domingo, 26 de abril de 2015

De la violencia y la cotidianidad Parte I


El bebé heredero, Don Real y Noble Cachetón Segundo de Cambrige está por nacer.

Divino el niño: tal y como se esperaba.

Todo amor y toda felicidad. Bien por ellos.

Yo, desde el tercer mundo, les mando un saludo sincero a los futuros reyes.

 

Mientras se enfría mi taza de café, me pregunto: ¿y si este nene fuera guatemalteco? Independientemente del dinero y la educación que tiene asegurada, ¿cómo sería su vida?

¿Lo regañarían a gritos si no aprendiera a usar la nica?

¿Lo golpearían cuando no haga las planas o pierda la retrasada de Mate?

¿Le tirarían chancletazos si le contesta mal a su madre?

¿Cómo sería la vida de este nene en el violento país en donde

elegimos (por voluntad propia) a un militar asesino como presidente?

País en donde obedecemos (casi instintivamente) a una iglesia represiva e inquisidora?  

País en donde aplaudimos la "limpieza social" y defendemos (con vergonzoso entusiasmo) el genocidio?

 

Seguramente, su vida sería igual a la de cualquier chapín: con un altísimo margen de tolerancia a la violencia.  Tan alto que hasta la consideraría normal y necesaria. "Algo de mano dura es lo que necesitamos". "Dale un su pijazo y sale adelante el patojo fregado".

 

Hace algún tiempo me tocó ser violenta (digo, me tocó ser mas violenta que de costumbre). Y no trato de justificar mis acciones, digo que me fue necesario.

Tuve reunión con dos maestras en el colegio de mi hijo. Y es que ha tenido un poco de problema en el estudio y solicité apoyo docente. Me presenté con la mejor de las actitudes.Dialogué. Solicité. Propuse. Hice todo lo que mi libro de "Negociación para Dummies" dice. Y además, sonreí.

Lo que me gané fue que las dos maestras presentes me respondieran con una pésima actitud. Con mates defensivos. Con argumentos de cómo yo (madre) no asumo responsabilidad sobre el rendimiento de mi hijo.De cómo espero yo que ellas-teniendo 30 alumnos por grado-estuvieran al pendiente. Bravas. Violentas.

Me tomaron por sorpresa y no me quedó de otra: dos gritos. Tres comentarios sarcásticos y un tronido de dedos. Con eso fue suficiente . Cambio de actitud total. Me ofrecieron hasta clases de refuerzo sin costo adicional. Y se despidieron de mí con un besito.  

 

Aclaro: no estoy nada orgullosa de mi actitud.Aun considerando las circunstancias, mi comportamiento estuvo completamente fuera de lugar. Me da miedo lo violenta que puedo llegar a ser. Y lo rápido que se me sube la espuma. Sin embargo, me asusta mas entender que ellas (adultas y profesionales) reaccionaran a la violencia con tanta complacencia y efectividad. Me asusta que ellas sean educadoras.

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Me asusta que a todos los chapines nos pase lo mismo y vivamos la violencia como un estatuto social. Y ha de ser que "por mal queremos".

Continuará

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