sábado, 31 de enero de 2015

El hombre que fue enjaulado-Parte II: De cómo estamos mas que fritos.

Estar y permanecer enjaulado es una decisión. Elegimos entre la seguridad artificial y el libre vuelo.
Personalmente, considero que la jaula que nos aprisiona cotidianamente es el conformismo. Y es que si estamos acomodados a una situación , dejamos de cuestionar.El maldito anhelo de "pertenecer" y de "encajar" es justamente lo que nos esclaviza.
El conformismo, aunque sea una decisión cómoda y "lógica" desde el punto de vista social, nos lleva al aislamiento, al automatismo y a la pérdida del ser individual.
Y la batalla es justamente esa: animarte a un destino libre, nada seguro, pero independiente. Decidirte por un corazón autónomo sobre una relación sin amor. Elegir entre una pasión que nos invita a despertar cada día o a un trabajo que odiamos. Vocación sonriente o esclavitud perenne.

Y es que recordemos que dentro de la jaula estamos presos. Reprimidos. Avergonzados.Huraños. Irracionalmente contenidos.
 Sudando tres tipos de miedo: los heredados, los propios y los ajenos.

Pensaba en esto mientras veía una camioneta Land Rover gris (divina y con olor a nuevo) parquearse a un lado de Pinulito del puerto de San José. Entre el musicón y el calor, una señora perfectamente peinada y con anteojos Prada que voltea para todos lados buscando no sé qué (esconderse de ladrones o, peor aún, personas conocidas que puedan descubrirla en el "delito" que está a punto de cometer). Al parecer, no hay moros en la costa ya que entró al local  y pidió (en calladito) una libra de "chicharrones de pollo" y media de mollejas. "Tortillas no hay", le dije (medio por fregar, medio por saludar). Me miró de pies a cabeza (como solo los chapines sabemos hacerlo) y, al parever, pasé la inspección. "Que valiente usted aquí sentada con su celular y todo. Mire que los ladrones no respetan los feriados". "No me resistí al olor"- respondí. Sonreí mientras un chucho callejero nos miraba con súplica y ambas esperábamos  el pedido.
"Me escapé un rato para comer aquí. Es que por mi casa no hay de esto". No supe si el "por su casa" se refería a la del puerto o a la de la capital.  No le pregunté.
"Yo no me escapé. Soy comelona pública". Volvió a sonreír.
Escapar. Me impresionó la palabra.
Recibió sus bolsas de animal frito con ojos brillantes.
"Provecho", mientras volteaba para todos lados (buscando no sé qué).
Y volvió a su carro y a su casa (casa en donde no hay Pinulito y no hay mollejas fritas).
Y me quedé allí, con el calor, mi pedido y la esperanza de que la doña se permita escapar mas seguido. Permitírselo. Permitírnoslo.
Sonreír. Salir de la garita. Ignorar la crítica. Bajar el vidrio de vez en cuando. Escapar.

sábado, 24 de enero de 2015

El hombre que fue enjaulado ("será tu cárcel y nunca saldrás")

El hombre que fue enjaulado ("será tu cárcel y nunca saldrás")

Un café con Rollo May y El Buki

 

 

No podría ser de otra manera.Vuelvo a leer el genial texto de May y escucho al Buki mientras tomo una taza de café que está demasiado caliente. Congruencia, así es que le llaman.

"El hombre que fue enjaulado"  (del autor Rollo May, psicólogo) cuenta la historia de un rey que por "experimentación científica" decide enjaular a un hombre común y observar los resultados de tal acción.  

El rey, necesitado de un poco de complicidad, invita a un psicólogo a participar del experimento (y es que no hay historia que pueda llamarse interesante hasta que un psicólogo aparece). Y ambos, soberano y profesional, atestiguan los efectos del cautiverio sobre la mente y el corazón del hombre común.

 

Primero la confusión. Luego la lucha inconforme. Luego la resignación. Luego nada. Y, por último, la mentira. En esta última etapa, la de la mentira, el hombre enjaulado  trataba de convencerse a sí mismo sobre "lo bueno que es que un hombre reciba alimento y abrigo, y cómo el hombre debe vivir según su destino, y que la inteligencia humana consiste en aceptarlo" (pag. 157).

