domingo, 17 de agosto de 2014

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Sobre las expectativas y la abominable crisis de la mediana edad (parte I)

Según lo define la RAE, una expectativa es "la esperanza o la posibilidad de realizar o conseguir algo". Esperanza. Posibilidad.  Palabras que, a pesar del tinte motivador, implican también la cruz de cargar con un "ideal", una meta impuesta que estamos obligados a cumplir. Esa efímera percepción de "la vida que deberíamos tener" considerando nuestras circunstancias personales. Ese estándar contra el cual lucharemos de por vida: que si el hombre ideal, que si el carro del año, que si la universidad mas prestigiosa, que si la tarjeta "platinium", que si el teléfono mas smart, que si las 110 libras. Y vivimos bajo la sombra de las infames expectativas.

A mi me sucedió. Crecí en un ambiente controlado en donde el plan a cumplir era tan sencillo como inviolable: Graduarse del bachillerato. Entrar a la universidad. Conseguir novio. Casarse (logrado este paso, el concluir los estudios universitarios era opcional). Comprar una casa. Tener un hijo. Tener otro. Inscribirlos en un "buen colegio". Y meta cumplida. Vida idílica.  Y yo (siendo como soy) -tarde, en desorden y a regañadientes- logré cumplir todas y cada una de estas expectativas que se me exigían (y que yo misma aprendía a exigirme). Cumplí y hasta me di el lujo de aprender un par de lecciones en el proceso.

Según sucedieron las cosas, terminé el colegio un año tarde. Entré a la universidad y me gradué tarde. Entre la inscripción y la graduación universitarias viví un embarazo, una boda y dos hermosos hijos a quienes inscribí en el mejor colegio que pude. Y ya. Habiendo cumplido-mal que bien-con todas y cada una de las expectativas, me quedé sin plan. Desorientada y sin sentido. Ding-dong: la crisis de la mediana edad tocó a mi puerta cuando recién cumplí los 35 años.

El término crisis de la mediana edad (o la mal denominada "crisis de los 40") es utilizada para describir un período de cuestionamiento personal que comúnmente ocurre al alcanzar esa temida etapa entre la juventud y la vejez. Edad que incluye nuevas y aterradoras palabras a nuestra cotidianidad: menopausia, calvicie, canas, yerno y nuera. Etapa en la que nos sentimos patojos de 18 con 20 años agregados de experiencia, en la que los complejos y las propuestas subidas de tono ya no nos intimidan, en la que aprendemos a decir "no" y a perdonarnos los errores del pasado. Edad en la que tenemos todo (absolutamente todo) para ser felices.
Hoy puedo decir que la lección que me dejaron los treintayalgo es una sola:
salirse del plan establecido está bien.  Corrijo, salirse del plan establecido es genial. Es genial y es un deber que nos debemos a nosotros mismos.

Crisis. Alguien me dijo que esta palabra comparte raíces etimológicas con términos como  "cambio", "criterio" y "crecimiento". Y, entonces, le doy la bienvenida pues, si estos son sus componentes, la mediana es y será la mejor edad de mi vida.
(Continuará)









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