sábado, 30 de mayo de 2015

De cómo encuentro mi punto G los sábadospor la madrugada Paso a pasito, pero sin dejar de tambalear (parte I)

Lo confieso de manera pública: “Carcacha”, de la difunta reina del tex mexes mi canción favorita en el mundo. Y si algún día me tatúo el cuerpo seguro será con la frase: “…y aunque tenga una carcacha lo que importa esque voy con El” (El, con mayúscula).

Suspiro de alivio al sentir esta verdad que hoy deja de ser secreto. Una pena menos.

Tributo. El, la reina y yo compartimos este mantra: meneando despacito el cuerpo es que se llega lejosPaso a pasito.

es que casi siempre me siento así. Como una carcacha a punto de sucumbir ante la “humareda que nos viene ahogando.” El motor a mas no poderDicen que es bajo presión que se rinde mejor.  Y a esta procrastinadora profesional no le queda mas que estar en completo acuerdo.

 

Me pasa todos los sábados por la madrugada.

Suena el despertador a las 5:01 am. Es hora de escribir la columna semanal que debo entregar ese mismo día.

Lo único que me despierta a las 5:01 am es la emoción de saber que tengo exactamente una hora y 45 minutos para pensar en un tema,para escribir sobre el, para revisar mi escrito(y volver a revisar mi escrito) y presionar SEND. 

Después del emocionante momento me arreglo y me voy a trabajarprometiéndome a mi misma que esto no volverá a pasarme.Esta semana no sucederá. Y lrepito siete días después5:01 am.

 

Paso la semana entera martirizándome pensando en un temaEsta es la parte mas complicadaLuego escarbo mi cerebro por un ejemplo que enriquezca y enfatice. Y en una manera amena de presentar lo que quiero decirY hasta en un soundtrack (qué es de la vida sin música, no?) Pero no lo concreto.

Digoes hasta el sábado por la madrugada que encuentro ese al que le llaman el punto G:las ganas.

Evidentementemis ganas se ven empujadas por la emoción del último minuto. El nervio acelerador que me mantiene al borde. Como diría la mamá de cualquiera en lenguaje mas coloquiales hasta el último minuto que “se me da la gana”.

 

Dicen los psicólogos (cuando no ellos,metidos en todoque la necesidad de procrastinar es una clara muestra de resistencia.

Newton le da like a esta perspectiva.

 

Resistencia. Así –y solo asíes que camino y avanzo.

ArreadaObligada. Paso a pasito como tortuga artrítica con pies de plomoReina de las excusas y el aplazamiento.

Son casi las 7 y este sábado me encuentra sin teclado y a merced de la señal de internet que tiene voluntad propia. Y excusas. Toda una carretera de excusas como piedras de tropiezo.

 

Y lo tengo bastante claro: me resisto a abrir micorazón esta semanaTemo abrirlo y no encontrar nada. Ni inspiraciónni sentimiento.Abrirlo y no encontrar mas que excusas.Excusas,llantas de triciclo y un motor al revés.(Continuará).

sábado, 23 de mayo de 2015

Vida de M: del pasado conjugado con tortura y el presente en deseo persistente. La madre que fui y la que soy. Tercera parte (y final).

"Las canciones que quise escribir" se llama uno de los 3 discos que compré con mi primer salario. Siempre-con algunas obvias excepciones- me gustaron las letras de Manzanero. El sentimiento, la universalidad y el hecho de que el Maestro se parece a Yoda.
Recuerdo con cariño ese tiempo. La música, la juventud y la incipiente noción de autonomía que recién conocía. Tenía yo 16, eran los 90 y la codependencia estaba en boga.

La codependencia. Maldita necesidad de complacer, de ser aprobada, de cumplir.
Es lo que la cultura nos demanda: poner las necesidades de los demás antes que las nuestras. Y cuando dependemos de la aprobación de un hombre, de la aceptación social y de los hijos, estamos sentenciadas a morir en vida. Morir en vida.