 

Aceptarlo. Fue este hecho el que impresionó al psicólogo, pues marcó el momento en el que el hombre, aceptando su cautivo destino, se perdió a si mismo.

 

Y es que, gracias a May y su relato, recordamos que aunque la conciencia individual no depende del aprendizaje, nuestra percepción y comportamiento están fuertemente influenciados por el ambiente que nos rodea. Nacemos en un mundo percibido a través de estándares, reglas y expectativas que han creado una realidad según la cultura.

A lo largo del tiempo, los humanos nos hemos cuestionado los valores que nos son inculcados a nivel social y familiar y tratamos de ajustarlos a nuestra propia realidad.

Y, entonces, la oposición entre los dictados de la conciencia social y el deseo personal nos mantienen fragmentados, en una constante lucha contra nosotros mismos.

 

Luchar contra nosotros mismos. Este es el dilema del hombre enjaulado y también el de todos y cada uno de nosotros. Diariamente decidimos entre una jaula y la libertad. Entre la seguridad artificial y el libre vuelo. Entre ser lo que deseamos y la esclavitud de ser lo que se nos impone.  Y si, al final, decides conformarte (como lo hacen muchos) y te rindes y te enjaulas y te pierdes de ti mismo, pues "me duele lo que tú vas a sufrir".

Yo, me decido por el cielo azul. Infinito e incierto, pero libre.

Decidir. Ganar o rendirnos. (Continuará).

 

 Comparto con uds un link en donde, según ofrecen, puede descargarse "El Dilema del Hombre", libro que incluye (entre otros, muy muy buenos) el texto de el hombre enjaulado. Que viva May y su rollo. Los humanistas somos más. ;)


http://www.freelibros.org/psicologia/el-dilema-del-hombre-rollo-may.html

 


sábado, 17 de enero de 2015

De cuando el futuro llega y nos encuentra desprevenidos, pero sonrientes

Calculo era 1985. Me recuerdo haciendo una larga fila a la entrada del cine Las Américas. Trenzas, anteojos y poporopos en mano (de esos que estaban siempre fríos y sabían a recalentado) en compañía de mi mamá y una amiga del colegio llamada Marielos (de quien, por cierto, no he vuelto a saber desde entonces). Era yo la nena de ocho años deletreando en voz alta el cartel a la entrada de la sala con la tortuosidad de alguien que acaba de aprender a leer y quiere asegurarse de hacerlo correctamente: "v-o-l-v-e-r-al-fu-tu-ro". "Volver al futuro". ¿Volver al futuro?. No me hacía sentido. ¿Cómo volver a algo que no ha sucedido? ¿Cómo regresar a un tiempo que no ha pasado?. Volver al futuro.
No me imaginaba que estaba por ver una de esas películas que nos marcan la vida para siempre. Una máquina del tiempo, un protagonista bastante mas que guapo (para las que nos gustan los chaparritos) y una aventura increíble: la posibilidad de viajar al futuro y dar un vistazo a lo que el destino nos guarda.
En la película, el futuro se fijaba en un lejano 21 de octubre del 2015. Sí, 2015. Y, entonces, esto quiere decir que el futuro llegó. Llegó y me encuentra (para variar) bastante desprevenida.

Desprevenida y frente a varias encrucijadas. Con importantes decisiones pendientes de tomar. Sancho y Quijote de este viaje que no quiero termine (y es que estoy segura de que hay mas futuro por delante).
Me encuentra inquisitiva y motivada. Humana: clara en mis virtudes y defectos.  Convertida en una apuesta arriesgada pero que bien vale la pena.

Este futuro me encuentra convertida en mujer. Una mujer que, a estas alturas se preocupa, tanto por la franja de Gaza como por su propia talla de pantalón.

