sábado, 1 de agosto de 2015

De cómo los días de encierro nos obligan a pensar.

Encierro. A veces toca. Toca y lo tomo con la mejor actitud posible.

Estos días de encierro me han obligado a pensar en cómo todo puede cambiar en un solo minuto. Sin planificaciones previas, sin aviso. Cambios bruscos y determinantes. Estando en un hospital, esta reflexión es inevitable.

Y no es la primera vez: esto de los hospitales ha sido una constante indeseable desde siempre. La llamada de aviso, la prisa en llegar, el olor a silicio, los zapatos blancos y el suspiro de esperanza-tan necesario-al cruzar la puerta de entrada.

Y las largas horas de vigilia. Lo que amo-y lo que odio-del los tiempos de vigilia y espera es precisamente eso: que nos obligan a pensar.

Pensar en lo que ha sido,lo que es y lo que será.  Pensar en los pendientes, en cómo esta experiencia va a marcarnos de hoy en adelante y en cómo el futuro que anhelamos se ve hoy amenazado.

Todo esto es justamente lo que ocupa mi pensamiento hoy, noche de desvelo obligado.

Pienso en mi señor padre y su frágil salud. . En cómo me ha invitado a pasar estas noches tantas veces: arrullada por su ronca respiración y el sonido constante de un monitor electrónico. Bip bip bip.

 

Pienso también  en doña Leonor. La conocí anoche en la sala de espera de la emergencia. Ella también está cuidando a su nene. El mío tiene 14 años. El de ella, 49. Coincidimos y compartimos hoy esta pena: y es que uno nunca deja de ser mamá.  Mamá que cuida y regaña y atiende. Mamá.

 

Pienso en el largo listado de cosas que tengo pendientes. Objetivos y cargas que me impongo por puro gusto y en cómo, en estas circunstancias, todo pierde importancia. Tiempos de vigilia y monitores electrónicos que la vida usa para recordarme cuáles deberían de ser mis prioridades.  Citas por cumplir, uniformes por alistar,  deberes por hacer. Todas ellas obligaciones que, al final,  valen 10 devaluados centavos. Cumplir con lo importante es lo que toca. Y lo importante es estar aquí, nada mas.

 

Pienso en los doctores y enfermeras.  Tan serios y compuestos. Siempre con prisa y obligados a dar esperanza.  Trabajar en estas circunstancias-seguro-no es nada fácil.  Ojalá todos ellos tengan unos brazos a donde ir a llorar cuando necesiten sentirse reconfortados (y es que uno siempre tiene unos brazos favoritos).

 

Pienso en el alivio que siento al saber que estoy a una sola llamada del apoyo incondicional. Oraciones, dinero, compañía, chocolates: lo que sea. Me compromete pensar que este es un apoyo inmerecido que jamás podría retribuir (por mucho que quisiera) pero agradezco enormemente.

 

Y pienso en la lluvia. Y en que quisiera estar en casa. Y en que mañana será otro día. Y en cómo los días de encierro nos obligan a pensar.

(Continuará)

 

 

 



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