramos conocernos a nosotros mismos. 
Y entonces, ¿qué podemos aprender de una relación basada en el drama? 
Podemos aprender a perdonar, a manejar la rabia y la frustración. A ser mas empáticos y menos egoístas. A aceptar a otros y a vernos en el espejo de sus defectos. A valorarnos.
Dicen que el primer paso importante hacia la plenitud es aceptar nuestras debilidades y problemas. Que solo si estamos conscientes de los mismos podremos empezar a trabajar en solucionarlos.  Que de toda experiencia ganamos sabiduría.  Así que toca aprender, crecer y agradecer. Para esto es que sirven las relaciones, inclusive las dramáticas. 

Y por último podemos también aprender un par de canciones de José José, les prometo que no estarán de mas en el playlist de cualquier corazón. 
Larga vida al Príncipe. 


domingo, 3 de agosto de 2014

Luis Miguel y yo:anotaciones sobre el amor platónico


Luis Miguel y yo
Anotaciones sobre el amor platónico

No imaginé que ese día cambiaría mi vida.
Era un fin de semana a principio de los ochenta.
Encendí la televisión y allí estaba: la criatura mas linda que jamás habían visto mis ojos. Traje azul galáctico y un sol colgando en el pecho.  Una bandada de mariposas estomacales envueltas en voz chillona, botas y pelo largo. "El sol de México"- así lo llamó don Raúl Velasco. Luis Miguel. De alguna manera sentí conocerlo. Entenderlo. Amarlo. Nunca habíamos hablado. Jamás compartimos nada. Pero lo amaba.

A partir de ese día, Luis Miguel ocupó un lugar VIP en mi corazón.
Me emocionaba al verlo, suspiraba imaginando sus gustos y ansiaba locamente conocerlo. Todo lo que yo podía pedir estaba allí, justo frente a mí (en un poster o por medio de un disco). Ideal. Eterno. Inmenso. Amor platónico que le llaman.

Será la experiencia y las enseñanzas que esta nos trae, pero hoy (muchos años después de haberse cancelado "Siempre en Domingo") puedo decir-sin mayor recelo-que eso de los amores instantáneos no termina de convencerme. Y créanme, he buscado respuesta a esta eterna incógnita. Infinitas horas de lectura, psicólogos, google y hasta extraños ejercicios kármicos no me han ofrecido aun una respuesta certera a mi eterna pregunta:  ¿Por qué nos enamoramos de aquel que no podemos tener? ¿Por qué nos torturamos con un amor imposible?

De esta tortura voluntaria de amar al imposible es que se trata el denominado amor platónico. Me explico: el "amor platónico" es la acción de  enamorarse de una persona que, a mis ojos, representa un ideal de perfección.  Enamorarse platónicamente es vivir un sentimiento amoroso hacia un individuo idealizado. Idealizado pues representa la perfecta encarnación de todos mis deseos y anhelos. Y, claro está, este ideal de perfección es imaginario. No corresponde con la realidad.

Cuando idealizamos a una persona, no consideramos sus defectos y limitaciones.
Le atribuimos toda una serie de cualidades que magnificamos: que si su pelo, que si su nobleza, que si su forma de caminar. Todo sobre este ser es bondad y belleza.
Y seguramente nos ha pasado a todos. En la eterna búsqueda de vivir una gran historia de amor, idealizamos las relaciones de pareja y, más que vivir enamorados de una persona, nos encontramos propiamente "enamorados del amor" (o de las sensaciones que este nos genera). Y permanecemos "enamorados" en un estado nebuloso y letárgico hasta que la realidad nos alcanza. Y, como es de esperarse, la realidad nos alcanza dura, ruda y cruda (como siempre ha sido y será) pues el contraste entre esta y nuestras ilusiones desproporcionadas genera una inevitable decepción. Y es esta misma decepción la que nos procura un enorme (y muy sentido) sufrimiento.



Sufrimiento. Es justo aquí en donde surge la mayor de mis inquietudes con respecto al amor. Y es que, según nos han enseñado las telenovelas, ¿qué mejor expresión del amor romántico existe que la de amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos? Y, al mismo tiempo, ¿acaso hay algo más deprimente que amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos?

Ya no se trata únicamente de si sentimos una irrefrenable atracción hacia la persona equivocada (que al fin y al cabo puede presentar cualidades que nos resulten atractivas), sino que nos amargamos la vida persiguiendo a una persona que, por diversas razones –se encuentra ya comprometida, no nos corresponde o cualquier circunstancia externa la mantienen fuera de nuestro alcance (como en el caso de Luis Miguel y yo) – hacen imposible que comparta su vida con nosotros. No tiene ningún sentido desde el punto de vista racional. Sin embargo, y por muy imposible que sea, no podemos dejar de sentir esa innegable sensación de amor.

La psicología moderna nos invita a interpretar el amor platónico desde una perspectiva completamente opuesta a la usual. Y es que plantea que enamorarse de alguien inaccesible es una forma de evitar la intimidad amorosa. Esto tiene mucho sentido-si es que somos evasivos en los asuntos del corazón-porque: si nos enamoramos de un imposible, entonces (lógicamente) no seremos correspondidos. Por alguna u otra razón, el amor no podrá consumarse. Si no somos correspondidos no estaremos obligados a comprometernos con la otra persona. Es decir, invertiremos nuestros recursos emocionales sin correr riesgos y "a lo seguro".  El distanciamiento emocional no duele. Esto significará que no tendremos que estar vulnerables ante el otro. Y, como "premio", ganamos un corazón blindado ante el sufrimiento que una relación amorosa real puede generarnos.

Anhelos irreales. Realidad negada. Distancia prudencial. Corazón blindado. En esto se resume el amor platónico. Pero,al final (y gracias a Dios) crecemos y maduramos. Esta fase idealizada y adolescente de nuestra emocionalidad nos prepara para el amor real. Ese amor que nos invita a conocernos mejor y nos enriquece a nivel emocional y nos permite intimidad con nuestros semejantes. Amor de verdad.

Y así es como vuelvo a Luis Miguel.
Nuestro idilio platónico continuó hasta muchos años después.
Conciertos,suspiros, anhelos y hasta cartas (que jamás respondió).
De su paso por mi vida me quedan aun muchos recuerdos gratos, varios discos y un hijo llamado Luis en su honor. Pero sobre todo, queda en mí un profundo y extraño sentimiento de agradecimiento. Y ha de ser porque mi corazón de niña se vio enriquecido por su imagen. Digo, porque fue por medio de él que descubrí que a mi se me cantinea por el oído y con una tirada de pelo al aire ("Casaca siempre mata a carita" decimos los chapines. Y yo doy plena fe de esto).
Y, al final, si todas las personas que vienen a nuestra vida cumplen el propósito de enseñarnos algo sobre nosotros mismos, esta es la lección que LuisMi me deja a mí.