Una mujer que,por experiencia propia, le tiene poca a fe a los planes demasiado elaborados. Porque cuando de prioridades se trata, no es posible planificar.
Y es que la vida es un minuto risa y uno llanto. Uno moda, ataque terrorista, justicia y loncheras para los hijos. Otro sueños propios, genocidio, profesión, emociones y canasta básica. Y así por 24 horas los 7 días de la semana. Nada de planes elaborados. Hoy. Mi único plan para hoy es que no exista un pasado mejor. Y recordar que el futuro es siempre sonriente.

Como David contra su Goliat, así mismo me encuentra el futuro.
Ciento sesenta centímetros de alto, mitad valor mitad piernas temblorosas.
Valerosa, gigante, desprevenida, pero sonriente. Así es como me encuentra el futuro.

domingo, 11 de enero de 2015

Cuando la fiesta ha terminado

Cuando la fiesta ha terminado y queda tirado en el piso el papel que envolvía los regalos, en la mesa las sobras de comida que mañana serán un manjar recalentado, el ronquido reparador de algún invitado que queda mal sentado en el sillón de la sala, el olor a pólvora quemada testigo de lo que alguna vez fue una celebración y el silencio post fiesta, tan profundo, desolado y tan anhelado por quien quiere ya un momento de paz.

Ese es justo el sentimiento de las 4:36 am en un año que recién empieza.

Papel, sonido y olor a quemado.

 

Y es justo así que inicia este año para mí. El olor a pólvora quemada es, entre las mas finas fragancias, una de mis favoritas. Ese y el de la tierra mojada. El que está sentado en el sillón roncando es mi viejo, en esas desde las nueve. Aun no se entera del año que estrena.

El papel de regalo en el suelo me recuerda a las navidades pasadas, en las que mis hijos (hoy adolescentes) esperaban con ansia sus regalos. Eso terminó para nosotros ya. Hoy Santa no es mas que una tienda virtual y la cara resignada que hacen al recibir un regalo soso como los que damos las señoras: una mochila para el colegio, un par de pantalones de lona para estrenar, una toalla de baño con diseño "juvenil". Para mí, esa señora de regalos sosos era mi abuelita. Contaba siempre yo con varios pares de calcetas caladas, de esas que llegan hasta la rodilla, primorosamente empacadas en papel navideño y una tarjeta hecha a mano. Cumpleaños, navidad, comunión: "Felicidades, coneja".

 

Son casi las cinco de la mañana y mi primer pena del año es limpiar. Que todo quede en orden de nuevo, hacer como que nada pasó. Y la verdad es que ocultar el caos no es algo que me preocupe. Es un reflejo aprendido, seguro. ¿Y qué si hay desorden? ¿Y qué si hay platos sucios?. Limpiar. Ordenar. Como que nada pasó. Y hacerlo en silencio, los invitados duermen aún.

 

En el fondo, la voz desgarrada de la Winehouse. Que en paz descanse. El año viejo y la vida de la Amy y mis fuerzas, por hoy, están en las mismas: mas que muertos. Todo terminó ya.

 

Hay cierta nostalgia en este final pero, sobre todo, hay un indescriptible sabor a paz, a cansancio y a certeza. Decido saborearlo, puede no volver a pasarme jamás. Todo terminó ya. Hice lo que pude. Y un poco mas. Estuvo alegre. Aprendí, disfruté pero no sé si me animo a hacerlo de nuevo. Es alegre, pero luego toca limpiar el desorden. Un respiro acompañado de un momento de silencio. ¿Será que, en serio, no me animo a hacerlo de nuevo?  Que pase un tiempo. Que se me olviden las implicaciones del caso. El otro año. Estoy segura de que si me convencen: me animo. Pero por hoy, estoy.  Estoy y bastante cansada. Pero ya pasó. Otro respiro (esta vez mas profundo) y cierro los ojos. Reflexiono mientras escucho los ronquidos de mi viejo y el ladrido del perro y el café que se calienta. Todo terminó ya.

 

Sigo pensando en lo que fue, lo que debería haber sido y comparo ambos escenarios: hice lo que pude.  Minutos después logro abrir un solo ojo: uno solo para asegurarme de que el sol está por salir.  Hola. Hola 2015.