Según la ley del "eterno retorno" existe un principio del tiempo y un fin, que vuelve a generar a su vez un principio. Por tanto serán los mismos acontecimientos los que se repetirán en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación.
Todo termina y vuelve a comenzar a pesar de las acciones que tomemos para impedirlo. Y esto sucede una y otra vez.
Por tanto, Nietzsche nos invita a obrar de modo que el horizonte de infinitos retornos no nos intimide: nuestra vida deberá ser tan intensa y tan perfecta que no deseemos ningún cambio. Es decir, vivir de tal forma que-si nos viéramos ante la posibilidad de volver a vivir toda nuestra vida de nuevo- lo haciéramos sin temor. Seguros de que no hay triunfo sin derrota. No hay creación sin previa extinción. Vivir y hacerlo como lo hacen los super hombres: sin miedo.
Pasa lo mismo con el amor, el sentimiento menos comprendido (y mas temido) de todos. Amor, ilusión ,herida, odio, indiferencia y vuelta a empezar.
Ya lo dijo la Jurado con su voz de caracola y no encuentro mejor manera de explicarlo: el amor es "como una ola" (aprovechando el tema veraniego).
Mismos rollos, mismas pasiones, mismos adioses, mismas bienvenidas.
Una y otra vez.
Y -según mi limitada pero vien vivida experiencia-las lecciones son básicamente tres:
1) El amor nos sucede. Vivámoslo. Sin aferrarnos, sin resistirnos. Recordando que es él quien nos atrapa a nosotros (y no al revés). Solo es de dejarnos llevar.
2) Preparemos el puerto para recibirlo. Los vientos del norte nos anuncian su llegada.Cimientos firmes, diques bien plantados. Muelle amplio y acogedor. Banderas al aire para dar la bienvenida y para dar la despedida, según haga falta.
Sea marea en calma o sea tsunami: recibo (agradecida) lo que el mar me traiga. Con la vista puesta en el horizonte. Horizonte de infinitos retornos que nos invita a vivir la misma vida mil veces y a hacerlo sin temor.
3) El amor es como el mar: se ve el principio pero no el final. El horizonte es tan prometedor como incierto.
Así como nos embarcamos con velas izadas, también naufragamos en aguas turbias y -justo cuando sentimos hundirnos irremedianlemente-arribamos a otra playa de arena tibia.
Y sí, pienso en cómo este verano me trajo un tsunami. Sorpresivo y anhelado. Hundimiento y playa nueva. Hoy soy una mujer, pero este calor veraniego me trajo brisa fresca y el olor a piscina plástica asoleada (tal y como lo hacía en mi infancia). Colores, verano y la alegría del trópico chapín: cada ola de amor que va y vuelve ha sido un puño de vida en sí mismo. Repeticiones y retornos. Estos son la única certeza que queda, porque sí: la que es, vuelve (y con mas ganas que antes).
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