Milagros.
Los vemos a diario y seguramente es por eso que se nos escapan de la vista.
Llegar vivo a casa después de un día en esta ciudad/jungla, encender la tele, toparte con una maratón de Grey's Anatomy y sobras sabrosas en la refri y tener este momento glorioso solo para vos: milagro.
Acompañar a un amigo que ha pasado muchísimas penas y puede darle (al fin) un beso con pacha a su nena a quien, ahora puede ver solamente una vez cada quince días: milagro.
Y una mujer fuerte que lloró demasiado tiempo por un mal hombre y, de pronto, expresa un sincero: " Sabés? Ya no me hace falta el pisado. Hoy sé que me merezco algo mejor": milagro.
Y una pareja que se ama hace muchos años y a quienes las circunstancias les han jugado mal y luego de extrañarse muchas noches logran darse un beso y una razón para seguir viviendo: milagro.
Y muchos amigos rodeando tu pastel de cumpleaños.
Y que la tarjeta de débito inexplicablemente siga pasando. (ufff!).
Y esos ojos brillantes que te ven con admiración y agradecimiento mientras te dicen:
"Mama, me fue bien en mi examen".
Y cientos de sonrisas honestas que te regala la vida cuando tenés una buena actitud.
Y un vaso de Coca Cola con hielo en un día de calor.
Milagro. Milagro. Milagro.
Dios nos manda a ser testigos de los milagros diarios.
Demosle gusto a Dios, pues muchá. Abramos los ojos.
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