martes, 29 de noviembre de 2016

Volviendo de Esquipulas (mayoría de edad)

Para siempre es un tiempo demasiado largo. 
Para siempre es una promesa que hacemos sabiendo no podemos cumplir. 
No podemos cumplir y sin embargo firmé ese documento con toda la convicción que tengo. Dicen que la intención es lo que cuenta y el "para siempre" quedó allí, firmado. 

Nunca entendí mejor el peso que tiene una firma hasta hace poco. Y digo esto con todo aplomo, con la libertad del que-hasta hoy-no ha tenido fondos cuantiosos en su cuenta de cheques y al que no le piden autógrafos jamás.

Una firma: fue así que empezó esta historia hace ya 18 años. Que terminara de esta misma forma era lo consecuente. Juzgados, papeles y firmas para dar por concluido un "para siempre" que no pudimos cumplir. 
Y aquí estoy, en la Palace del siempre glorioso Centro Comercial de la Zona 4. Mi abogado me invitó a un café, "para celebrar este logro, patoja". 

Patoja. Así era cuando me casé. Demasiado. Y que hoy-18 años después-siga yo calificando como tal, me halaga. 

"No sabe todo lo que le espera, usté"-"Ay lic, no me asuste"-"No,no, cosas buenas. La segunda mitad de la vida es la mejor"-mientras le pega el último sorbo a la taza y la pone sobre la melamina naranja de la mesa. 

Al fin firmamos el papel, papel que resumió casi dos décadas de nuestra vida juntos. Qué poco saben las plumas fuente sobre eso de los vínculos. 

Las plumas fuente y las firmas no saben que me hacés llorar a veces. 
De tristeza, de enojo, de alegría. 
Todas y cada una de las emociones humanas, vos. 
Y es que tantos años después, es lo congruente. 

A veces agradezco habernos conocido tan jóvenes. Cuánto nos tocó crecer. Y las ganas de vivir. Vos conmigo y yo con vos: tantas primeras veces, juntos. 

A veces maldigo el habermos conocido tan jóvenes. Cuánto nos tocó aprender. Y la poca experiencia.  Vos contra mi y yo contra vos: tantas últimas veces, juntos. 

Las plumas fuente y las firmas no saben que me das ternura a veces. Ternura porque ambos nos convertimos en adultos juntos. Adultos que saben que no hay pena ni gloria en este final. Nada mas que volver a un origen y seguir caminando. Niños que jugaron a "para siempre" y hoy llegan a la mayoría de edad.

No sé si te acordás, pero antes de firmar ese papel cerré los ojos. Cerré los ojos como quien está a punto de saltar a un abismo. 
Fue durante la caída que nos ví-viejos-chineando a nuestros nietos. Vos, sonriendo. Yo, aliviada. Vos y yo, y tantas vueltas que dimos para-al fin-descubrir que hoy somos lo que siempre fuimos: verdaderos amigos. 

No logro quitar de mi alma esa gana irrefrenable de llenar de coloridos flequitos mi carro, como lo hacen aquellos que regresan de Esquipulas. Y es que hoy regreso de una larga peregninación. Una que me llevó 18 años, edad en la que sucedió me convertí en
un adulto. 

Y vos me acompañaste.

El divorcio y el matrimonio son idénticos. Ambos decisiones a las que respondimos con un sonoro "Sí" y sin muchas reflexiones.
Eso y el entendernos en un arreglo hecho "para siempre" y del que jamás entendimos las repercusiones. Uno que firmamos aun atentos de que "para siempre" es una promesa que hacemos sabiendo no podemos cumplir. 

(Continuará)

viernes, 25 de noviembre de 2016

San Givin: un agradecimiento

"Comé huevo"  decimos las chapines. Y es que-a veces-toca. 
Siempre me ha fascinado eso de relacionar comida con emociones y momentos.

Fiambre con sabor a abuelita.
Chocolates de esos que saben a complicidad con vos mismo. 
Frijolitos con sabor a hogar. 

Me pasa así con el recuerdo de mis 15 años, por ejemplo. 
Garden salad con crutones. Garden salad con crutones de buffet de 2.99 dolares que compartí con mi familia. 
Otras niñas tuvieron limosina y viaje. Yo tuve a mis padres y hermanos luciendo sus mejores galas en un momento que-24 años después-atesoro como a nada.
 
Aun antes de Trump era difícil ser recién llegados a un país que te recibe con hostilidad y recelo. País en el que las oportunidades están, pero no tan cerca como uno cree. 
En ese tiempo mi papá escribía el horóscopo para un periódico que nadie leía, ese fue su trabajo por un tiempo. El escribía futuros prometedores y yo cumplía quince años. 

Los santos gringos, decía mi viejo, son San Givin y San Ababitch. California sabía a discriminación, a sueños por cumplir, a trabajo arduo y a Garden Salad con crutones. 
Fue allí también que aprendí a comer pavo. San Givin mientras nos llevaba San Ababitch. Gratitud en tiempos de tormenta. Y por eso es que celebro. 

Este año fue pavo fiado con mis hijos. Estos tiempos no han sido los mejores, pero agradecí a mis patojos cada muestra de solidaridad. Su entereza ante las adversidades y que no protesten por todos los fideos baratos que nos ha tocado comer últimamente.  Fideos baratos que saben a esperanza, pavo fiado que sabe a promesa de tiempos mejores y abrazos sinceros. Esta fue la cena familiar.

Eso y la mejor enseñanza de todas las que puedo heredarles, y es que no importa si es pavo o tamal. Fiambre o cranberry sauce. Lo verdaderamente valioso es estar agradecidos todos los días: incluso aquellos en los que el menú incluye un poquito de mierda.