sábado, 18 de abril de 2015

Treinta y ocho

Treinta y ocho años con treinta y ocho días. Treinta y ocho libras de mas. Treinta y ocho miedos expuestos y treinta y ocho domingos de abrir el corazón a todo aquel que quiera (y haga el favor) de leerme.

 

Nada de cábala: el treinta y ocho es solo un número que hoy se hace obvio.

En treinta y ocho años con sus minutos y segundos, no he cambiado mucho.

Pasaron ya treinta y ocho vueltas al sol y sigo siendo la misma mujer insensata que se deja guiar por el corazón. Emoción sobre razón, siempre. Latido adicta, podría decirse.

La que se disfruta todas y cada una de las veces que provocó el levantamiento disgustado de una ceja. Aquella que guarda aun algo de Quijote en su alma. La que cree que todo se logra si le ponemos un poco de empeño.

La que no pierde la esperanza a pesar de las apuestas en contra. Y es que la Estadística nunca me pareció certera: la probabilidad puede ser una en mil, una en cien o una en treinta y ocho. Yo sigo creyendo que todo es posible.

 

Y no, no ha llegado el día: caminar por esta vida con el corazón a cuestas aun no me pesa. Este corazón (y no de melón, ya que esta fruta me resulta casi siempre insípida) suelta aun bastantes cariños y afectos y pasiones y chispas. Chispas nerviosas, chispas alegres. Chispas corazón.

 

Corazón que-a sus escasos treinta y ocho-siente todo cuando sabe cercano a ese individuo en particular. Sístole y diástole al mil. Mil por treinta y ocho. Corazón necio que no desacelera ante la indiferencia ajena. Corazón que no recoge rencores y permanece agradecido. Corazón dispuesto y abierto al público las treinta y ocho horas del día. Treinta y ocho días a la semana.

El que escucha treinta y ocho por mil veces la misma maldita canción con la esperanza de hacer llegar su súplica a esos oídos sordos.

Corazón que no conoce la diferencia entre la necedad y la constancia.

 

Y he de confesarlo, por momentos siente asfixiarse debido a la llenura: el revuelo de tantos sentimientos encontrados, los buenos recuerdos, la ternura de los besos que aun no doy, las cicatrices y los miles de anhelos que conviven entre sus paredes. Corazón habitado. Corazón lleno. Treinta y ocho pleitos. Treinta y ocho amores. Y los treinta y ocho millones de latidos aun pendientes.

 

Y no, no he cambiado mucho.

Sigo siendo la misma, aquella que cuando le piden describirse a si misma responde con un sincero: "Soy aquella insensata que todos los domingos trata de ordenar el nudo de anhelos que guarda en su alma. Aquella que siente, escribe, oprime "send" y luego se arrepiente".  La que, con todo su corazón siente, escribe, oprime y se arrepiente treinta y ocho veces.

 

 


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