Años después, era yo una joven madre con la preocupación reflejada en el ceño (que aprendió a fruncirse solo), con un alma ansiosa por complacer: a las nuevas criaturas, al indescifrable esposo, a la acaparadora madre y a la temible suegra. Y a las amigas: todas mamás nuevas pero expertas en maternidad y crítica y comparación. Fieras.

Durante una de tantas noches de insomnio que me trajo la maternidad recordé la broma que hice a una amiga años atrás (estando aun soltera). Mi amiga me preguntó qué regalo de navidad le pediría a Santa.  Respondí que le había pedido amanecer rodeada de hombres guapos. Deseo cumplido. Ahora dormía con varios. Guapos y llorones. Llorones y demandantes que ocupaban mi mente y mi corazón y mi cama y mis fuerzas y mis días. Todos mis días.

Eran las tres de la mañana y trataba de terminar mi anteproyecto de tesis. Temerosa de que el sonido del teclado despertara a uno de los guapos. El teclado y la luz de la pantalla. La luz y el disco de Manzanero que escuchaba con el mínimo volumen posible. "Las canciones que quise escribir". Me costaba pensar en esa palabra que me parecía tortura: quise. Quise, del verbo querer pero en pasado. Quise, anhelo conjugado con tiempo que no regresará. Quise, en un presente cuasi perfecto que me dejaba con sabor a fracaso. Quise.

Esa noche quise. Quise contener las lágrimas. Quise enfocarme en los millones de tareas autoimpuestas como barrera para no sentir. Pero no quise despertar a los demás. Y, claro, puse las necesidades de otros delante de las mías: tal y como debía hacerlo.

Esas lágrimas contenidas son la razón por la quise también escribir estas líneas. Estas son palabras que quise escuchar entonces pero hasta hoy encontraron voz.
Son también las tres de la mañana. Escribo también mi anteproyecto de tesis (ahora de Maestría) y los guapos duermen.
Escribo a esta hora porque asistí a una fiesta hoy. Y ayudé a un amigo en pena. Y porque presté mis oídos a varias personas. E hice el almuerzo. Escuché, atendí, cumplí. Pero, principalmente, escribo a esta hora porque así lo quise.

Hoy comprendo que mi deber en esta vida consiste en recordar a diario que mi única obligación es conmigo misma. Hoy. Nunca mas un "quise" pero sí muchos "quiero".
Y esa será la mejor herencia que dejaré a mis hijos: un deseo y un hoy. Quiero.



sábado, 16 de mayo de 2015

Vida de M (parte II) Mayo, mes de la madre y de cómo cumplo 16 años de ejercer la jardinería (una porra para mi misma)

"No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Así que, por sus frutos los conocereis" lee el versículo. Y yo no puedo mas que sonreir. A veces-si me esfuerzo de verdad-puedo ser Ceiba, claro. Pero casi siempre soy Chichicaste. En el carácter, sobre todo. Y mis frutos. La jardinería no se me da (muy a pesar de mi genuina devoción hacia la genial Mrs. Martha Stewart), pero mi amiga Olguita me pedía sembrar las flores de su jardín. Que las que yo sembraba salían dobles, decía.

Y no puedo desmentirla. Dobles.

 

Quisiera escribir de cómo-después de tanto tiempo-he aprendido a ser la mejor madre del mundo. "Vean mis frutos", diría. Orgullosa como Pavo Real (chévere!). Pero, realmente creo que ustedes son publicidad engañosa para mis deficientes habilidades maternales.

 

Quisiera escribir una hermosa historia de cómo los esperé y de cómo me preparé para su llegada. No fue así.Ustedes, mis hijos, siempre han sido una sorpresa.

A los veintidos años me encontré con la enorme certeza de su existencia. Lloré. De alegría, de emoción, de incertidumbre y-sobre todo-de miedo.

