Transito la 16 calle y 5ta avenida zona
10.
Un sol de mierda.
La paranoia de asalto a 9.5/10.
Y, de pronto, la
inmaculadamente blanca camioneta Audi Q5 que va frente a mí se detiene. Es una
señora encopetada que baja su vidrio y entrega una caja de chocolates (de la
setentera pastelería Zurich) al ciego y su lazarillo que piden limosna que en
la esquina.
Entregado el paquete, cierra su vidrio y se va.
Yo,en mi mundo
egocéntrico pienso: "Qué pu@&€ pensará esta vieja? Para qué jodidos
quieren ellos una mie@&€ caja de chocolates?".
Seguí juzgando a la
vieja hasta que vi la cara del ciego probando el primer chocolate.
Por Dios que
nunca había presenciado tanta felicidad. Tanto gusto. Tanto placer. Tanto que
me hizo llorar.
Y lloré. Y me lo disfruté.
Claro que esta experiencia extraordinaria me ha enseñado (o
recordado?) varias cosas que, a aveces, se me olvidan):
1) Cada quien da lo que tiene.
2) Somos responsables
de disfrutar (o no) de lo que la vida nos da.
3) La felicidad es una experiencia
personal e intransferible.
Saqué de mi bolsa el pedazo de chocolate que siempre
llevo conmigo. Pero esta vez lo comí con mas gusto que siempre y acompañado de
una breve oración en la que agradecí el "recordatorio" del que
acababa de ser testigo y, de paso, pedí a Dios compartir un poco del gusto que
estaba viviendo el ciego.
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