En algún momento de la vida lo
aprendemos:
remojar la champurrada el suficiente tiempo para que se llene de
café pero retirarla en el instante exacto antes de que se produzca la tragedia
de una taza llena de migas.
Y esa es la clave: reconocer el punto de quiebre.
De la champurrada (como vil carbohidrato) y de nuestra propia tolerancia (como
cualidad humana).
Y lograr la pericia de un impecable movimiento taza-boca
antes del desmoronamiento.
Y reconocernos como seres que necesariamente deben
aprender a sortear las penas con flexibilidad: ni muy tiesos ni muy aguados.
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