Por varios meses viví combatiendo las hormonas, los antojos y el calor. No abundaba el dinero pero todo era emocionante. Y nuevo. Y aterrador.

Siempre supe serían dos caballeros, mi corazón me lo dijo. Y desde esa misma noche los soñé.

 

De esta época recuerdo que gasté mis arras matrimoniales en la tienda del barrio. Trece monedas de a Quetzal aun sin estrenar. Compré una docena de helados de coco y un chicle (la vida era mas barata en ese entonces) y me los comí todos-uno tras otro- en una calurosa tarde de marzo, sentada en el balcón que daba a la calle. Enmielada. Fue en esa misma tarde que escogí sus nombres. Nombres de caballero.

 

A veces pienso que estaba yo demasiado joven para hacerme responsable de algo (no digamos de ustedes dos). Otras veces pienso que la vida tiene su propio plan (que, gracias a Dios, resulta siempre perfecto).

 

Quisiera decir que el día de su nacimiento fue el mas feliz de mi vida, pero confieso que he tenido mejores. Ese día enfrenté la alegría de verlos nacer y la incertidumbre de morir. Pero Dios me habló por primera vez ese 20 de mayo de 1999.

"Vas lista para el segundo round, así que pilas", me dijo. "Falta mucho, mija".

(Sí, esas fueron sus palabras. Es que El y yo nos llevamos así). Y aquí estoy. Haciendo lo que puedo. Jardineando entre monte y flores. Chichicastes y Baobabs.

 

"Adiós mangazo, adiós guapura cachetes de melocotón"-me despedí al dejarlos en el kinder. "Mamá, por qué siempre nos decís nombres de frutas?"-preguntó enojado, apuntándome con esos ojazos verdes que me aguadan las piernas. Y es que ha de ser eso: dulzura, deleite, semilla, frutos. Machete en mano me doy una porra a mi misma: "Tal vez no soy tan mala para eso de la jardinería". Y sonrío.

(Continuará).

 




sábado, 9 de mayo de 2015

Vida de M: de cómo soy madre pero también soy la Mujer Maravilla (parte I)

Antes de ser madre fui mujer. Y una mujer maravillosa.
Desenfadada, arrecha, llena de proyectos.

Al día de hoy, la matemática va algo así:
Mujer Maravilla por 39 años. Madre por casi 17. Este sencillo cálculo me ubica en una realidad bastante reconfortante. Es decir, tengo bastante mas experiencia en la primera. Y me la creo a diario. Que si me llamo Linda es por la Carter. A veces hasta uso dos pulseras iguales en cada una de mis muñecas y calzón azúl. Maravilla.

Y, aunque parecieran contradictorios, ambos roles son perfectamente complementarios. Complementarios. Pero este pareciera ser el secreto mejor guardado de la historia. Un secreto que quisiera yo-por el bien de la humanidad-develar.

Las veo en los pasillos del supermercado: madres recién estrenando título.
Mente sobreestimulada. Peinado de almohada. Ropa cómoda que grita desvelo y descuido. Enormes ojeras. Paso precavido empujando un carruaje divinamente adornado con juguetes y colchita de franela que combina y arropa a pesar de los 40 grados centígrados que el trópico nos regala.

Ojos desorbitados frente a 100 opciones de pañales, aparatos sacaleche, toallas húmedas orgánicas e hipoalergénicas y carísimas botellas plásticas que evitan el reflujo. Ceño fruncido ante las innumerables opciones y el peso de estas decisiones que parecen caernos de sorpresa y ser tan trascendentales que nos agobian.
Desoladas. Impotentes ante esa voz que viene del interior: "Jamás lo harás bien. Esto es demasiado. No sos capáz. Mala madre". Madre.
Alguna vez lo escuché. Y sí, mis ojos también se llenaron de lágrimas ante la terrible posibilidad: estoy haciéndolo mal.

