domingo, 3 de agosto de 2014

Luis Miguel y yo:anotaciones sobre el amor platónico


Luis Miguel y yo
Anotaciones sobre el amor platónico

No imaginé que ese día cambiaría mi vida.
Era un fin de semana a principio de los ochenta.
Encendí la televisión y allí estaba: la criatura mas linda que jamás habían visto mis ojos. Traje azul galáctico y un sol colgando en el pecho.  Una bandada de mariposas estomacales envueltas en voz chillona, botas y pelo largo. "El sol de México"- así lo llamó don Raúl Velasco. Luis Miguel. De alguna manera sentí conocerlo. Entenderlo. Amarlo. Nunca habíamos hablado. Jamás compartimos nada. Pero lo amaba.

A partir de ese día, Luis Miguel ocupó un lugar VIP en mi corazón.
Me emocionaba al verlo, suspiraba imaginando sus gustos y ansiaba locamente conocerlo. Todo lo que yo podía pedir estaba allí, justo frente a mí (en un poster o por medio de un disco). Ideal. Eterno. Inmenso. Amor platónico que le llaman.

Será la experiencia y las enseñanzas que esta nos trae, pero hoy (muchos años después de haberse cancelado "Siempre en Domingo") puedo decir-sin mayor recelo-que eso de los amores instantáneos no termina de convencerme. Y créanme, he buscado respuesta a esta eterna incógnita. Infinitas horas de lectura, psicólogos, google y hasta extraños ejercicios kármicos no me han ofrecido aun una respuesta certera a mi eterna pregunta:  ¿Por qué nos enamoramos de aquel que no podemos tener? ¿Por qué nos torturamos con un amor imposible?

De esta tortura voluntaria de amar al imposible es que se trata el denominado amor platónico. Me explico: el "amor platónico" es la acción de  enamorarse de una persona que, a mis ojos, representa un ideal de perfección.  Enamorarse platónicamente es vivir un sentimiento amoroso hacia un individuo idealizado. Idealizado pues representa la perfecta encarnación de todos mis deseos y anhelos. Y, claro está, este ideal de perfección es imaginario. No corresponde con la realidad.

Cuando idealizamos a una persona, no consideramos sus defectos y limitaciones.
Le atribuimos toda una serie de cualidades que magnificamos: que si su pelo, que si su nobleza, que si su forma de caminar. Todo sobre este ser es bondad y belleza.
Y seguramente nos ha pasado a todos. En la eterna búsqueda de vivir una gran historia de amor, idealizamos las relaciones de pareja y, más que vivir enamorados de una persona, nos encontramos propiamente "enamorados del amor" (o de las sensaciones que este nos genera). Y permanecemos "enamorados" en un estado nebuloso y letárgico hasta que la realidad nos alcanza. Y, como es de esperarse, la realidad nos alcanza dura, ruda y cruda (como siempre ha sido y será) pues el contraste entre esta y nuestras ilusiones desproporcionadas genera una inevitable decepción. Y es esta misma decepción la que nos procura un enorme (y muy sentido) sufrimiento.



Sufrimiento. Es justo aquí en donde surge la mayor de mis inquietudes con respecto al amor. Y es que, según nos han enseñado las telenovelas, ¿qué mejor expresión del amor romántico existe que la de amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos? Y, al mismo tiempo, ¿acaso hay algo más deprimente que amar (contra viento y marea) a una persona que sabemos que jamás va a correspondernos?

Ya no se trata únicamente de si sentimos una irrefrenable atracción hacia la persona equivocada (que al fin y al cabo puede presentar cualidades que nos resulten atractivas), sino que nos amargamos la vida persiguiendo a una persona que, por diversas razones –se encuentra ya comprometida, no nos corresponde o cualquier circunstancia externa la mantienen fuera de nuestro alcance (como en el caso de Luis Miguel y yo) – hacen imposible que comparta su vida con nosotros. No tiene ningún sentido desde el punto de vista racional. Sin embargo, y por muy imposible que sea, no podemos dejar de sentir esa innegable sensación de amor.

La psicología moderna nos invita a interpretar el amor platónico desde una perspectiva completamente opuesta a la usual. Y es que plantea que enamorarse de alguien inaccesible es una forma de evitar la intimidad amorosa. Esto tiene mucho sentido-si es que somos evasivos en los asuntos del corazón-porque: si nos enamoramos de un imposible, entonces (lógicamente) no seremos correspondidos. Por alguna u otra razón, el amor no podrá consumarse. Si no somos correspondidos no estaremos obligados a comprometernos con la otra persona. Es decir, invertiremos nuestros recursos emocionales sin correr riesgos y "a lo seguro".  El distanciamiento emocional no duele. Esto significará que no tendremos que estar vulnerables ante el otro. Y, como "premio", ganamos un corazón blindado ante el sufrimiento que una relación amorosa real puede generarnos.

Anhelos irreales. Realidad negada. Distancia prudencial. Corazón blindado. En esto se resume el amor platónico. Pero,al final (y gracias a Dios) crecemos y maduramos. Esta fase idealizada y adolescente de nuestra emocionalidad nos prepara para el amor real. Ese amor que nos invita a conocernos mejor y nos enriquece a nivel emocional y nos permite intimidad con nuestros semejantes. Amor de verdad.

Y así es como vuelvo a Luis Miguel.
Nuestro idilio platónico continuó hasta muchos años después.
Conciertos,suspiros, anhelos y hasta cartas (que jamás respondió).
De su paso por mi vida me quedan aun muchos recuerdos gratos, varios discos y un hijo llamado Luis en su honor. Pero sobre todo, queda en mí un profundo y extraño sentimiento de agradecimiento. Y ha de ser porque mi corazón de niña se vio enriquecido por su imagen. Digo, porque fue por medio de él que descubrí que a mi se me cantinea por el oído y con una tirada de pelo al aire ("Casaca siempre mata a carita" decimos los chapines. Y yo doy plena fe de esto).
Y, al final, si todas las personas que vienen a nuestra vida cumplen el propósito de enseñarnos algo sobre nosotros mismos, esta es la lección que LuisMi me deja a mí.


1 comentario:

  1. Muy bueno Ximena, el mio fue alejandro Sanz, gracias por hacerme recordar lindos momentos.

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