domingo, 7 de julio de 2013

Chocolate


Transito la 16 calle y 5ta avenida zona 10. 
Un sol de mierda. 
La paranoia de asalto a 9.5/10. 
Y, de pronto, la inmaculadamente blanca camioneta Audi Q5 que va frente a mí se detiene. Es una señora encopetada que baja su vidrio y entrega una caja de chocolates (de la setentera pastelería Zurich) al ciego y su lazarillo que piden limosna que en la esquina. 
Entregado el paquete, cierra su vidrio y se va. 
Yo,en mi mundo egocéntrico pienso: "Qué pu@&€ pensará esta vieja? Para qué jodidos quieren ellos una mie@&€ caja de chocolates?". 
Seguí juzgando a la vieja hasta que vi la cara del ciego probando el primer chocolate. 
Por Dios que nunca había presenciado tanta felicidad. Tanto gusto. Tanto placer. Tanto que me hizo llorar. 
Y lloré. Y me lo disfruté.
Claro que esta experiencia extraordinaria me ha enseñado (o recordado?) varias cosas que, a aveces, se me olvidan):
 1) Cada quien da lo que tiene.
 2) Somos responsables de disfrutar (o no) de lo que la vida nos da.
 3) La felicidad es una experiencia personal e intransferible. 
Saqué de mi bolsa el pedazo de chocolate que siempre llevo conmigo. Pero esta vez lo comí con mas gusto que siempre y acompañado de una breve oración en la que agradecí el "recordatorio" del que acababa de ser testigo y, de paso, pedí a Dios compartir un poco del gusto que estaba viviendo el ciego.

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