sábado, 18 de julio de 2015

La famosa crisis de domingo y de cómo ahora soy militante del temible KKK (Parte I)

Domingo. Son apenas las ocho y media de la mañana. El rayo de sol que se filtra por la ventana, el olor a pan tostado y el café humeante. Ojeo el diario con displicencia y suspiro. Domingo.

 

Para cualquier otro mortal, este día suena a familia.A viaje, a partido de fut ball y a risas. A fritura de sartén, charla de viejas y marimba de fondo. Pero no para mi. Para mi es domingo y el silencio se hace cada vez más presente.

 

Silencio. Y es que eso es todo lo que queda en estos días, días de domingo en los que le doy la mas cordial de las bienvenidas a mi recién asumida soledad.

 

Domingos. Los primeros fueron de fiesta. Fiesta para celebrar y fiesta para evadir.

Y no, no lo niego: eso de engañar al dolor con ruido funciona por algún tiempo.

 

Luego vinieron los domingos de culto. Salmo y pandereta como expiación a mis errores y omisiones. Pero no, ya dije que el ruido solo engaña por ratos.


Ratos que duran lo que tarda el POS en aprobar una compra. Alivio escondido en el beeeeeeeep de la compulsión sanadora. Y es que los agujeros del alma también se llenan comprando. Doy y daré eterna fe de ello. Ha de ser por esa razón que las tiendas esas (las que todos visitamos sin admitirlo) abren mas temprano los domingos. Y sí, las compras tienen el mismo efecto que el ruido y la anestesia local.

Son placebos que sabemos momentáneos pero asumimos como salvavidas: nos sirven mientras llegamos a tierra firme.

 

Salvavidas. Me encantan esos dulces, sobretodo los rojos. Ese mismo sabor de colorante carmesí fue lo que desayuné los siguientes domingos. Y es que salí a caminar. Tennis nuevos por kilometrar pero no, los deportes jamás han sido lo mío. Y que también me gusta bajar el ritmo de los asuntos solo para calibrar el alma. La vida me ha enseñado a no acelerar. Así que no corrí, solo caminé.

Despacio y sin rumbo. Caminé con una granizada de fresa en la mano y mi psicólogo al lado. Caminé para pensar, o para no hacerlo. Caminé para sentir, o para no hacerlo. Caminé hasta que me cansé. Caminé hasta que me cansé de huir.

 

 

Y hoy. Este domingo sabe diferente. Hoy no hay reuniones de grupo terapéutico ni compras ni podómetro para el alma. El jarabe carmesí cumplió su efecto salvavidas.

Este domingo me asumo como militante del temible KKK: las Kardashian en la tele, el siempre dispuesto señor Kundera y un enorme y delicioso plato de productos Kellogs con leche fría.

Ya no huyo. Ya no evado. Ya no busco salvavidas.

Este domingo sabe-por primera vez y en muchísimo tiempo-a balance, a futuro y a ChokoKrispis.


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