Y yo solo quiero abrazarlas en la mas enorme de las empatías. Empatía de quien ha vivido esa misma tragedia antes. "No importa. Ninguna de estas muladas es trascendente. Creémelo. No importa. Ninguna de nosotras tenía (ni tiene) idea de lo que hace".  Ese es el secreto que quisiera decirles al oído.

Todas estamos igual de asustadas y de perdidas. Hacer las cosas mal. Ser mala madre. Tomar las decisiones equivocadas. Ahogadas por esa ola de felicidad y amor y cansancio y confusión que es la maternidad. Anuladas hasta nuevo aviso.

Pero, al mismo tiempo, nuevos ojos. Y un corazón multiplicado. Y un instinto protector que jamás imaginaste. Y la certeza del amor verdaderamente incondicional. Todos ellos regalos que te trajo también la cigueña. Superpoderes.

Y tu único enemigo serás vos misma. Vos y la tentación de renunciar a tus sueños por ser madre y creerte mártir. Y es que-a pesar de todo eso que estas pensando-seguís siendo una verdadera maravilla, mujer.
(Continuará)



sábado, 2 de mayo de 2015

De las costumbres y el amor

Dicen que del amor al odio hay un solo paso. Uno solo.

Sencilla matemática será entender que del odio al amor la distancia es exactamente la misma.  Una de las primeras lecciones que aprendemos los psicólogos es justamente esa. Y es que en el espectro de las emociones humanas, ambos sentimientos no son opuestos. El amor y el odio son complementarios.

 

Funciona mas o menos así: Asignamos una dosis de significancia emocional a alguien y según la intensidad de esta dosis es que fluctuamos entre un extremo y otro.

 

Odiamos la posibilidad de ser rechazados por aquel a quien amamos, por ejemplo.  

Amamos pensar que a esa persona que odiamos hoy, nadie va a amarlo jamás.

Odiamos porque alguna vez hemos amado. Como el Ying y el Yang del corazón. Complementarios.

 

Doy fe de esto. Acabo de verlo. Fue el 25 de noviembre. Ambos estaban sentados en la cama de hospital. Lado a lado, como siempre ha sido.

Tienen ya cuarenta años juntos. Algunos de novios, veintitantos casados, veintitantos divorciados pero cuarenta juntos.

 

Los escucho mientras ella reclama: "Viejo, cómo te fuiste a enfermar?"


El, con la voz mas dramática del mundo, respondió:  "...a ver si no me pelo hoy, vos. Los 25 de noviembre son siempre fatídicos".

"Dejá de estar hablando babosadas, aún no te toca. Pero-contame-

por qué fatídicos?"

"Un 25 de noviembre de 1945 se casaron mis papás..."-viendo, nostálgico, para el suelo-ella, interrumpiendo: "Ah, vos ni estabas. Y si eso no hubiera pasado ni nacés"- mientras le acomoda la almohada.

"También es aniversario de muerte de mi papá..." "Ah, superalo. Ya pasaron como cuarenta años" buscando minimizar ese dolor que nunca terminó de cerrar.

El continúa sin inmutarse ni despegar la vista del suelo-"Y en una fecha como esta fue que vos y yo nos hicimos novios hace exactamente cuarenta años..."-siguió un largo y pesado silencio que ella interrumpió, respondiendo: "25 de noviembre. Ni me lo recordés, porque eso sí que es fatídico"-sonrió de medio lado, viéndolo con amor. El también sonrió.

"Y además, hoy es 26"-acariciándole con ternura la cabeza pelona. "Se te pasó la fecha, mano. Si querés que este día sea fatídico vas atener que morirte hasta el próximo año".

 

Y yo me carcajeo mientras tarareo aquella que dice: "...cabe duuuuda que es verdad que la costumbreeeeee es mas fuerte que el amor" y me sacudo el fleco tal y como hacía la Durcal. "Amo a mis papás"-susurré mientras sonreía. Odio y amor. Complementarios.