"Sea fuerte, hágalo por su papito" fue lo que me susurró al oído mientras me daba un medio abrazo. Por mi papito. Claro, pasa que-contra toda lógica-el difunto es siempre mas importante que el doliente.
"No creo que a él le importe ya, viera, lo estamos enterrando. Murió. Murió y ya no siente nada. Pero yo...yo sigo viva. Viva y doliente. Inmensamiente doliente y quisiera llorar. Llorar a mares"-quise responderle.
Pero no: mi papito, claro. Y yo me contuve las lágrimas. Pasa así cuando sabés que estás frente a una batalla que no vale la pena pelear.
Un año ha pasado ya y sigo en las mismas: haciéndome la fuerte.
"Un año de apretar y reprimir, he de tener unos músculos de la gran puta rodeándome el alma"-pensé. Y es que contenerse el llanto requiere de fuerza.
Fuerza en los lagrimales, para que no traicionen.
Fuerza en la garganta, para no dejar escapar un gemido y sostener la voz para que no se quiebre. Fuerza en el tracto digestivo para tragar nudos y digerir la bilis como si fuera nada.
Fuerza en el cuello, para voltear la cara inmediatamente si es que llegamos a sentir las pupilas humedecerse.
Y fuerza en el alma. Fuerza de esa que se gana a pulso y cara a cara con el dolor.
Dolor. Algo así como lo hacen los fisicoculturistas. Hacer músculo a fuerza de angustia y repeticiones. Una y otra vez hasta que deja de doler. Y luego el show: sacarle brillo y hacer gala de la fuerza. Orgullo, arrogancia y luego sonreír. Sonreír para hacerles creer a otros que todo el esfuerzo no ha sido nada. Sonreir para hacer creer a otros que esto fue fácil. Sonreir.
(Continuará)
Ellos son los concursantes de Mister Musculoso, evento de la Federación Nacional de Físicoculturismo. Yo soy la señora que sonríe-burlona- desde la tribuna.
Ellos se hacen los fuertes y sonríen por una medalla. Yo me hago la fuerte por quedar bien y sonreir ( y esto no sé si merece ser premiado).
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