domingo, 2 de noviembre de 2014

De vida o muerte

El fin de mes nos habla de cosas tenebrosas, y es que estas fechas nos invitan a  lidiar con el tema de la muerte.
Halloween, como  intento de sacarle la lengua burlona a la calaca ( o buena excusa para creernos gringos y darle gusto a la caries con altas dosis de azúcar).
O el día de los muertos en donde se hace homenaje a los ancestros que pasaron a mejor vida (o buena excusa para llenarnos la panza de fiambre y Sal Andrews). Lo importante es celebrar.

Personalmente, no me hace mucho sentido eso de disfrazarme de horrible o dejar flores en las tumbas del pasado (-"Ya olvidé"- canta José José).
Sin embargo, no puedo permanecer al margen de los manjares, disfraces, flores, barriletes y miedos. Miedos.
Los chapines vivimos enfrentando al miedo. El terror es nuestro pan de cada día. Para mí, será el miedo a los motoristas (y,mas que por los asaltos, porque he atropellado a dos). A las cirugías plásticas mal hechas. A la obesidad. A la incongruencia. Y, gracias al ochentero video de Thriller, a la gente que usa lentes de contacto de colores. ¿Brujas, calaveras y gatos negros? Para nada. Triki triki halloween: ni dulces ni dinero ni susto para mí.
Si lo planteamos desde el punto de vista psicológico, los humanos no deberíamos temer a la muerte considerando que es la única certeza en la vida.
Según plantea Irvin Yalom en su libro "Mirar al sol", todo hombre debe de llegar a la misma conclusión: morir es un mero hecho de vida. Porque vivo es que debo morir. Por tanto, la muerte es certera y tarde o temprano llegará. Y ya. Así de sencillo.
Consideremos estos días en los que (por única ocasión) abrimos la puerta de nuestra casa a la  muerte, la miramos a la cara, aceptamos el hecho de que es inevitable y, pues-¿que otra?- la celebramos.

Y creo que es justamente eso lo que tanto nos hace falta. Celebrar.
Sin deseo  alguno de promocionar la aculturación, decido hacerle caso a don Irvin y propongo (irresponsablemente) celebrar todas las fiestas, sin importar de donde vengan. Todas aquellas que aporten algo de alegría, algo de ilusión, algo de entusiasmo a este país tan lúgubre (en donde hasta el son que se baila es triste). Bienvenidas sean las chucherías, los niños sonriendo, las reuniones familiares y el olor a manzanilla y pólvora quemada. Bienvenida fiesta, venga de dónde venga.

Y es que la muerte nos enseña sobre la vida. Nos hace reflexionar sobre cómo cada momento es precioso y cómo debemos disfrutar el puro y sencillo placer de ser. Abrazar fuerte, querer con ganas, vivir.
Vivir. Vivir así como que hoy fuera el último día.

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